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El vientre del mar

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Marcelo Noboa Fiallo

El viernes 18 de agosto de 2006 se produjo la mayor entrada de “cayucos” en territorio español (Canarias). Lo que se conoció como “la crisis de los cayucos”. Aquel fin de semana arribaron 1.268 desheredado del cuarto mundo que huían del hambre y de las guerras. Se desconoce el número de muertos que, en el intento, fueron tragados por el mar.

La sociedad española estaba dividida entre quienes defendían un acogimiento y una mayor sensibilidad hacia la inmigración y los que la rechazaban, bajo el burdo argumento de que “nos quitan nuestros trabajos”. El ambiente estaba muy caldeado en aquellos días y yo me procedía a impartir mi clase semanal a los alumnos de tercero de sociología en Salamanca. Vox todavía no había aparecido en la escena política española porque anidaba en el vientre del PP y el PP de José María Aznar había gobernado ya durante ocho años, de manera “desacomplejada”, haciendo girar a la sociedad española hacía valores nunca antes compartidos como era el empezar a mirar a la inmigración de manera acusatoria, olvidando que este país ha sido, históricamente, un país de emigración.

Dos meses antes de la “crisis de los cayucos” el periódico El País había publicado un relato estremecedor sobre el naufragio, que en los años cincuenta, se produjo en las costas venezolanas de una barca de pescadores que había salido de Canarias llena de hambrientos españoles de la dictadura de Franco. Los que sobrevivieron relataron la odisea, la sordidez del ambiente, las escenas dantescas, nada diferentes a las que cuentan actualmente los inmigrantes africanos que consiguen llegar a las playas de España.

Como era un relato antiguo, lo manipulé convenientemente, borrando toda referencia a la época y me quedé con lo sustancial. El drama de las personas que lo habían vivido, de tal manera que me quedó un texto actualizado, como si hiciera referencia a un drama de los “cayucos”. Hice las copias correspondientes y lo repartí a mis alumnos para debatir sobre la inmigración. Salvo pocas excepciones, fue mayoritario el criterio sobre el rechazo (bastante disimulado, por cierto) a la inmigración. Terminado el debate, procedí a repartirles el texto original y señalarle que aquel drama lo sufrieron españoles de la generación de sus abuelos. La cara de los alumnos y alumnas era un poema. Di por finalizada la clase.

En este pequeño, pero significativo episodio, pensaba yo, mientras veía la magnífica película del director catalán, Agustí Villaronga, El vientre del mar en el festival de cine de Málaga. Película que finalmente ha sido la gran triunfadora del festival, con 6 premios y la “Binazga de Oro” a la mejor película.

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El cine de Villaronga me atrapó desde 2010 con su impresionante película Pa negre (Pan negro). Realizada también en blanco negro como “El vientre del mar”. Este director catalán, tiene la virtud de ofrecernos cine de altura, comprometido, cuyas imágenes no necesitan palabras y con una virtud que, pocos cineastas pueden presentar, presupuestos tan bajos que sorprenden a cualquier productor.

Película basada en hechos reales. El naufragio de una fragata francesa frente a la costa de Senegal con 154 tripulantes, quienes intentaron salvarse mediante una balsa que, gracias a al ingenio creativo de Villaronga, nos transmite las mismas angustiosas vivencias que se producen en el interior de un cayuco o en el barco pesquero de los españoles que huían de la España de Franco. Uno tiene la sensación de que, el cineasta catalán, utiliza el drama ocurrido en 1816 para “sacarnos” de nuestras cómodas butacas e introducirnos en la balsa (o cayuco) para que experimentemos el dolor, la angustia, el hambre, la desesperación… Si la justicia poética fuese de vez en cuando una realidad y no un deseo que alimenta nuestras frustraciones, la mía lo tengo claro. Montar a la diputada de la Asamblea de Madrid, representante de Vox, Rocío Monasterio, en un cayuco, rumbo a Senegal, pronto descubriría que el vientre del mar sí que nos iguala a todos.

Marcelo Noboa Fiallo es socio de infoLibre

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