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'La creación de las aves' de Remedios Varo, una alegoría de la pintura entre la alquimia, la ciencia y los sueños

Samuel Martínez | Sara Rubayo

La pintora Remedios Varo (España, 1908 - México, 1963) nació en el pequeño pueblo gerundense de Anglés —poco más de 1.600 habitantes cuando nació la artista—, muy cerca del río Ter y no lejos de la zona volcánica de La Garrotxa. A pesar de no poseer esa solera marítima, veraniega y pintoresca del Cadaquès en el que se crió el gran exponente del surrealismo, Salvador Dalí, sí que tiene una mística que acompañó a Varo durante toda su vida. La historiadora del arte y divulgadora cultural Sara Rubayo explica que, por muy lejos que la llevaran sus viajes y, en especial, su exilio en México, esas tierras catalanas siempre la acompañarían y alimentarían su creatividad. La creación de las aves es uno de los cuadros cumbres de la pintora y, aunque parezca mentira, lo que el espectador puede ver en él es un autorretrato o, dicho de otro modo, la visión de Remedios Varo de cómo es la creación artística en sus propias carnes. “Para ello nos brinda una alegoría muy bonita a medio camino entre el mundo onírico y la alquimia”, tercia Rubayo. Pero, ¿en qué consiste esa alegoría? Y, sobre todo, ¿cuál es el mensaje final que nos quiere transmitir?

La creación de las aves”, sitúa la divulgadora, “podemos encontrarla en el Museo de arte moderno de Ciudad de México y lo enmarcamos en un claro surrealismo, aunque con fuerte carácter simbólico”. El espectador encontrará en él un tratamiento del arte “fantasioso y onírico” y ese es, precisamente, uno de los sellos de la artista. Por otra parte, es muy fácil encuadrar la pieza en la producción de otras pintoras contemporáneas a Varo. Como ella, también Artemisia Gentileschi, de quien ya hemos hablado en La Galería, y otras tantas “se autorretrataron con la misma idea”. Pero, en este caso, Varo va más allá y “se transforma a ella misma, a la propia artista, en un ser mágico creador medio humano medio lechuza”, aunque quizás sea la propia autora disfrazada del pájaro.

La ciencia, la alquimia y la magia, tan habitualmente peleadas y habituadas a convivir la una lejos de las otras, se dan cita en La creación de las aves. Varo las entremezcla “para crear diferentes pájaros a los que les da el don del canto o la música gracias al violín que le cuelga del cuello”. Utiliza una paleta de colores primarios para pintar los pájaros a los que más adelante les da vida con la luz de las estrellas que entra por la ventana. “Así, esos colores se canalizan al atravesar su lupa triangular”, matiza Rubayo. A medida que los pájaros cobran vida, echan a volar por la ventana como si regresasen a su hábitat o, como señala la historiadora del arte, “a su origen primigenio”. Además, esa mezcla entre la alquimia y la ciencia también la encontramos tanto en la disposición de los muebles de la habitación, como en los objetos que rodean a la lechuza. “Es un mix entre el estudio de un pintor y el laboratorio de un científico, envuelto de un aire místico y casi mágico”, resuelve. En La creación de las aves, la artista insiste en algo que ya la había inspirado en otros momentos de su trayectoria: “Varo pinta cómo el artista dota de vida a las figuras que representa y cómo esa vida trasciende más allá de su soporte”.

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“Una hechicera que se fue demasiado pronto”

Obras como la que presenta La Galería esta semana convierten a Varo en una referencia en el surrealismo de todos los tiempos. Y no es que lo diga Sara Rubayo, que también, es que lo dijo el padre del movimiento, André Bretón. A la muerte de la pintora española, el francés exclamó: “El surrealismo reclama toda la obra de una hechicera que se fue demasiado pronto”. En pocas palabras, explica la divulgadora, “el surrealismo indaga en el subconsciente atravesando mundos de fantasía donde la lógica y la racionalidad no tienen cabida”. Sin embargo, por muy surrealista que fuera, la obra de Varo está íntimamente intrincada con las experiencias que vivió durante su vida, especialmente con todos los viajes que realizó y con su migración a México, donde finalmente estableció su casa.

“En el país azteca se instaló huyendo de la guerra”, subraya Rubayo, “y consiguió hacerse un hueco no solo en el ecosistema artístico mexicano, sino que también en Estados Unidos”. Antes, empero, había formado parte del boom cultural madrileño junto con sus compañeros de la Real Academia de Arte de San Fernando y se codeó con alumnos de la Residencia de Estudiantes como Dalí, Lorca u otra gran surrealista, Maruja Mallo. Aquel meollo intelectual dio grandes frutos, pero el estadillo de la guerra obligó a que eso sucediera o bien antes del conflicto, o bien lejos de las fronteras. Y de eso, Varo, cuya producción en México fue muy notable, es uno de los mejores ejemplos.

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