La indignación que antes conducía a la indiferencia ahora conduce a la ultraderecha

La realidad es desalentadora, sobre todo si miras hacia la política, donde todo parece tenebroso, muy pocos parecen honrados y el cinismo abunda: por ejemplo, a las personas de a pie se las controla de un modo férreo y Hacienda tiene un ojo en cada casa que cuenta cada moneda que entra por la puerta y reclama su parte, mientras a los cargos públicos se les deja campar a sus anchas por las cloacas del sistema, por lo que se ve en los interminables casos de corrupción que salen a la luz y la llenan de oscuridad, y llevarse fajos de billetes como quien al pasar por la recepción de un hotel coge un puñado de caramelos de los que pone ahí la dirección para agasajar a los clientes. Cualquiera que haya llevado a cabo un trabajo subvencionado por cualquier entidad pública sabe que un ayuntamiento, ministerio o instituto oficial te exige o consulta directamente, antes de pagarte, una documentación que incluye certificados de estar al corriente de tus obligaciones tributarias y con la Seguridad Social, otro de titularidad de la cuenta donde se ingresará el dinero, una factura lógicamente numerada que sea recogida en una contabilidad personal que te puede ser requerida en el futuro y algunos requisitos legales más. Cuando, después de aportar todas esas garantías, lees que un ministro, tesorero o secretario de organización se ha llevado cifras mareantes, dicen que sin que nadie le viera ni él pasara ningún filtro, te das cuenta de que nada cuadra.

Estas evidencias y muchas más, por ejemplo y por ser una de las noticias de moda, la que ofrece el caso Ábalos, Cerdán y Koldo, tres eran tres las hijas de Elena, tres eran tres y ninguna era buena, y que ha destapado el secreto de que mientras a los ciudadanos normales se les ponen normas que limitan cada vez más el uso de dinero en efectivo, resulta que el Congreso, el Senado y los principales partidos reparten entre sus miembros cantidades en metálico, supuestamente para devolver gastos producidos en los viajes de trabajo. Cómo no se va a indignar la gente.

Mientras a los ciudadanos normales se les ponen normas que limitan cada vez más el uso de dinero en efectivo, resulta que el Congreso, el Senado y los principales partidos reparten cantidades en metálico

El problema es que esa indignación antes conducía a la indiferencia y ahora conduce a la ultraderecha, sobre todo a los jóvenes, si es que no mienten los sondeos. Es verdad que los altavoces son muchos y las consignas que salen por ellos resultan desalentadoras, puro veneno para los oídos; y que quienes viven de los ríos revueltos no paran de mover el agua; y que el ruido y la furia han puesto en todas las bocas la palabra polarización; y que hay quien ha sabido vender su discurso de odio a buen precio; y que aquí se han blanqueado demasiadas cosas, tal vez por eso el rey emérito se ha animado en sus memorias a blanquear a Franco, el dictador que ahora resulta que les cae simpático a los adolescentes. Todo eso es así, pero no se entiende que el resto sea invisible y no se les vea el plumero a quienes viven a Dios rogando y con el mazo dando. El Partido Popular, que da lecciones de honradez mientras es juzgado por diferentes casos de corrupción, habla siempre en tono despectivo de “los socios” del Gobierno, mientras no rompe su alianza con una formación, Vox, de la que saltan altos cargos y figuras de primera línea, como Olona, Ortega Smith, Espinosa y otros, pero no lo hacen por diferencias ideológicas o algo por el estilo, sino acusando a Abascal y su núcleo duro de robar a manos llenas cantidades destinadas a la financiación del partido: Olona ha llegado a hablar de la apropiación de más de doce millones de euros. ¿Ese sí que es un socio? Es la pregunta a la que no va a responder Alberto Núñez Feijóo.

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