¡La banca siempre gana! Helena Resano
Guillermo López, profesor de Economía en el IES Prado de Santo Domingo de Alcorcón, ha sido advertido, primero verbalmente y luego por escrito, de que no puede llevar en la escuela una camiseta del Club Deportivo Palestino con los colores del país (aquí toda la información).
En la carta se llega a decir que como servidor público debe "acatar los valores de la Constitución y del ordenamiento jurídico español". ¿Acaso el derecho a la vida o a la integridad física no está amparado por la Constitución? Por no hablar de la libertad de expresión o de otras consideraciones jurídicas como las que expone el abogado Javier Flores en el citado artículo.
A este despropósito se une el borrado de la bandera palestina que pintaron unos niños con tiza en un colegio de Malasaña, o las órdenes de cese de actividades relacionadas con Palestina que han recibido colegios de la Comunidad de Madrid. ¿Qué tipo de educación es aquella que pretende que sus estudiantes sean ajenos al genocidio?
Todo esto ocurre en la tierra de la libertad. La misma que iza como bandera la derecha ayusista cuando se trata de tomar cañas o recibir al equipo israelí en la Vuelta Ciclista a España. Ya no hay que acudir a las consabidas disyuntivas entre libertad o igualdad para desmontar el argumento. Es tan sencillo como entender dónde acaba esa libertad: en un mural pintado con tiza, en una camiseta de un profesor, en las clases en defensa de los derechos humanos que imparten los docentes.
Una idea de libertad que ni siquiera descansa ya en ese absurdo de ausencia de reglas, como ha venido proponiendo el neoliberalismo hasta ahora. Las reglas existen, ya lo creo, y se aplican con mano de hierro (y sin guante de terciopelo) para advertir a un profesor de que no puede llevar una camiseta o para perseguir a quienes se oponen a un posicionamiento político, en este caso el de la presidenta Ayuso, que aún no consigue pronunciar la palabra genocidio.
Es tan sencillo como entender dónde acaba esa libertad: en un mural pintado con tiza, en una camiseta de un profesor, en las clases en defensa de los derechos humanos que imparten los docentes
Más allá de los hechos concretos, estos episodios y otros similares evidencian la ausencia de definiciones desde ópticas progresistas de algunos conceptos clave. Son muchos: ¿qué significa hoy la seguridad para los progresistas, qué dimensión tiene la gran olvidada de la revolución francesa, la fraternidad? ¿Qué idea del poder explica la sociedad actual y cuál es la que se maneja desde la izquierda? Y, por supuesto, ¿qué concepto de libertad es el que puede ayudar a construir una propuesta liberadora y acabar con esa falacia que es la ausencia de reglas?
Sin estos conceptos básicos pensados desde ópticas progresistas, las distintas propuestas ideológicas de las izquierdas caminan cojas, sin hacer pie en una realidad en la que no consiguen ofrecer una alternativa que convenza. Si la libertad de tomar cañas termina en el más férreo ejercicio del poder para silenciar la lucha contra el genocidio, y al mismo tiempo es capaz de convencer a una parte importante de la ciudadanía, es, en buena medida, porque no existe una idea de libertad alternativa, atractiva y liberadora, que sea entendida y compartida por amplios sectores sociales.
Donde digo libertad, digo también seguridad, democracia, fraternidad, poder… y, por supuesto, migración. La gran cuestión que comparten los votantes de la ultraderecha, como se muestra aquí. La duda vuelve a ser la misma: ¿cuál es la propuesta progresista para gestionar el fenómeno migratorio? En política, y en aspectos ideológicos de forma especial, el espacio vacío no existe. Si alguien lo deja, inmediatamente otro lo ocupará. Pocas cosas más urgentes tienen que hacer hoy las fuerzas progresistas, en lugar de mirar encuestas día sí y día también y abrazar la idea de la inevitabilidad de la derrota.
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