¡La banca siempre gana! Helena Resano
¿Quién no ha escuchado a una madre decir eso de "Si tu amigo se tira de un puente, tú también"?
La respuesta de un adolescente o de un integrante del gobierno de Donald Trump sería: "¡Sí, claro!".
Esta pregunta retórica pone en la palestra cómo para los adolescentes intentar encajar en el grupo es crucial e incluso más importante que el daño que puedan causar o causarse. El entorno de este tirano de Temu no parece haber pasado aún de esta etapa adolescente en la que el mundo exterior y cualquiera que no piense como ellos mismos les parece una amenaza a eliminar.
La política estadounidense se ha transformado en una sustitución de la realidad al antojo de un ególatra, un Trump antojo de alguien que no admite un no por respuesta. El subcampeón del premio Nobel de la Paz, un premio con unos ganadores que no desmerece al Premio Planeta, ya dio muestras de no saber aceptar una derrota en el fallido asalto al Capitolio de sus locos seguidores tras perder las elecciones frente a Biden.
Pero los votantes estadounidenses, en un alarde de suicidio colectivo digno de los lemmings que se dirigen en masa al barranco, han vuelto a darle todo el poder de su país al acosador, al bully, al hijo mimado del director del colegio que te amenaza con quitarte el bocadillo en el recreo si no haces lo que se le antoje, lo mismo que acaba de hacer Trump condicionando la ayuda a Argentina a la victoria en las próximas elecciones de su perro faldero Milei.
Nada nuevo. Ya es una tradición en Estados Unidos, desde los tiempos del Salvaje Oeste, convertir al forajido en sheriff. Lo hemos visto en multitud de westerns y, spoiler, no suele tener un final feliz.
Para esta nueva andadura presidencial, el autoproclamado faraón de EEUU ha seguido al pie de la letra el consejo que nuestra Faraona, Lola Flores, le dio a Remedios Amaya cuando fue a Eurovisión: que se rodeara de muchos palmeros.
El subcampeón del premio Nobel de la Paz, un premio con unos ganadores que no desmerece al Premio Planeta, ya dio muestras de no saber aceptar una derrota en el fallido asalto al Capitolio
El presidente del país cada vez menos poderoso de la Tierra ha transformado la Casa Blanca en una corte de bufones y Meninas –hijas de familia bien–, con currículums que caben en unos Post-its, instalados en la estulticia y en la soberbia y rodeados de dorados, mármoles y brilli brilli al más puro estilo casino de Las Vegas que haría las delicias de Velázquez si tuviera que retratarlos.
Esta segunda presidencia de Trump sólo ha beneficiado a… el propio Trump y su entorno.
Su legislatura está siendo lo más parecido a una mudanza: un hacer caja constante. El patrimonio de Donald se ha disparado –nunca mejor dicho– en Estados Unidos, de 4.400 a 7.700 millones de dólares en apenas un año. Trump ha transformado el gobierno de su país en una, como confirman distintos economistas estadounidenses, "plataforma de enriquecimiento personal" que deja en simples aficionados a algunos de sus firmes partidarios en nuestro país como Santiago Abascal o Cristobal Montoro.
El agente naranja, parte del programa de guerra química que el ejército estadounidense usó en la guerra de Vietnam, destruía todo a su paso para que los enemigos no tuvieran sitio en el que protegerse.
Política de tierra quemada que provocó millones de afectados con graves problemas de salud, obligó al exilio y la pobreza a gran parte de la población y unos daños ecológicos incalculables.
Una metáfora nada sutil de lo que el agente naranja que está al mando en Estados Unidos está provocando en su propio país.
Hemos pasado de la propuesta de sofocracia, el gobierno de los más sabios propugnado por Platón, a la idiocracia más absoluta. Un niño mimado, que monta pataletas si le llevan la contraria, está llevando a su país y quién sabe si al mundo a otra Edad Oscura.
Parafraseando el nombre de la famosa serie:
Orange is the new black.
Para finalizar, un dato curioso y revelador:
El otro Donald enojado y gruñón más famoso de Estados Unidos, el pato creado por Disney, comenzó hablando normal y poco a poco fue cambiando su voz a un graznido en el que no se entendía nada de lo que decía, pero tampoco hacía falta.
La comparación es inevitable.
Todos sabemos que en el caso de los dos Donalds, lo que dice no tiene importancia, todos entendemos a qué se refiere sin necesidad de entender su verborrea que no dice nada.
Ya lo escribió el poeta norteamericano James Whitcomb Riley: “...si camina como un pato, nada como un pato y grazna como un pato, es un pato”.
Igual por eso el pato Donald ha acusado a Antifa, un movimiento político claramente antifascista y antirracista, de ser una organización terrorista.
Si grazna como un pato…
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