VIOLENCIA SEXUAL
Una denuncia contra Adolfo Suárez y cuatro décadas de dolor: "Él se llevó el secreto a la tumba, pero yo no"
"Eran los años ochenta, era impensable denunciar algo así. Y menos cuando el autor era un hombre como él". Habla Ariadna (nombre ficticio), la mujer que ha decidido dar el paso de hacer pública la denuncia formal presentada contra Adolfo Suárez González como supuesto responsable de un delito de violencia sexual continuada a principios de los ochenta. El proceso de reconocerse como víctima ha sido gradual en los últimos cuarenta años: primero fueron las profesionales quienes pusieron nombre a la violencia sufrida, después fue ella misma quien tuvo que aprender a hacerlo y ahora llega el último paso, el de la constatación del daño a través de la denuncia formal.
Su relato es, en realidad, un reflejo de cómo el trauma impacta en las víctimas de violencia sexual, atravesadas por el miedo, la culpa y la vergüenza. No hay ninguna anomalía en su narración. Al contrario: su historia es la de muchas otras. Lo único diferente en este caso es que el presunto agresor es uno de los considerados prohombres de la historia de la democracia.
"Tenía 17 años, ni se me pasó por la cabeza denunciar. Sólo quería tirar con mi vida como pudiera y lo hice con muchísimos problemas", comparte la víctima en conversación con infoLibre. Ariadna decidió dar el paso de denunciar al expresidente el pasado 9 de diciembre de 2025 por unos hechos sucedidos, según su relato, entre 1982 y 1985. La Policía Nacional, tras recibir la denuncia, la remitió a los juzgados de Plaza de Castilla en Madrid, donde según informa EFE está pendiente de reparto a un juzgado concreto.
Formalizar la denuncia ante las autoridades es un paso casi simbólico para la víctima, consciente de que el recorrido en términos jurídicos es prácticamente nulo. Entonces, ¿por qué ahora? Ella misma lo resuelve: "Denunciamos cuando podemos, no cuando queremos".
El silencio como sinónimo de supervivencia
Las dificultades iniciales a la hora de identificar la violencia, así como la consiguiente reticencia a denunciar, es en realidad un mecanismo de respuesta habitual en las víctimas de violencia sexual. Lo explica la psicóloga Bárbara Zorrilla, especializada en violencia contra las mujeres. "Es importante tener en cuenta el coste de denunciar, con esa edad y en esa época", introduce la profesional. Pero también hoy. "Las mujeres siguen alegando actualmente las mismas razones para no denunciar: el miedo, el coste social y familiar, la posibilidad de no ser creída, la vergüenza y la idea de que somos las responsables de despertar la respuesta sexual en el hombre. Todo eso genera una culpa y una vergüenza" que limita a las mujeres a la hora de dar el paso de formalizar una acusación, más cuando se trata de una "persona con una reputación intachable", como la de su presunto agresor.
Coincide Bárbara Tardón, doctora en estudios de género y especialista en violencia sexual. El coste de denunciar es altísimo, especialmente en aquel momento, asiente. No sólo era plena Transición, sino que hasta 1989 la violencia sexual ni siquiera estaba reconocida como delito cuando sucedía dentro del matrimonio. "La violencia sexual estaba totalmente normalizada, más en un contexto en el que existían unos hombres modélicos que eran intocables y no había ningún tipo de garantía de protección", traza en conversación con este diario. Por eso, argumenta la experta, "tenemos poquísimos casos de violencia sexual en esa época". En esas condiciones, "¿quién se va a atrever a romper el silencio?".
Comparte diagnóstico la psicóloga Alba Alfageme, especializada en violencia machista. "El propio contexto es un elemento disuasor clarísimo. Cuando no hay otros espejos donde mirarte, es muy difícil dignificar esa experiencia", así que no resulta llamativo que "el contexto ahogara a la víctima condenándola al silencio".
Zorrilla impugna el simple hecho de cuestionar por qué no se ha denunciado antes, al entenderlo como una forma de revictimización, pues traslada la responsabilidad de lo sucedido a la víctima. "Sabemos que la violencia sexual está infradenunciada. Sólo se denuncia una minoría, muy pocas llegan a juicio y menos aún terminan en condena", analiza. Según la última Macroencuesta de Violencia contra la Mujer, sólo el 4,9% de las víctimas de violencia sexual fuera de la pareja da el paso de denunciar ante las autoridades.
A ello hay que sumar el "coste emocional y psicológico que conlleva: las mujeres son cuestionadas, su credibilidad queda expuesta, saben que pueden ser sancionadas por contarlo, tienen que exponer su relato mil veces, revivirlo. No siempre hay garantías, tampoco a día de hoy, nadie asegura que el daño vaya a ser reparado", así que el silencio en las mujeres que han sufrido violencia sexual, subraya la psicóloga, es también "una estrategia de supervivencia".
Ponerle nombre a lo sucedido
"Casi 20 años después empecé a ir a terapia, recibí ayuda profesional y me explicaron las agresiones, le pusieron nombre porque yo no era consciente, no lo llamaba violación", narra Ariadna. "Han pasado muchísimos años y ahora soy una persona adulta, pero dentro de mí está esa niña de 17 años. Ahora estoy fuerte, es el momento de abrazar a esa niña y que se sepa".
El paso de los años, desde lo sucedido hasta el momento de verbalizarlo, no es tampoco un rasgo distintivo de este caso concreto. Un estudio elaborado en 2019 por la Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género cuantifica en diez años y once meses el tiempo que tardan las víctimas de violencia sexual de media en pedir ayuda. "Las mujeres tenemos una tolerancia tremenda a este tipo de situaciones", perfila Zorrilla. Pero, además, el trauma tiene efectos físicos y psicológicos determinantes a la hora de expresar lo sucedido. "Un evento que dificulta nuestra capacidad de respuesta por lo amenazante que puede ser para nuestra integridad, como es una agresión sexual, tiene consecuencias y entre otras cosas dificulta que se pueda realizar una integración narrativa del recuerdo".
Es, continúa la experta, una "experiencia que se queda enquistada a nivel sensitivo y corporal, pero no como un relato coherente. Por eso la terapia consiste en integrar lo sucedido y poder elaborar ese relato", porque la víctima tiene esa "información almacenada" y se manifiesta en diversas formas, desde un estado continuo de alerta, hasta pesadillas, pasando por la hiperactivación fisiológica o por mecanismos de defensa como la disociación, la minimización o la negación. El trabajo terapéutico consiste precisamente en "nombrar el trauma, ponerle palabras" porque hasta el momento no se ha hecho, "lo cual no implica que el daño no se haya producido". Lo que brota entonces es "la posibilidad de dotarlo de un significado y que el lenguaje nos pueda llevar a comprenderlo e integrarlo".
También Alfageme habla de una suerte de revisión que permite "poner nombre a lo vivido" una vez las supervivientes disponen de las herramientas para hacerlo. "Es muy habitual que con el paso del tiempo se ponga nombre. Ponerlo tarde no significa que aquello no pasara, sino que en aquel momento no se tenía capacidad para identificarlo". Con el paso de los años, "ese dolor marcado en el cuerpo sigue necesitando ser reparado" y eso pasa por el reconocimiento, afirma la psicóloga, quien insiste en una máxima feminista: nunca es tarde para hacerlo.
La conducta de la víctima
En la denuncia, la víctima habla de cómo en ese proceso de ponerle nombre a lo vivido encontró también una explicación a su falta de reacción inicial y a su incapacidad para romper con las dinámicas abusivas. Lo hizo, señala, gracias a la ayuda psicológica recibida.
"Es algo totalmente habitual", explica Zorrilla sobre las dificultades de la víctima a la hora de reaccionar y poner fin a la violencia. "Es la reacción de nuestro sistema nervioso ante una situación que desborda por completo nuestras estrategias y nuestros recursos de afrontamiento", completa, más aún tratándose de una "niña de 17 años en una situación en la que nunca se había visto". La congelación es una de las tres efes que explican las posibles reacciones de las víctimas de violencia sexual: fight (lucha), fly (volar o huir) y freez (congelación). Algo así como pura supervivencia, enfatiza la psicóloga. Y subraya que "esa parálisis no equivale a consentimiento".
Pero es preciso encajar todo ello en un contexto global: "No es un fallo individual de esta chica, es una respuesta de tu cuerpo ante una estructura de poder donde las mujeres estamos socializadas en el miedo". El añadido es, tal como relata la denuncia, la intimidación ambiental, "una forma de violencia no manifiesta, en la que no media una agresión física, pero que se basa en el contexto". En este caso, añade la psicóloga, "una extrema desigualdad y desequilibrio de poder".
Ese desequilibrio estaba mediado por otro elemento de peso: la profunda admiración que decía sentir la joven hacia el líder político. "Cuando tú eres la que admira, es difícil en muchas ocasiones poner límites porque él representa un ideal", sostiene Alfageme. En definitiva, "no tienes el control y te encuentras inmersa en una espiral de abuso de poder".
Para Tardón, resulta "bastante significativo que cuando se revelan situaciones de violencia sexual, todo vire hacia la actitud y las decisiones que ha tomado la víctima y no al agresor sexual, el que ha vulnerado sus derechos humanos". Es, a su juicio, fundamental comprender que en este caso el presunto agresor es "una figura de prestigio, muy reconocida, con un inmenso capital simbólico e intocable a efectos sociales".
Todo ello explica la incapacidad para poner freno a la situación: "La víctima está secuestrada de sus capacidades para poder pararlo", lamenta. Pero el hecho de que entrara en esa espiral "no resta validez a su testimonio", zanja la experta y propone un cambio de enfoque: "La pregunta no es por qué tardó años en denunciarle o por qué no le paró los pies, sino por qué él agredía sexualmente a una menor".
De la revictimización a la reparación
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Para Ariadna, el simple hecho de interponer la denuncia "ha reparado parte del daño". "Él se llevó el secreto a la tumba, pero yo no", asiente. Han sido más de cuatro décadas de revictimización, canalizada en homenajes y reconocimientos públicos a su labor política. Ariadna menciona el aeropuerto madrileño y ficciones televisivas como el "colmo" de su odisea. "No oigo más que hablar de mi agresor en la calle, en el autobús, en el metro… a todas horas". Pero poder compartir públicamente su relato y que se conozca el caso ha sido una suerte de bálsamo para ella.
"Si nunca has tenido un reconocimiento de esta situación, que es el paso número uno para la reparación, y se habla de tu agresor como alguien de una conducta intachable, es común que vuelvas a revivir lo sucedido y se reactive esa memoria traumática", explica Zorrilla. E incluso que la situación derive en dudas hacia tu propio relato, completa Alfageme: "Es una persona que te violentó, pero para muchos es un héroe. Ahí se generan dudas alrededor de lo que has vivido". Cuando esas dudas se exportan a la opinión pública, lo que se produce en definitiva es "más dolor, haciendo la herida más grande".
Para Ariadna, contarlo es ahora una forma de sanar. No lo es para todas las víctimas, pues a veces la exposición "genera un nuevo daño", advierte Zorrilla. "Puede tener efectos dañinos, pero también un potencial reparador siempre que la mujer se sienta libre, preparada y haya hecho un trabajo psicológico". En esas condiciones, concluye la profesional, "romper con el mandato del silencio puede ayudar además a otras mujeres".