Musk se lanza a por la red digital europea sin que la UE tenga regulación u opción pública para defenderse
El 0,018%. Ese es el porcentaje sobre el total de la fortuna de Elon Musk que significa la multa de 120 millones impuesta por la Unión Europea a X por incumplir la regulación del Viejo Continente en materia de redes sociales. Un número irrisorio. Calderilla, a los ojos del hombre más rico del mundo. Sin embargo, ese 0,018% ha desatado la ira del dueño de Tesla hasta el punto de iniciar una cruzada contra todo lo que suene a europeo en su cuenta personal de X. Desde el momento en que conoció la sanción, Musk ha pedido la “abolición” de la UE, ha reiterado su convencimiento de que Europa está siendo invadida por migrantes, azuzando teorías de la conspiración como la del Gran Reemplazo, y ha denunciado una persecución contra él y la libertad de expresión.
Podría parecer pura palabrería, salvo porque no lo es. Los ataques del hombre más rico del mundo a la UE esconden el deseo de Musk de operar sin ningún tipo de restricción ni regulación en uno de los mercados más importantes del mundo y en el que el magnate tiene intereses económicos y estratégicos mucho más profundos. Desde la Ley de Servicios Digitales, la cual ha servido para multar a X, hasta toda la legislación en materia de inteligencia artificial, Musk está tratando de presionar para que, poco a poco, pueda ir penetrando aún más y más en Europa.
Y en cierta forma, lo está consiguiendo. Tanto él como Meta y otras empresas estadounidenses lograron, mediante un potente esquema de lobby, que la UE vaya posponiendo la entrada en vigor de las leyes de IA, a la vez que rebajaran alguno de sus estándares más lesivos para ellos. Pero la cuestión va más allá de una regulación en específico. Las grandes empresas tecnológicas de EEUU quieren, por encima de todo, penetrar en Europa para continuar influyendo en el Viejo Continente, parasitando sus infraestructuras para, en última instancia, aprovecharse de ellas y usarlas para servir a sus propios intereses.
Sin embargo, para Albert Banal Estañol, profesor de la Universidad Pompeu Fabra y experto en regulación corporativa y de mercado, nos equivocaríamos si empezáramos a analizar por ahí la situación. “Musk hace muchísimo ruido, pero la penetración de las empresas y fondos de inversión estadounidenses en Europa es altísima. Si observamos a los máximos accionistas de los bancos españoles, en la mayoría de ellos figurará Blackrock, precisamente un fondo norteamericano. Muchas veces, pensamos que el Santander u otras empresas europeas siguen en manos de familias como la Botín, pero no es así, estas suelen ser socios ya muy minoritarios y cuyas acciones han sido galvanizadas por EEUU”, advierte Banal.
El peso de todos esos fondos estadounidenses se hace patente en todos los sectores, y en el tecnológico tiene un peso especialmente importante porque implica un debate mucho más profundo. “Estos temas no se debatían antes, pero de aquí a unos pocos años ha resurgido con fuerza por el enfoque de la seguridad. Si estas empresas y sectores tan estratégicos están controlados por millonarios estadounidenses como Musk y no por europeos, cuando suceda algo, ¿qué intereses defenderán? ¿Los del lugar en el que operan, Europa, o del país al que pertenecen, EEUU?”, se pregunta Banal.
Pero no solo es un tema de dependencia, también de eficiencia. La UE y sus Estados miembros han desplegado, durante los últimos años, una infraestructura digital para proveer internet a la población muy desarrollada. En su mayoría, han sido los propios países, mediante subvenciones e inversiones privadas quienes han ido construyendo, a lo largo del tiempo, esa potente red de internet. La cuestión con Musk es que, si el multimillonario consigue contratos con países europeos, se aprovecharía de esa infraestructura, que es ya de por sí muy efectiva, y por la que él no habría desembolsado ni un solo euro. Porque sí, Starlink ofrece conexión por satélite, pero la propia empresa describe que su servicio necesita una infraestructura terrestre a la que conectarse.
Ahí es donde Musk quiere sacar tajada. Por poner un mapa de la situación, el informe anual de la Comisión Europea sobre conexión a internet en Europa afirmaba que en 2024 (último año con registros), el 97% de los hogares tenía acceso al menos a una red fija principal y el 94% a redes de banda ancha ultrarrápida. Pese a que existen aún brechas amplias, sobre todo en determinados países menos desarrollados y en zonas rurales, la gran asignatura pendiente de la UE, la infraestructura europea es una de las metas más apetecibles para Musk. Y es que, cuanto mejor sea esa red terrestre, mejor funcionará el servicio de Starlink ahorrándose ese coste estructural y, por tanto, más beneficio podría tener el multimillonario.
Aunque las ventajas para Musk no se quedan ahí. Penetrar en un sector tan sensible como la comunicación le da una capacidad de influencia inaudita a nivel político precisamente por la dependencia que puede crear a los Estados de sus propias empresas. “La UE es un mercado único en el mundo, 450 millones de habitantes con un poder adquisitivo sin igual. Desde el punto de vista económico está claro el porqué quiere entrar. Pero también le garantiza cierto nivel político que no solo le da la capacidad de influir en Europa, sino también en el propio EEUU, en tanto que su empresa tiene cada vez más preponderancia en términos de poder blando. Es algo que preocupa incluso internamente en el país norteamericano. Lo vimos con ese conflicto de unos pocos días con Trump, en el que la NASA intentó diversificar y desarrollar estructuras propias para no depender de SpaceX”, recuerda Daniel Gil, analista en Political Room experto en asuntos europeos.
Para hacer frente a esta dependencia, el profesor de la Universidad Pompeu Fabra insiste en que no cree que la pregunta sea tanto si esos sectores deben ser controlados por empresas europeas o no, sino si deben serlo por públicas o por privadas. “Da igual que una empresa tenga la sede en Milán si está dominada por capital estadounidense. Eso es algo que sucede continuamente. La mejor forma para parar la deriva de empresarios como Musk es crear corporaciones públicas poderosas que defiendan realmente los intereses de la UE y que puedan estar alejadas de todo intervencionismo extranjero”, continúa Banal.
El problema, reconoce, es que es mucho más fácil decirlo que hacerlo. En el terreno de internet, los Veintisiete impulsaron hace tres años el programa público IRIS² como un instrumento que mantuviera en manos europeas todo lo relacionado a la infraestructura digital. El objetivo, en suma, era que los países europeos no tuviesen que recurrir a empresas como Starlink para llevar a cabo estos servicios. Sin embargo, como suele pasar con este tipo de iniciativas, los tiempos son largos, el ritmo lento y las necesidades, urgentes.
“La UE está en etapas muy iniciales en el desarrollo de este tipo de empresas, y en las que está más avanzada aún le falta escalar para ofrecer soluciones continentales. Sí, es cierto que hay corporaciones potentes y con talento, pero en países específicos o sectores muy concretos”, describe Gil. De hecho, si todo va bien, la UE prevé que los primeros lanzamientos de satélites de programa se lleven a cabo en 2029 y que IRIS² pueda estar completamente operativo en 2030.
Otro de los deberes de los Veintisiete es llegar a tener a esos “campeones” sectoriales, es decir, empresas muy potentes a nivel global que puedan competir con las estadounidenses en puntos tan críticos como el de internet. “Es el gran anhelo de la UE, pero al final se hacen proyectos como el IRIS² que pretenden hacer en 10-15 años lo que no se ha hecho en 50”, insiste Gil. A eso se suma la dificultad para competir contra empresas como Starlink y SpaceX que ya han permeado al gran público y son parte asidua de los medios de comunicación porque, precisamente, llevan mucho tiempo construyendo su marca y recibiendo dinero. “Ahora nosotros queremos replicar ese éxito con menor inversión y, en muchas ocasiones, con menos recursos humanos y ofertas laborales menos competitivas, que hace muy difícil acercarse a las empresas de EEUU además en un periodo de tiempo tan corto”, confirma el analista.
Ese cuestión fue el que se encontró la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, cuando Elon Musk le ofreció Starlink para hacerse cargo de las comunicaciones satelitales reservadas de su ejército y servicio de seguridad nacional. Las conversaciones fueron enormemente polémicas, pues significaría poner en manos del hombre más rico del mundo algunos de los datos más importantes y secretos de uno de los Estados miembros clave de la UE. “Toda dependencia de alguien es una mala situación, da igual de quien sea, ya sea Rusia, China o EEUU. Lo que buscan los estadounidenses es penetrar en la UE a toda costa, y eso tiene un riesgo de seguridad más que evidente”, advierte Jesús Núñez Villaverde, codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).
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Finalmente, el acuerdo quedó paralizado. En Italia pesó más el miedo a que Musk pudiera acceder a esas comunicaciones que el deseo de contar con esa tecnología, aunque no existe la garantía de que siempre sea así. “Ese dilema lo van a tener muchos Ejecutivos. Contratar un servicio extranjero de mayor calidad o sacrificar eso en virtud de cuidar la autonomía estratégica”, comenta Banal. Y lo peor, para el experto, es que no existe ninguna regulación europea que nos proteja de esa injerencia extranjera: “Existe en algunos sectores concretos, pero en su mayoría estamos completamente desprotegidos. Reino Unido, por ejemplo, impulsó mucho esa desregulación y países como Francia, que en el pasado incluso protegieron una empresa tan inocua como Danone de capital no francés, ahora tampoco está haciendo fuerza. Quizás ahora desde el prisma de la seguridad se pueda incentivar, pero es algo francamente difícil de gestionar y de poner la frontera”, señala Banal.
Ante esa desprotección, la presión no para. Musk lleva desde hace muchísimo tiempo apoyando sin cortapisas a partidos de extrema derecha europeos para que, al llegar al poder, puedan velar por sus objetivos. En las pasadas elecciones alemanas, el hombre más rico del mundo llegó a tomar parte directamente por los ultras de Alternativa para Alemania (AfD) llegando incluso a entrevistar a su candidata, Alice Weidel, en X y a decir que era la única fuerza capaz de “salvar” al país. El partido alemán es uno de los protegidos de Musk, pero no el único: Reform UK en Reino Unido, Vox, Rassemblement National en Francia, AUR en Rumanía, La Lega en Italia… todos ellos han visto como Musk ha hablado a su favor.
Nada de esto es casual. “Cabe imaginar que se junta por un lado un tema de naturaleza ideológica y otro de negocios, y ambos son igualmente preocupantes. La última estrategia de seguridad de Trump define a la UE como un actor a destruir. Él quiere manejarse con 27 países, cada uno por separado, porque la relación de fuerzas es tan superior a favor de EEUU que cuenta con que puede vencer las resistencias de todos ellos. Si además alimenta este tipo de partidos, también tienen un socio dentro de cada uno de esos países, que es muy difícil que resistan el empuje estadounidense”, advierte Núñez Villaverde.