Sr. Trump: no se equivoque con Venezuela
La recurrente especulación sobre una intervención militar extranjera en Venezuela, avivada en ocasiones por declaraciones de figuras como el expresidente Donald Trump, ignora la compleja y volátil realidad sociopolítica y de seguridad del continente americano. Este artículo argumenta que una acción militar de esta naturaleza actuaría como un catalizador catastrófico, desestabilizando no solo a Venezuela, sino a toda la región. Se analizan tres factores interconectados que convierten esta posibilidad en una empresa de alto riesgo: la proliferación de actores armados no estatales (grupos narcotraficantes y maras), las tensiones territoriales latentes, y la profunda polarización ideológica entre los gobiernos de la región. La confluencia de estos elementos, en un contexto de agudas desigualdades sociales, crea un escenario altamente explosivo que podría desembocar en un conflicto de amplia escala.
La crisis venezolana, con su grave emergencia humanitaria y la erosión de su institucionalidad democrática, representa uno de los desafíos más significativos para la estabilidad hemisférica del siglo XXI. En este contexto, la opción militar, a menudo esbozada en círculos políticos y mediáticos como una solución rápida, surge como una propuesta peligrosamente simplista. Lejos de ser una operación quirúrgica y limitada, una intervención en Venezuela probablemente desataría una reacción en cadena de consecuencias imprevisibles. Este artículo se propone desglosar los componentes de esta bomba de relojería regional, acudiendo a datos de organismos de investigación como el Real Instituto Elcano y la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), para demostrar que la región se encuentra en un estado de precario equilibrio. La tesis central es que la estructura de seguridad y política de América Latina y el Caribe es una compleja red de tensiones donde una intervención militar externa no resolvería la crisis, sino que la exportaría, con un coste humano y geopolítico incalculable.
El primer y más inmediato error de cálculo radica en subestimar el ecosistema de actores armados presentes en todo el subcontinente americano. La idea de un enfrentamiento convencional entre ejércitos regulares es anacrónica. La realidad es la de un teatro de operaciones fragmentado, donde grupos irregulares con gran poder de fuego operan con lógicas propias.
Venezuela se ha consolidado como un importante corredor y plataforma de narcotráfico global. Según el Departamento de Estado de EEUU, el país es una de las principales rutas de tráfico de cocaína hacia el Caribe, Centroamérica y Norteamérica. De esto no cabe duda aunque no sea el único corredor. Estos cárteles no son meros traficantes; son organizaciones paramilitares con estructuras jerárquicas, equipamiento sofisticado y un profundo conocimiento del terreno. Grupos como el Clan del Golfo colombiano o los Sindikatos venezolanos poseen capacidad para realizar ataques a gran escala, como han demostrado en numerosas ocasiones en Colombia. Una intervención desestabilizaría los acuerdos tácitos y las frágiles correlaciones de fuerza, sumiendo al país en una guerra multifaccional donde estos grupos lucharían por el control de territorios y rutas, al estilo de lo ocurrido en Afganistán o Irak tras las sucesivas intervenciones militares. Estos grupos tendrían la ocasión perfecta de crear sus propios países que funcionarían como feudos en los que personas y bienes estarían sometidos al enriquecimiento de sus dirigentes y sus propios y personales intereses.
A esta ecuación debe añadirse la presencia de las maras, pandillas criminales con una estructura militarizada y una extensa red transnacional. El Real Instituto Elcano, en un informe sobre seguridad en Centroamérica, destaca la capacidad de las maras para "desestabilizar Estados frágiles" debido a su "violencia extrema, control territorial y capacidad de corrupción". Aunque su epicentro está en el Triángulo Norte de Centroamérica, su influencia y operaciones se extienden. La inestabilidad generada por una intervención en Venezuela crearía un vacío de poder que podría ser explotado por estas organizaciones para expandir sus negocios ilícitos (tráfico de armas, personas, extorsión), conectando el caos venezolano con las crisis de seguridad de Centroamérica y México. La combinación de cárteles de narcotráfico y maras convertiría el conflicto en una guerra asimétrica de desgaste, para la cual una fuerza militar convencional no está preparada.
Una intervención militar no ocurriría en un vacío geopolítico. América del Sur es un continente con heridas históricas sin cerrar y una creciente división ideológica que podría transformar una intervención en un conflicto regional más amplio.
La región está salpicada de disputas territoriales no resueltas. La lista de disputas territoriales y marítimas es muy larga y es el recordatorios de tratados coloniales mal definidos, guerras del siglo XIX y la falta de delimitación precisa en áreas remotas o marítimas. La controversia entre Guyana y Venezuela por el Esequibo, revitalizada tras el reciente referéndum venezolano y las concesiones petroleras guyanesas, es el ejemplo más candente. Una Venezuela en caos podría intentar desviar la atención interna mediante una acción militar en esta zona, arrastrando a su vez a actores internacionales. Otras disputas, como la salida al mar de Bolivia, o los conflictos marítimos entre Chile y Perú, aunque más estables, existen en un contexto de desconfianza que una conmoción de esta magnitud podría avivar.
El panorama político regional está profundamente dividido. Por un lado, gobiernos de derecha o extrema derecha en países como Argentina (con Javier Milei), Perú, Ecuador (con Daniel Noboa), El Salvador (con Nayib Bukele), Paraguay y potencialmente Chile, se alinearían probablemente con una postura intervencionista liderada por EE.UU. Por otro lado, gobiernos de izquierda en Brasil (con Lula da Silva), Colombia (con Gustavo Petro), México (con Andrés Manuel López Obrador) y Honduras (con Xiomara Castro) se opondrían vehementemente a lo que calificarían como una violación de la soberanía y un retorno a la Doctrina Monroe. Por supuesto la dictadura nicaragüense se aliaría militarmente con Venezuela.
Esta división no es meramente retórica. Podría materializarse en sanciones y bloqueos diplomáticos de un grupo de países reconociendo a un gobierno interventor y otro al legítimo (o a una facción opuesta); apoyo logístico diferenciado: Mientras unos países ofrecerían bases o corredores aéreos, otros podrían imponer restricciones; conflictos de baja intensidad en fronteras aumentando una tensión ya existente que se trasladaría a las regiones limítrofes, exacerbando crisis migratorias y de seguridad existentes.
La CEPAL ha documentado persistentemente cómo la desigualdad es un lastre estructural para la región. Esta profunda fractura social es el caldo de cultivo perfecto para que las narrativas ideológicas enfrentadas ganen adeptos, polarizando aún más a las sociedades y dificultando cualquier consenso regional para una salida pacífica a la crisis venezolana.
Los datos sobre la capacidad armada en la región pintan un panorama preocupante. No se trata solo de los ejércitos regulares, sino de la multitud de actores informales. Un informe del Real Instituto Elcano sobre actores violentos no estatales señala la "hibridación" de la violencia, donde los límites entre lo político, lo criminal y lo social se difuminan. En este contexto, la intervención actuaría como un "elemento disruptivo masivo".
La profunda desigualdad, que según CEPAL tiene un coeficiente de Gini regional que se mantiene como el más alto del mundo, proporciona un reclutamiento forzoso para estos grupos armados. Millones de personas en situación de vulnerabilidad podrían ser cooptadas por cualquiera de las facciones en disputa, ya sea por dinero, por ideología o por simple supervivencia. Esto daría lugar a una guerra civil regionalizada, con múltiples frentes y lealtades cambiantes, donde la distinción entre civil y combatiente se volvería irrelevante.
Una intervención en Venezuela podría crear no uno sino múltiples "Estados fallidos" en el corazón mismo de la Amazonía
La experiencia de Libia o Siria es aleccionadora: una vez que se desata la guerra multifaccional, es casi imposible contenerla o resolverla mediante una solución política limpia. Una intervención en Venezuela podría crear no uno sino múltiples "Estados fallidos" en el corazón mismo de la Amazonía, de dimensiones continentales, un agujero negro de inestabilidad que generaría oleadas de refugiados, colapsaría las economías vecinas y convertiría a toda Sudamérica en un nuevo epicentro de terrorismo y crimen organizado global.
La invitación o el apoyo a una intervención militar en Venezuela es un ejercicio de miopía geopolítica extrema. Lejos de ser una solución, representa la llave para abrir la caja de Pandora de los conflictos latentes en la región. Subestima la capacidad de resistencia de los actores armados no estatales, ignora la frágil cartografía de las disputas territoriales y desconoce la profundidad de la grieta ideológica que divide a los gobiernos americanos.
Los organismos de investigación citados proporcionan evidencia robusta de que la región es un polvorín social y de seguridad. Millones de personas armadas en estructuras formales e informales, al servicio de intereses diversos y enfrentados, combinadas con las más profundas desigualdades sociales, constituyen una mezcla altamente explosiva. Una intervención militar sería la chispa que podría prender esta mecha.
La comunidad internacional, y en particular los actores con capacidad de influencia como Estados Unidos, debe abandonar definitivamente la retórica bélica. El camino, aunque largo y complejo, debe pasar por una diplomacia robusta y multilateral, que presione por una solución negociada entre los venezolanos, con elecciones libres y la restitución de la democracia. Cualquier atajo militar no solo estaría condenado al fracaso en sus objetivos declarados, sino que sumiría a toda una región en una era de caos y violencia cuyas consecuencias sufrirían varias generaciones. El mensaje debe ser claro y contundente: Sr. Trump, con Venezuela, no se equivoque.
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Alfonso Puncel es socio de infoLibre.