¡Claro que existe el síndrome postaborto!
Después de un aborto, existen en la mujer todo tipo de síntomas provocados por el dolor de la culpa o de la religión y las hormonas de la preñez.
Necesita todos los medios que la ayuden a tragarse ese amargo cáliz: un lugar acogedor con personal sanitario. Y que alguien le explique que aquello que le van a extraer dista mucho de ser una persona.
Las mujeres en edad fértil necesitan saber que, tengan o no dinero, si algún día les toca pasar por un aborto deben contar con todos los adelantos médicos. Las despectivas palabras de Ayuso --"¡Que vayan a abortar a otra parte!"--, debieron crear en las madrileñas pobres un enorme desconsuelo.
Contaré dos casos si me da tiempo. En uno, fui yo la que aborté. En otro, a mis 17 años la que acompañé a abortar.
Empezaré por este último.
Había llegado de Madrid y estudiaba Medicina en Barcelona.
—Ita!— oigo la voz de mi amiga al otro lado del teléfono— Mi prima Xx está en Barcelona (y me cuenta lo que ocurre) ¿la puedes acompañar?
La fui a ver. Xx estaba en cama con vómitos y se encontraba muy mal. No teníamos dinero para un taxi, así que echamos a andar hacia las Ramblas hasta el carrer Hospital.
Las despectivas palabras de Ayuso --"¡Que vayan a abortar a otra parte!"--, debieron crear en las madrileñas pobres un enorme desconsuelo
Llegamos a un portal sucio y oscuro, subimos la escalera y tocamos el timbre del segundo. Abre una mujer en bata y nos acompaña al comedor.
—Pasad, lo haremos aquí mismo—. Xx se tienda sobre la mesa, las faldas levantadas y sin bragas, cada pierna sobre el respaldo de una silla, hasta que llega el médico. Su barriga es abultada.
El doctor la explora y empieza a renegar:
—¿Pero… de cuántos meses estás? Y, cagándose en todo le pone una mascarilla en la cara mientras su ayudante, le echa sobre la boca y la nariz una solución de éter.
Aguanto un rato y cuando el medicastro extrae a trozos pedazos de carne con la piel perfectamente blanca, me mareo y me dejo caer en un sillón.
Pasa el tiempo. Noto que me zarandean y me despierto. Me impresionan las pupilas de Xx que giran en todas direcciones. Después de pagar me dan un inmenso paquete mientras dicen que nos vayamos.
—Tiradlo en una alcantarilla. El feto es enorme, os debiera haber cobrado más, cagüen dios!
Con una mano cojo el paquete, con la otra a Xx, que casi no puede caminar.
Volvemos a las Ramblas a sabiendas de que si nos pillan vamos directas a la cárcel. Busco como loca alcantarillas mientras Xx sigue anestesiada sobre mi cuerpo. Encuentro una. Siento a Xx en una silla de hierro y corro a deshacerme del paquete.
Respiro, seguimos andando hasta su casa y me quedo a su lado. Sobrevive, ha tenido suerte.
_____________________
Mercè Carandell es socia de infoLibre.