‘Matar cangrejos’: Michael Jackson y aquellos 'maravillosos' años noventa en España

Fotograma película 'Matar cangrejos'

La historia ha borrado a Michael Jackson de Tenerife. Aún hoy, casi catorce años después de la muerte del cantante, cabeceras regionales y nacionales siguen insistiendo en que el artista ofreció a lo largo de su carrera ocho únicos conciertos en España: Marbella, Zaragoza, Oviedo, dobletes en Madrid y Barcelona y una fecha final en Valladolid. Todos parecen haber olvidado que Jackson recaló también en Tenerife en 1993, revolucionando cientos de miles de vidas. Esta semana, Matar cangrejos llega a la cartelera para hacer justicia a esa nota al margen de la cultura española.

En su primer largometraje de ficción, el guionista y director Omar Al Abdul Razzak Martínez recupera ese episodio febril del pasado tinerfeño a través de los ojos de Paula y Rayco, los hijos de una trabajadora del zoo local, Papagayo Park, elegida para recibir al cantante a su llegada al aeropuerto de la isla. Los niños, de por sí sujetos a sus propios viajes de autodescubrimiento y cambio, se ven arrastrados además por la espiral de la pantomima jacksoniana.

Poco a poco, Rayco y Paula, sus formas de entenderse y los horizontes de expectativas que delimitan sus vidas en Tenerife se van contagiando de esa misma fiebre. Porque la agitación por Michael Jackson era el más elocuente de los síntomas del avance y la culminación de las arquitecturas neoliberales. Solo unos años después de la caída del Muro, el mundo globalizado e hipermercantil, que compartía asiento con Michael en el jet, aterrizó en Tenerife para absorberlo todo.

La familia de los chicos vive un zarandeo particular en medio de ese barullo. Su madre, soltera, agota sus días como engranaje cansado del espectáculo exotizante de Papagayo Park, trasunto en la ficción del famoso Loro Parque que visitó realmente Jackson durante su estancia en la isla. Allí, la incertidumbre empieza a asimilarse a la vida y sus espacios —la abuela, también sola, podría acabar perdiendo su casa, mientras que un hotel a medio demoler, clara ruina de pelotazo, quiebra el paisaje— y el malestar antiguiris y antigodos se transmite entre generaciones.

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Adoptando esa mirada crítica hacia la España olímpica que practica últimamente el cine patrio más valiente, Matar cangrejos vuelve el foco sobre aquellos otros años noventa, los que transcurrieron geográfica y culturalmente en los bordes del país. En la isla, cuenta la película, no existía de ninguna manera esa falsa épica de safari que rentabilizaba Papagayo Park cuando llegó Michael Jackson.

Si acaso, ante el cantante se quiso representar la farsa de un salvajismo de pega, como afirmando una última vez y con vergüenza una frágil idea de la identidad local antes de que el de Thriller abriera las compuertas de la globalización y esta se lo llevara todo por delante. Omar Al Abdul Razzak Martínez escoge negar ese relato posicionándose del lado de los ancianos olvidados, los pobres como ratas, las mujeres oprimidas y los jóvenes que tratan desesperadamente de ahogar el son decadente de las fiestas populares en estruendoso breakbeat.

El retrato de las promesas sociales vinculadas a la figura del Rey del Pop es también el retrato de su fiasco. En Matar cangrejos, el coming of age en paralelo de los hermanos protagonistas termina por sintonizar terriblemente con las amargas sensaciones de inoperancia, futilidad y absurdo que amenazan a Rayco y Paula desde el futuro. En un momento dado de la película, drásticamente curada de nostalgia, los personajes se preguntan cómo será el mundo pasada la marca del año 2000, qué otras maravillas habrá tras esa última y, en definitiva, si tiene la libertad límites para alguien que ha visto actuar a Michael Jackson. Da escalofríos comprobar lo errados que están.

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