'Contra lo común. Una historia radical del urbanismo'

Portada de 'Contra lo común'

Álvaro Sevilla-Buitrago

Contra lo común (Alianza Ensayo) reescribe la historia del urbanismo desde la perspectiva de los oprimidos, adentrándose en el drama de la urbanización capitalista y la lucha de las clases populares por construir lugares más justos y democráticos a través de su capacidad para organizar el espacio y convertirlo en una fuente de poder, y expone cómo el capitalismo y las políticas urbanas han evolucionado en sus intentos por destruir este potencial liberador.

Álvaro Sevilla-Buitrago recorre más de tres siglos de urbanización en el mundo occidental para revelar la centralidad de estas estrategias de desposesión en múltiples procesos de cambio espacial: de la privatización de la tierra comunal al control del espacio público y la vida cotidiana, de la reestructuración de la metrópolis y la producción de suburbios a las políticas de vivienda o las nuevas dinámicas de segregación, gentrificación y regeneración ligadas a la llamada «ciudad creativa».

Pero «lo común no es solo un inquietante espectro del pasado; también es una hipótesis sobre el futuro». Concibiendo la historia y la planificación como proyectos transformadores, estas páginas también exploran la posibilidad de una urbanización postcapitalista basada en los comunes, en la que el contenido y el diseño del espacio social estén definidos por las personas que lo habitan.

En infoLibre adelantados un pasaje del libro, a la venta el próximo 14 de septiembre, titulado El urbanismo como proyecto histórico.

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Imagina un territorio donde las viviendas se mezclan con talleres, fábricas y huertos colectivos. Imagina un tejido urbano salpicado de enclaves rurales y franjas de suelo agrícola donde los seres humanos conviven con el ganado. Imagina un lugar donde las redes metabólicas, los ciclos de nutrientes y materias primas y los flujos de energía circulan mayoritariamente en torno a comunidades locales y son controlados por ellas. Las labores y el ocio se alternan y superponen en calles impregnadas de un ambiente de intensa sociabilidad. 

Los espacios públicos son a la vez lugares de trabajo, de comercio y de celebración colectiva, vagamente delimitados y reinventados continuamente por los usuarios de acuerdo con sus necesidades cotidianas. Las mujeres y los niños son protagonistas activos de esta constelación de actividades y encuentros, los agentes principales de una vida comunitaria organizada en torno a los ritmos característicos de la reproducción social. Las minorías de distinta extracción étnica y cultural juegan también un papel fundamental en la definición de estos entornos como mosaicos heterogéneos, y a veces contradictorios, de prácticas colectivas. Imagina un conjunto de archipiélagos de centralidad entrelazados, con jerarquías espaciales superpuestas que hacen el territorio difícil de interpretar, comprender y monitorizar. 

Las instituciones estatales y las élites han perdido gran parte de su autoridad sobre esta red de enclaves, que permanecen parcialmente desligados de dinámicas nacionales y globales más amplias. Sus espacialidades giran en torno a los pequeños detalles y necesidades diarias; las relaciones de mayor escala están estructuralmente subordinadas a ellas. Existe la propiedad privada, pero como un régimen no exclusivo, que varía en el espacio y en el tiempo, supeditado a configuraciones más complejas de usos y costumbres que desdibujan los límites entre la posesión individual y la colectiva. En estos lugares la idea misma de lo urbano se sustenta en representaciones, relatos e identidades que emanan de experiencias locales y refuerzan el carácter de los asentamientos como espacios autónomos. Imagina un régimen de urbanización que no está orientado al crecimiento, sino a la autorreproducción de la comunidad, a la creatividad cooperativa y los cuidados, al juego y al placer.

Este libro cuenta la historia de cómo estos aspectos se convirtieron en eso: una mera imaginación. Hoy un número creciente de teóricos críticos, historiadores radicales e investigadores militantes evocan la forma subyacente a muchos de estos fenómenos con un concepto esquivo: los comunes. Descrito como un frente fundamental en las luchas de transformación social, la idea de lo común está en el núcleo de numerosas visiones emergentes para un futuro postcapitalista. Pero en el pasado las configuraciones y los arreglos antes mencionados eran ingredientes esenciales de espacios sociales totalmente reales.

Reflexionando sobre el potencial explosivo de las metrópolis contemporáneas como lugares de encuentro, diferencia y antagonismo, diversos intelectuales, activistas y académicos radicales han presentado la urbanización como un catalizador para el renacimiento de los comunes. Los urbanistas progresistas también lamentan su desaparición y tratan de recuperarlos. Es una triste ironía. Porque, como veremos, el urbanismo y la urbanización capitalista han sido, en realidad, agentes clave en la descolectivización de la sociedad y la destrucción del espacio de los comunes. Esta agencia negativa apenas se ha analizado en las historias y teorías del urbanismo disponibles, que tienden a describir el «proyecto de la planificación espacial» como un esfuerzo bienintencionado para mejorar las condiciones físicas, económicas, medioambientales y sociales de las ciudades. 

Al mismo tiempo, los análisis sobre la apropiación y destrucción de los comunes en las ciencias sociales a menudo ignoran su dimensión geográfica, o presentan los entornos urbanos como contenedores inertes, no como instrumentos activos que pueden ser movilizados para producir o desmantelar formaciones comunales. En otras palabras, se presta poca atención a las mecánicas de desposesión espacial y a cómo determinadas técnicas, procedimientos y órdenes urbanos articulan estos procesos. Esto limita nuestra capacidad para comprender y revertir dinámicas que obstaculizan el supuesto potencial emancipatorio del urbanismo y restringen el despliegue de la urbanización como un proceso de liberación colectiva. 

Este libro combina perspectivas de teoría crítica e historia social para cubrir esas lagunas, utilizando lo común como categoría heurística para analizar el papel de la planificación espacial en la aparición, desarrollo y reestructuración cíclica del capitalismo. Defiende que las luchas en torno a los procesos de reproducción social, la producción de comunes y la desposesión de estos han sido un factor central en la evolución histórica de la urbanización y el urbanismo capitalistas, y explora las implicaciones de esta genealogía para los futuros intentos de reapropiación y resignificación del proyecto de la planificación como instrumento de justicia social.

Algunas de estas ideas requieren una explicación, pues presentan la planificación espacial como un agente histórico dotado de un poder duradero para configurar y dirigir cambios sociales a gran escala. Desde luego, esto no significa que pueda decirse que el urbanismo constituye un esquema holístico prediseñado, una especie de gran conspiración omnicomprensiva. Más bien, la noción de «proyecto» designa aquí un conjunto fluido de prácticas y estrategias con una cierta direccionalidad y coherencia interna en términos de los actores, posiciones, procedimientos y aspiraciones involucrados en sus procesos. Rastrear esta coherencia nos permite identificar secuencias causales y patrones recurrentes en el tiempo. Estudiadas desde la perspectiva privilegiada del presente, estas consistencias aparecen como composiciones de fuerzas diversas, a veces heterogéneas, que orientan el cambio social en una dirección determinada. 

Por supuesto, no soy el primero que sugiere el concepto de planificación o urbanismo como proyecto. La propia formación de la disciplina como un campo de práctica intelectual y profesional se ha basado en el reconocimiento de un hilo conductor de tradiciones y objetivos comunes. Una interpretación explícita y bien conocida en esta línea es la ofrecida por Patsy Healey en su concepción del «proyecto de la planificación» como un esfuerzo colectivo por mejorar las cualidades de los lugares, que adopta distintos métodos y paradigmas en fases sucesivas, pero que también conserva una vocación progresista a lo largo de diferentes etapas históricas. No obstante, a la luz de los análisis que siguen, esta concepción normativa es solo un aspecto de lo que David Harvey ha llamado la «ideología de la planificación»; es decir, tiene más que ver con las aspiraciones de los urbanistas de mentalidad progresista que con el funcionamiento real del urbanismo.

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Este libro explora la urbanización y la planificación espacial de una forma bastante diferente: como esferas y objetos fundamentales de luchas sociales más amplias. Centrándose en un aspecto específico, pero crítico, entiende el proyecto de la planificación como elemento constitutivo de un imperativo sistémico más amplio: la necesidad constante bajo el capitalismo de garantizar una base social coherente ante sus propias fuerzas desestabilizadoras y, más concretamente, de reproducir los estratos populares como clases subalternas. Como veremos, este prerrequisito estructural se manifiesta espacialmente, entre otras formas, a través de la creación de órdenes territoriales basados en distintos procesos de descolectivización, desempoderamiento y desposesión. El capitalismo no solo ocupa el espacio; el capitalismo es un modo de espacialización. Reconfigura los lugares, las ciudades y las regiones de forma incesante y desigual, no solo por objetivos meramente productivos o por un imperativo de acumulación, sino también, más en general, para modelar y reproducir formaciones sociales amplias que proporcionan un soporte vital para el desarrollo económico. 

Bajo su influencia, la propia urbanización se convierte en un vector de colonización de esferas y espacios no capitalistas, cuya existencia dificulta la continuidad del sistema. El conjunto variable pero relativamente coherente de técnicas, planes y estrategias que llamamos urbanismo o planificación espacial juega un papel primordial en este proceso y se convierte así en un ámbito fundamental de organización y lucha en el que tiene lugar un choque entre concepciones opuestas de la reproducción y las relaciones sociales. Para captar toda la complejidad de estos conflictos, este libro aporta una visión panorámica de la urbanización capitalista en Occidente y se centra en combinaciones heterogéneas de agencias, dispositivos, motivaciones y procedimientos que, a pesar de su diversidad, generan consistencias estratégicas en torno a determinadas visiones socioespaciales. Así pues, el urbanismo se presenta como un campo poliédrico y dinámico de diseño espacial y prácticas regulatorias y discursivas que median la urbanización en consonancia con intentos hegemónicos más amplios de sostener el capitalismo en el contexto de procesos de cambio económico y social a largo plazo. En otras palabras: todo plan prefigura un orden social deseado. 

Producir los espacios que sustentan estos órdenes y simultáneamente facilitar las formas de desposesión, desplazamiento y desempoderamiento intrínsecas a la expansión y reestructuración capitalistas: he ahí un imperativo esencial, aunque habitualmente ignorado, de la planificación espacial. Este libro investiga distintas manifestaciones históricas de este proyecto, componiendo un cuadro de actores, enfoques, instrumentos y modelos que, a pesar de su heterogeneidad, comparten una característica crucial: utilizan el espacio para «descomunizar» la sociedad, es decir, para neutralizar, erosionar o subsumir los comunes y las formas populares de autorreproducción, facilitando así la consolidación de nuevos regímenes económicos y políticos.

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