Un parque llamado infoLibre
Ya no suelo salir apenas de casa.
Hace unos días, con el mes de agosto paseando sus calores por las calles de mi pueblo, mi osadía me llevó a ir hasta la Plaza Mayor a sentarme en una hermosa terraza a la sombra, donde todos los viejos se juntan a comprobar quién se ha muerto y quién no lo ha hecho aún.
Tras disfrutar de oír los cotilleos de las mesas vecinas por los que me enteré de que Franco había muerto y otras novedades locales, pagué mi café, me levanté para volver a casa y me di cuenta de que no sabía hacia dónde tenía que ir.
Por fin, ya estaba allí de cuerpo presente aquel fantasma diagnosticado hace unos pocos años que me auguraba ser un transeúnte de callejones oscuros sin memoria ni recuerdo, sin conciencia ni razón.
Por fin, ya estaba allí de cuerpo presente aquel fantasma diagnosticado hace unos pocos años que me auguraba ser un transeúnte de callejones oscuros sin memoria ni recuerdo, sin conciencia ni razón
Es por eso por lo que uno de los pocos alicientes de los que logro disfrutar en esta pelea diaria contra la carcoma de mi memoria y del páramo que empiezan a ser mis sesos, es “bajarme” al parque de infoLibre.
Un “parque “, donde amigos sin derecho a roce de todos los colores en la escala del rojo al morado y de edades de distintas generaciones, predominando los de edades geriátricas, nos juntamos cada uno en su banco —en su rincón al sol, pero sin cantarle nada, que para algo la mayoría somos rojos fusilables— y soltamos nuestras inservibles opiniones, enfrascándonos en debates, disquisiciones, lecturas de cartilla y “peleíllas” de hermanos mal avenidos o cuñados creyentes y practicantes.
Para mí, “ir" cada día a esa reunión en el parque de los foros opinadores de infoLibre donde trato de juntar letras y pensamientos, más que un ejercicio de opinar para tener razón o mejorar algo, es una medicina, un tratamiento para barrer las telarañas oscuras que día a día van obligándome a usar más notas y apuntes en recordatorio de cosas sabidas desde hace años.
Allí, en el parque soleado y con olor a jazmín de este periódico digital, enemigos íntimos de esos que hemos vivido toda la vida pensando los mismos ideales y luchando por lo mismo unos que otros, me encuentran, se sientan a mi lado y me recriminan por mi ortografía kafkiana y anarquista, por mis sobredosis de comas o ausencia de ellas. Otros más cultos y pudorosos me reconvienen por mi abusivo uso de los calificativos barriobajeros propios de patio carcelario y también encuentro a los que me consideran enemigo de ideales porque su pan no se llama pan y su vino no se puede llamar vino.
Los aprecio a todos, los disfruto a todos, los necesito a todos.
Pero lo que más me gusta es ver pasar a los redactores de infoLibre y “decirles cosas” como si fuera el Gran Maestre de los jubilados ociosos desde su barandilla, explicando a unos peones de opinador con carrera de periodismo cómo se colocan con eficacia los encofrados de la argumentación en las noticias.
También a ellos hoy tengo que reconocerles que me resultan medicinales, que me alivian los rencores y los traumas, que meterme con ellos es como liquidar facturas pendientes de frustraciones acumuladas.
Este “parque” para muchos de nosotros no solo es lugar de encuentro de solos con vidas solitarias, sino también un espacio para recordar, una memoria común y compartida con un arcoíris de matices y opiniones diversas sobre el mismo color.
Muchos de nosotros nunca nos conoceremos, ni sabremos quiénes somos en realidad, pero sabemos que compartimos barco, que nos extrañaremos cuando no nos leamos o no nos encontremos aquí. Sabemos que en este parque con muchos asientos y bancos de colores hay siempre olor a honestidad y verdad, y eso ya nos vale para remar juntos, unos hacia Ítaca, otros hacia otros destinos soñados. Todos a la defensa de la justicia.
Esto no es una confesión, ni una despedida (espero); es un desahogo, un reseteo de mis neuronas revolucionarias que, de cuando en cuando, recuerdan su condición de hippies con el lema de hacer el amor y no la guerra y que hoy han decidido, por si algún día ya se me olvida, reconocer y agradecer lo bueno que es para mí el tiempo que vivo cada día en infoLibre y lo mucho que aprecio a todos mis amigos y enemigos habituales.
Colorín colorado, este cuento se ha terminado.
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José Manuel López-Neira Pérez es socio de infoLibre