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La aventura de Susana y Eduardo: dos meses atrapados en Vietnam por el coronavirus para poder adoptar a su hija

Eva Baroja

Antes de verle la carita, Susana y Eduardo ya la querían con locura. Llevaban mucho tiempo preparando el viaje a Vietnam, pero su experiencia no tuvo nada que ver con la de otros padres adoptivos. Les entregaron a la niña rápido y corriendo, junto a un papel en vietnamita en el que solo ponía que comía sopa fina y las horas a las que dormía. Todo por culpa del coronavirus. Para estos padres cántabros, la llegada de My a su familia iba a suponer una aventura que les dejaría atrapados dos meses en un país desconocido, con dos niñas pequeñas y en medio de una pandemia mundial.

A principios de marzo, este matrimonio de Castro Urdiales cogió un vuelo junto a su hija Elba, de apenas siete años, para ir a buscar a My, que les esperaba a 10.000 km de distancia. “Teníamos muy claro que Elba tenía que viajar con nosotros porque queríamos hacerla partícipe del nacimiento de su hermana. Si yo hubiese estado embarazada, ¿no vendría a veme al hospital?”, se pregunta Susana. En aquel momento, nadie les avisó de que podría haber problemas por culpa del virus. Tampoco ellos lo pensaron. En España, había pocos casos y la pandemia todavía no había revolucionado nuestras vidas. Sin embargo, nada más aterrizar en Hanói, la capital, percibieron que Vietnam no era ese país de las sonrisas del que les habían hablado. Se respiraba entre la población un ambiente apático y hostil, influido por el miedo a que los turistas extranjeros pudiesen contagiar el virus. Dos días después, cuando todavía no se habían acostumbrado al ruido incesante de las motos y al cielo encapotado por la contaminación, los tres juntos pusieron rumbo a Ho Chi Minh, la ciudad al sur del país en la que estaba el orfanato de My.

El covid-19 hizo que el encuentro con su hija no se pareciese en nada al que habían imaginado tantas veces en su cabeza. No pudieron, ni siquiera, como otros padres, entrar dentro del orfanato para conocer el lugar en el que se había criado su hija. Esperando, nerviosos, junto a la verja, no querían perderse nada, así que sacaron los móviles y pusieron el zoom al máximo para verla llegar hasta donde estaban ellos: My llevaba un traje de ceremonia que al día siguiente tendrían que volver a ponerle para legalizar la adopción ante el gobernador civil: “Nos la entregaron en la puerta, la cogimos en brazos y nos montamos en el coche rápidamente, parecía un secuestro”, recuerda Eduardo con una media sonrisa. En un primer momento, las niñas estaban muertas de miedo y empezaron a llorar, pero el agobio duró muy poco: el tiempo que su hermano tardó en darle la manita y en regalarle el peluche que le había comprado en el aeropuerto. Como le habían aconsejado, Susana se había puesto lentillas y había cubierto su melena rubia con una cinta negra para no asustar al bebé, pero My estaba tranquila. Cuando volvían del orfanato, en los asientos de atrás del coche, Eduardo y Elba no podían dejar de mirar a My mientras se balanceaba en los brazos de su madre. Era como si hubiesen estado juntos toda la vida.

Elba y My abrazadas nada más volver del orfanato.

El viaje se complicó una semana después. Seguían en Vietnam esperando el visado de la pequeña My para regresar a España, pero justo el día en el que se lo dieron, cerraron las fronteras: “Nos llamaron desde la agencia para decirnos que acababan de cancelar todos los vuelos y que no podíamos salir de allí. Fuimos a la embajada en busca de ayuda, pero no había ningún tipo de plan ni apoyo económico. Nos dio la sensación de que estábamos solos y de que nos teníamos que buscar la vida”, explica Eduardo. De repente, se vieron atrapados en un país que empezaba a aplicar medidas cada vez más severas para evitar la propagación del virus, sin tener ninguna certeza y sin saber cómo y cuándo podrían volver a casa.

Se decretó el confinamiento y mientras encontraban una solución, convirtieron un pequeño hotel de Hanói en su campamento base. Allí pasaron tres semanas entre juegos, disfraces, manualidades y todo tipo de actividades improvisadas para entretener a las niñas, pero también con mucha tensión y preocupación. Susana y Eduardo pasaban horas gestionando vuelos que acababan cancelados, buscando conexiones, hablando con los medios y en constante comunicación con sus familiares en España, donde las cifras de fallecidos eran escalofriantes: “Antes de derramar lágrimas por nuestra situación en Vietnam yo lloraba por mis padres y mis hermanas, tengo mucha familia en Madrid y estaba preocupada”, reconoce Susana. Además, era difícil explicarle a su hija mayor todo lo que estaba pasando: “Un día nos preguntó si íbamos a morir todos”, añade.

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Esta familia vio su oportunidad en un vuelo de repatriación destino París que fletó el Gobierno vietnamita, con un precio de 1.000 euros por cabeza. Durante los últimos días, ya sin confinamiento, pudieron acercarse a un Vietnam completamente distinto. Todo volvía poco a poco a normalidad y las sonrisas, ahora sí, se intuían debajo de las mascarillas: “Era una gozada pasear por el centro porque había ambiente festivo, música en los bares, gente haciendo ejercicio... No había turistas, todos eran del lugar y ya nos miraban de otra manera porque sabían que estábamos sanos”.

La familia Díaz-Agero Perrino manda ánimos a España desde Vietnam.

Según cuentan a infoLibre, esta aventura les ha servido para salir fortalecidos como familia, pasar tiempo de calidad juntos sin estar pendientes de las rutinas y del reloj y descubrir a My. Esto es algo que todavía no han podido hacer sus abuelos, tíos y primos, que solo la han visto reír y saltar a través de las videollamadas. Susana y Eduardo ya cuentan los días para pasar a la fase 3 y poder, por fin, presentarles al nuevo miembro de la familia Díaz-Agero Perrino. Ella es una superviviente, pero para sus padres la verdadera heroína de la familia ha sido Elba, quien a pesar de su corta edad y de las circunstancias tan difíciles, ha sido capaz de sobrellevar muy bien la situación: “Ha tenido que lidiar con emociones de todo tipo: la llegada de una hermana nueva, un país extranjero, una pandemia y ver a sus padres discutiendo y muy nerviosos. Si no hubiese sido por ella, todos los problemas nos habrían desbordado muchísimo más. Es una valiente”.

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