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Tres o cuatro cosas sobre Andalucía

Tres o cuatro cosas sobre Andalucía

Acercarse a la realidad andaluza en la actualidad supone tener en cuenta un nudo de limitaciones y posibilidades que conviene desenredar. Para ello resulta necesario distinguir con claridad y delicadeza los hilos de la economía, la política y la cultura en un panorama que no debe caer ni en el optimismo, ni en el pesimismo. Cuando hay luces y sombras, hacen tanta falta las linternas como las gafas de sol a la hora de matizar.

Empecemos por la economía. Después de muchos años de democracia y gobierno del PSOE, los datos sobre el mundo laboral andaluz y los índices económicos no son positivos. El desempleo, la fragilidad laboral y las cuentas familiares sumergidas pintan un panorama triste. En todo análisis, conviene reconocer el lugar desde donde se partió para valorar los procesos. Es verdad que la sociedad andaluza llegó a la democracia con muchas heridas. La miseria y la situación de retraso eran cargas muy graves en comparación con otros territorios españoles. Debe tenerse en cuenta:

1.  La Guerra Civil acentuó un dominio clasista, de poderes caciquiles, que utilizó el hambre como castigo y arma represiva.

2. Las clases altas andaluzas fueron más partidarias durante años de disfrutar y conservar los privilegios que de invertir sus fortunas en una economía productiva. Andalucía quedó al margen de los procesos industriales de los años sesenta y setenta por decisión del Estado franquista y por indolencia de sus élites.

3. El tan cacareado dinero de la emigración no sirvió para consolidar un tejido social. El dinero de los emigrantes suele volver a sus lugares de procedencia a través del consumo. Andalucía no se llenó de fábricas, sino de humildes domicilios con electrodomésticos alemanes, franceses y catalanes.

No hay duda, las cosas han cambiado y se ha conseguido mucho en estas décadas. Pero una vez asumido el punto de partida y los notables avances conviene también aceptar las sombras de una realidad que sigue en el furgón de cola de la economía nacional. Creo que para entender estas deficiencias deben tenerse en cuenta otras cuestiones:

1. Las apuestas de progreso han estado enfocadas desde la Junta de Andalucía más para crear redes de clientelismo que para formar tejido social. Sirva de ejemplo el modo de idear la aplicación de la Ley de Dependencia. Se pensó como reparto magnánimo de propinas y no como una posibilidad de creación de empleo. Lo mismo ha ocurrido con las ayudas al campo o con el apoyo a las empresas en quiebra y a los trabajadores despedidos. Buena parte de los casos de corrupción más comentados se incubaron en la política clientelar practicada por el PSOE, aunque conviene distinguir entre los políticos honestos que han asumido prácticas erróneas y los sinvergüenzas que se llevaron el dinero a su casa. Ya sé que no está de moda, pero en cuestiones de corrupción todos los matices son importantes.

2. El PP no ha conseguido el Gobierno de la Junta de Andalucía ni siquiera en sus años de mayor éxito popular. Creo que este fracaso se debe tanto a las redes clientelares del PSOE en los pueblos como a la repulsa que provoca la realidad y la memoria de una derecha de señoritos soberbios. El PP, sin embargo, ha ocupado los ayuntamientos de las grandes ciudades de forma paralela a lo ocurrido en España. Esto provoca una situación singular: la derecha controla los espacios de máximo dinamismo social y el PSOE se centra en los lugares de menos poder imaginativo y cultural. El orgullo de una izquierda protagonista se ve deformado por un reparto geográfico limitador.

3. Los años de bonanza económica no sirvieron para transformar el sistema productivo sino para lanzarse sin escrúpulos a la burbuja inmobiliaria. Muchos ayuntamientos vieron en las recalificaciones el modo de ajustar sus cuentas y mantener servicios. Esta costumbre provocó, como en el resto de España, grandes huecos para que se extendiera la corrupción.

4. El PSOE ha vivido en Andalucía bajo la sombra de Felipe González y de las estrategias de la política bipartidista española en las tres últimas décadas. No se ha planteado actuar en la raíz de los problemas andaluces, sino en la espuma de lo que convenía al bipartidismo fundado por la nueva Restauración.

Estas limitaciones no niegan los avances y el protagonismo de un discurso social que atiende a los servicios públicos y a una fiscalidad autonómica más equilibrada que en otros lugares. Se trata de señalar las ocasiones desaprovechadas, el carácter superficial de los discursos, su incapacidad para penetrar en las estructuras económicas y la perpetuación de la desigualdad y el atraso en comparación con otras partes del Estado.

Llegados a este punto debemos hablar de política o de la importancia política de Andalucía, porque no es incompatible con sus debilidades económicas. La configuración del Estado de las autonomías se ha visto varias veces a punto de caer en la tentación de la desigualdad de derechos según el poder económico de los territorios. Andalucía supuso desde los tiempos de la UCD el mayor obstáculo para este tipo de derivas que pretendían confundir identidades históricas con privilegios sociales y monetarios. Ese es el significado del 28 de febrero, como fecha reivindicativa. La identidad no perdió aquí una necesaria perspectiva en la visión completa del Estado. Y esto es lo que carga de significación española los debates políticos del Sur y las decisiones de la Junta de Andalucía en la cuestión territorial.

Pacto de izquierdas

El PSOE es a la vez el máximo beneficiario y el máximo perjudicado. Las movilizaciones para exigir al Gobierno de la UCD un Estatuto de Autonomía pleno llevaron a fundir para muchos años la identidad andaluza con el partido de Alfonso Guerra y Felipe González. El nacionalismo andaluz se quedó sin otro horizonte importante en el panorama político. Esto ha sido muy provechoso electoralmente en Andalucía, pero ha metido al PSOE en verdaderos callejones sin salida en territorios como Cataluña. Los pactos fiscales y los debates federales que exige la burguesía catalana, apoyada a veces por la indignación popular que utiliza el nacionalismo como voto de castigo, ponen en una encrucijada seria al PSOE en Andalucía. Por el contrario, defender una organización social igualitaria más allá de los debates sobre la identidad conduce casi al abismo de la desaparición en Cataluña.

Ocurre también algo parecido con una de las cuestiones más significativas de la actualidad: los pactos. Cuando todo indicaba en el año 2012 que el PP de Javier Arenas iba a llegar al Gobierno de Andalucía, se dieron las condiciones para que la derecha no conquistase la mayoría absoluta: primeros desgastes de Rajoy, una fuerte movilización obrera en una huelga general, una subida notable de Izquierda Unida y un proyecto de pacto de izquierdas representado y asumido por José Antonio Griñán.

Este pacto significaba una propuesta exportable al resto de España para competir con la derecha en los ayuntamientos, las comunidades autónomas y el Gobierno de la nación. Todo se puso a cambiar entonces.

Por una parte, el surgimiento de Podemos, animado al principio desde las élites mediáticas como una estrategia de debilitamiento de la izquierda con posibilidad de gobierno, se ha convertido en un proyecto político capaz de cambiar por completo la situación española y de fracturar el bipartidismo de un modo imprevisto. Por otra parte, personas muy significativas de la cúpula socialista y el Ibex-35 han alentado la alternativa de una gran coalición entre PSOE y PP para solventar el descrédito acumulado durante estos años por los dos grandes partidos.

La situación implica también una encrucijada difícil para el PSOE. Si no pacta con el PP, se ve obligado a distanciarse del mundo de las élites económicas con el que ha estado colaborando desde los gobiernos de Felipe González. Pero si pacta, el mapa sociológico español –que no es el alemán-, puede provocar su desaparición como fuerza inútil para representar el significado de sus siglas huecas.

El peso de la cultura

Los partidos reflexionan… sobre los pactos

Los partidos reflexionan… sobre los pactos

La cultura andaluza tiene un peso real que no debe confundirse con el folclore barato aireado por el franquismo. Conviene no olvidarlo cuando se tratan algunos asuntos marcados por el tópico y relacionados con el trabajo, la economía y la política. Para arrimar el agua a mi molino, pienso sólo en la poesía: Gustavo Adolfo Bécquer, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, Luis Cernuda, Rafael Alberti, Emilio Prados...

¿Por qué tanta poesía? La falta de industrialización ha provocado a lo largo de los años mucha pobreza, pero también ha permitido que en Andalucía no se extienda la moral positivista del mercantilismo y de la vida sacrificada al triunfo económico. La sensualidad, la idea del tiempo humano no sometido al negocio y el respeto a algunos valores solidarios han sobrevivido con más suerte en el sur de Europa, debido quizás a sus propias carencias económicas. Después de años de exilio, en un hermoso libro titulado Variaciones sobre tema mexicano, Luis Cernuda comparó los recuerdos de Andalucía y España con la prosperidad mercantil del Norte. Y se preguntó: “¿Riqueza a costa del espíritu? ¿Espíritu a costa de la miseria?”

Las tres o cuatro cosas que yo he querido decir aquí sobre Andalucía tienen que ver con las respuestas que se pidió Cernuda a sí mismo y con la ilusión política de que sea posible un desarrollo económico sin caer en la zafiedad carnívora del capitalismo.

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