Las lágrimas de Reeves y los dilemas de la “izquierda restrictiva” europea

Las lágrimas de Rachel Reeves en el Parlamento británico ilustran las tensiones que atraviesa la "izquierda restrictiva" europea. Tras aplicar recortes sociales por 4.800 millones de libras en un gobierno que combina restricciones migratorias con promesas de fortalecimiento del Estado de bienestar, la crisis de la ministra de Economía da cuenta de las contradicciones inherentes a este nuevo paradigma socialdemócrata. La paradoja es clara: se endurecen las políticas migratorias para supuestamente proteger a las clases trabajadoras, pero se abraza una austeridad que recorta las ayudas de las que dependen esos sectores que se pretenden resguardar. Las lágrimas de Reeves después de que la líder conservadora Kemi Badenoch la acusara de ser "escudo humano de la incompetencia de Starmer" revelan las fracturas profundas generadas por esta deriva. Un episodio que condensa los dilemas de una socialdemocracia que busca reconciliar restrictivismo migratorio con progresismo social, pero que termina aplicando recortes para financiar políticas a todas luces ineficaces para neutralizar el ascenso de la ultraderecha.

El 12 de mayo de 2025, durante la presentación del Libro Blanco sobre Inmigración en Downing Street, Keir Starmer pronunció una frase impensable hace años en boca de un líder laborista: "sin reglas justas de inmigración, corremos el riesgo de convertirnos en una isla de extraños". Esta declaración, acompañada de medidas como duplicar el período mínimo para obtener la residencia permanente, marca un punto de inflexión. Starmer forma parte de una nueva corriente que está redefiniendo las coordenadas ideológicas socialdemócratas, que combina políticas económicas progresistas con posturas migratorias restrictivas. Su estrategia busca competir con Reform UK de Nigel Farage, que lidera las encuestas con un 32% frente al 22% laborista, según Freshwater Strategy. Esta deriva ha dividido al laborismo, generando críticas internas que califican el plan como "peligrosa vergüenza nacional" mientras sectores empresariales advierten de su impacto negativo en una economía con 130.000 vacantes solo en el sector sociosanitario.

El fenómeno trasciende fronteras y configura una “izquierda restrictiva” bajo influencia directa del “Blue Labour”, que entremezcla conservadurismo cultural y progresismo económico. Esta corriente rompe con los paradigmas tradicionales de la socialdemocracia europea, que históricamente ha vinculado internacionalismo y justicia social. Los partidos de esta nueva tendencia argumentan que la inmigración descontrolada constituye una amenaza para las clases trabajadoras autóctonas, cuyas condiciones se ven afectadas por la competencia de mano de obra más barata. En una biografía de 2019 publicada antes de convertirse en primera ministra de Dinamarca, Mette Frederiksen sostiene como "resulta cada vez más claro que el precio de la globalización no regulada, la inmigración masiva y la libre circulación de trabajadores lo pagan las clases bajas". Una reformulación ideológica que busca recuperar electorados tradicionalmente progresistas que se han visto afectados sus derechos laborales y expuestos a transformaciones culturales aceleradas.

El caso danés constituye un hito de esta deriva de la socialdemocracia. Frederiksen ha logrado neutralizar electoralmente a la extrema derecha al tiempo que apuntala un modelo de Estado del bienestar robusto. Su fórmula combina políticas sociales expansivas —jubilación anticipada, inversión en sanidad y educación, mayores impuestos a los ricos, etc.— con medidas migratorias que han conseguido reducir los flujos de llegadas al país. Desde su llegada al poder, Dinamarca ha endurecido los criterios de asilo, exigiendo exámenes de lengua e historia danesa, restringido las ayudas públicas a inmigrantes y acelerado las deportaciones. Los resultados electorales avalan esta estrategia, ya que el ultraderechista Partido Popular Danés, que alcanzó el 21% de votos en junio de 2015, se desplomó al 8,7% en junio de 2019 y al 2,6% en noviembre de 2022. La experiencia de Frederiksen inspira a otros líderes socialdemócratas europeos, que valoran adoptar el modelo “danés” para hacer frente al auge de las derechas continentales.

La adopción del “socialismo restrictivo” no está exenta de riesgos y limitaciones. La competición con la extrema derecha en su propio terreno suele ser contraproducente, como demuestra la persistente ventaja de Reform UK sobre el laborismo en las encuestas.

La transformación de Starmer sigue un patrón similar, aunque enfrenta desafíos específicos al contexto británico. El laborista ha ejecutado una deriva que contrasta con el internacionalismo histórico de su partido, emulando algunos eslóganes del Brexit para "recuperar el control de nuestras fronteras". Estas medidas incluyen la creación de una "Unidad de Retorno y Ejecución" para gestionar deportaciones, refuerzo de la vigilancia fronteriza y eliminación del derecho de residencia permanente tras cinco años en el país. La Office for Budget Responsibility ha advertido que la inmigración es "netamente beneficiosa" para la economía, mientras sectores como la sanidad pública —que Starmer promete fortalecer— dependen de trabajadores extranjeros. La paradoja del starmerismo reside en promover crecimiento económico y restringir uno de sus motores, evidenciando contradicciones inherentes a este nuevo paradigma progresista.

La adopción del “socialismo restrictivo” no está exenta de riesgos y limitaciones. La competición con la extrema derecha en su propio terreno suele ser contraproducente, como demuestra la persistente ventaja de Reform UK sobre el laborismo en las encuestas. La experiencia europea también sugiere que cuando los grandes partidos adoptan discursos restrictivos, a menudo legitiman y amplifican posiciones de la derecha radical, apuntalando la normalización del discurso populista. Por otra parte, esta estrategia genera brechas internas tanto en el Reino Unido como en Dinamarca. La reciente crisis de Reeves ilustra cómo las bases más progresistas expresan un malestar creciente ante políticas que estiman incompatibles con valores socialdemócratas, al igual que ocurre en el contexto danés. Finalmente, la sostenibilidad a largo plazo de este modelo plantea interrogantes sobre su impacto en la cohesión social europea y su capacidad para ofrecer respuestas efectivas a desafíos globales —desde el cambio climático hasta las cadenas de suministro— que requieren cooperación internacional en lugar de repliegue nacional.

En las democracias occidentales la competencia electoral se articula cada vez más en torno a cuestiones identitarias y culturales. Starmer, Frederiksen y otros líderes como el ex primer ministro sueco Stefan Löfven —quien llegó a amenazar con usar el ejército contra la delincuencia vinculada a la inmigración— han adoptado este marco, convencidos de que la alternativa es la irrelevancia política. Su apuesta consiste en demostrar que es posible mantener valores progresistas en lo económico y en lo social mientras se abrazan posiciones restrictivas en materia migratoria. Los primeros resultados plantean serias dudas: Starmer no logra frenar el auge ultra mientras su gobierno enfrenta resistencias internas que evidencian la dificultad de conciliar austeridad con promesas de refuerzo del Estado del bienestar. El éxito o fracaso de este experimento determinará no solo el futuro de la socialdemocracia, sino la capacidad de la UE para gestionar desafíos del siglo XXI que requieren cooperación internacional —y no repliegue nacional— sin renunciar a sus tradiciones democráticas y humanitarias.

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David Alvarado es Doctor en Ciencia Política, profesor universitario, periodista y consultor.

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