El dinosaurio todavía estaba allí

Raquel Martos: "Las librerías las cerramos los lectores cuando dejamos de ir a ellas"

La periodista y escritora Raquel Martos.

“La cultura es la columna vertebral de nuestra civilización”, afirma Raquel Martos. La periodista, guionista y escritora considera que estamos inmersos en una carrera de velocidad que no nos permite “trazar un plan sereno”, que nos marca el paso y que tiene desbocados a todos los sectores. El del libro, y en particular las librerías, tiene fiada su supervivencia al compromiso de los lectores tanto con la literatura como con los locales en los que esta se ofrece a la ciudadanía: “Las librerías las cerramos los lectores cuando dejamos de ir a ellas”.

Para Martos son muy relevantes porque funcionan como punto donde convergen los amantes e implicados en la escritura. Y le gustaría que así fuera el futuro: “Hay muchas librerías, generalistas o especializadas, grandes y pequeñas, algunas que alojan a clásicos y otras a nuevos autores, otras que lo tienen todo, las hay en las grandes ciudades y también en los pueblos pequeños. Son librerías llenas de lectores y dentro hay libreras y libreros que les ayudan a elegir. Lo que acabo de contar suena a cuento de hadas, solo hay que ver cuántas cierran”.

Durante su polifacética carrera ha formado parte de programas como El hormiguero, ha trabajado en diferentes emisiones de radio y es autora de diversas publicaciones y tres novelas: Los besos no se gastan (2012), No pasa nada y si pasa, se le saluda (2013) y Los sabores perdidos (2019). Dice que su ritmo de publicación es muy tranquilo: “La escritura es un lujo emocional y creativo que puedo permitirme y que compagino con mi trabajo, cada publicación me pesa más en el corazón que en la cartera”.

En la actualidad es colaboradora habitual del programa de radio Julia en la Onda y columnista en infoLibre. Reconoce que en la situación actual, inmersos en el inicio de una quinta ola de coronavirus, no acaba de ver la salida: “Seguimos surfeando olas… Ojalá, como muchísimo, no pasemos nunca de siete, que es el número de olas que viajan siempre en grupo según dicen los que conocen bien el mar”. Y reflexiona sobre las consecuencias de la pandemia: “Tengo miedo de las secuelas económicas, sociales, emocionales y psicológicas que van a quedarse con nosotros. Aunque también tengo esperanza, siempre hay un antes pero siempre hay un después.”.

La pandemia ha generado un cambio social e individual a todos los niveles pero cree que aún no podemos saber la magnitud de las repercusiones: “Lo que ha cambiado de cada uno de nosotros creo que todavía no lo sabemos. El tiempo nos dirá más sobre quiénes somos después de este palo. La vida no tiene una sola cara, estamos viviendo tiempos difíciles pero incluso en los peores siempre cae alguna risa y en los mejores siempre cae alguna lágrima, como siempre caía Kant en la selectividad noventera”.

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Los comportamientos de la sociedad en el último año y medio le generan sentimientos contrapuestos. “Me enorgullezco”, dice, “de quienes han practicado la responsabilidad, la compasión, la empatía, quienes se han esforzado y hasta se han jugado la salud y la vida por otros y me avergüenzo de los que se han entregado al egoísmo, el individualismo y han cerrado los ojos al dolor de los demás. Y un auténtico bochorno esa falta de unidad política en la peor de las situaciones”.

En una entrevista en este medio en el verano de 2020, al ser preguntada sobre si creía que saldríamos de esta situación siendo mejores o peores personas, respondía: “Saldremos como podamos, que no es poco. Pero intentemos no salir mala gente, que ya hay suficiente”. Martos mantiene esa respuesta a día de hoy y añade: “Sería capaz de tatuármela si no fuera tan larga”. Y mira hacia adentro: “Seguro que yo podría haber hecho mucho más por los demás, pero estoy satisfecha de no haber perdido en ningún momento la conciencia de que no vivo sola, que otras personas pueden pagar por mis irresponsabilidades. Creo, honestamente, que he sido fiel a mis valores y a mi sentido de lo que significa vivir en comunidad”.

Ella se considera una persona “no solitaria, pero sí reticente a las multitudes" y saborea "con más intensidad la calma de los espacios naturales y abiertos”. Si pudiera volver atrás en el tiempo hasta el inicio del confinamiento, la periodista tiene claro que se invitaría a sí misma a buscar un sitio cerca del mar donde pasar los meses posteriores, con mucho verde alrededor y una cabañita “tipo Robinson Crusoe”… pero con wifi.

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