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"En 'Dolor y gloria' he roto con el pudor"

Pedro Almodóvar (Calzada de Calatrava, 1949) recibe a los periodistas tras el enorme escritorio de su despacho en la productora El Deseo. El cineasta se parece mucho, claro, a sí mismo, al Pedro Almodóvar mítico cuyo perfil sigue la estela del perfil más famoso de la historia del cine, el de Alfred Hitchcock —la escultura que le dedicó su pueblo en 2009 refleja, justamente, su silueta—. Pero se parece también, de una manera casi inquietante, a Salvador Mallo, el protagonista de Dolor y gloria (en cines el 22 de marzo) interpretado por Antonio Banderas. El pelo cano, denso y aéreo, la barba muy cuidada, una cierta forma de hablar. No es casualidad: el cineasta manchego ha querido que el espectador le reconozca en ese cineasta solitario, deprimido y en plena crisis creativa que, a los 60, rebusca en el recuerdo para encontrar quién es y qué quiere hacer de su vida. El juego entre la biografía, la autoficción y la ficción, siempre complejo, se hace evidente: Pedro Almodóvar se parece a Antonio Banderas haciendo de Pedro Almodóvar. 

"La película parte de mí mismo", admite en una conversación con este periódico y otros dos medios, a un par de semanas del estreno del filme. "Yo me inspiro en la realidad, que me viene del exterior, solo que en esta ocasión el exterior soy yo mismo". Si el cineasta ha encontrado el chispazo que da lugar a una película en la sección de Sucesos del periódico o en novelas como Tarántula, de Thierry Jonquet —de ahí salió La piel que habito—, aquí el chispazo fue su propia vida. O más bien una imagen: un hombre maduro sumergido en una piscina, ingrávido. "Eso viene directamente del verano anterior, de mi experiencia en mi piscina, que era el mejor momento del día, porque tenía muchos dolores de espalda", cuenta. Los comparte con su personaje, que sufre dolencias similares a las suyas, pero agravadas. "Cuando estaba en esa postura, después de estar muchos días, le dije a alguien que me hiciera una foto. La imagen ya me interesaba, y empecé con ella en el guion". Es la imagen con la que abre el filme. Pero ahí no está Almodóvar, sino Banderas. Con él, Julieta Serrano y Penélope Cruz dando cuerpo a la madre del personaje, Asier Etxeandia como el amigo reencontrado, Leonardo Sbaraglia como el amor de juventud y Nora Navas como la amiga y cuidadora fiel. 

Quien quiera encontrar similitudes biográficas entre el Salvador Mallo de Dolor y gloria y el Pedro Almodóvar que firmó ¿Qué he hecho yo para merecer esto?, ¡Átame!, Todo sobre mi madre o Volver, las encontrará sin mucha dificultad. La infancia atado a la madre, siguiendo al padre por la España de posguerra. El niño prodigio que enseña a leer a las vecinas y se va a estudiar con los curas. El joven que quema Madrid y que se pone a la vanguardia de la cultura de los ochenta. Las disputas con actores que hasta entonces habían sido íntimos colaboradores. La madre, ya mayor, siempre presente. El cineasta adorado y alejado del mundo, aquejado por numerosos dolores y muy tocado por la muerte de su madre. "Es autobiográfica en el sentido de que el origen soy yo, de todo: de la infancia, cuando el personaje es mayor…", dice. "En algunas ocasiones está muy cerca de la realidad, en otros es fruto de la ficción mezclada conmigo mismo. Y llega un momento en que la ficción es la que manda y para mí lo que importa es resultar verosímil, y emocionante si es posible, pero cinematográficamente hablando".

Así que hay trucos. Esa escena en la que la madre de Salvador Mallo le da instrucciones sobre cómo tiene que ser su mortaja sucedió en la realidad, pero no al director, sino a su hermana. Aquella otra en la que un pequeño Salvador Mallo juega con los peces en la orilla del río mientras su madre lava la ropa también sucedió, pero no al director, sino a su hermano. Una de las escenas centrales de Dolor y gloria, en la que madre e hijo tienen un "breve y cruel ajuste de cuentas" jamás sucedió. Eso no impidió que le asaltara de un día para otro, ya en el rodaje, y que se emocionará en plató hasta tal punto que no pudo siquiera dar las directrices a los autores. Porque no ocurrió y pudo haber ocurrido: "Yo no he vivido todas las cosas que vive Antonio ni del modo en que Antonio las vive en la película, pero he estado en todos los caminos que conducen a esas situaciones". Y luego la ficción hace de las suyas.

Cuidado, porque Dolor y gloria no es una sesión de psicoanálisis en pantalla grande: "Yo no hago cine para abordar un problema que yo tengo y ver si con la película encuentro la solución", se defiende. Aunque es verdad que últimamente, como a Mallo y como en el cuento de Dickens, le empiezan a visitar los fantasmas de las Navidades pasadas. Le ronda la idea de ver a uno de los curas con los que estudió, que cumplirá cerca de 90 años y al que tiene localizado gracias a Internet. Fue a visitar a un conocido de los ochenta —"entre nosotros, era dealer"— igual que lo hace el personaje de Banderas, aunque el Almodóvar real no busca probar la heroína. La memoria, ya sea de la infancia o de la juventud, se convierte en "uno de los elementos clave" de la película, y Dolor y gloria parece ser en sí misma una reflexión sobre cómo hacer las paces con las propias experiencias —las que sucedieron y las que se frustraron—, de forma que lo vivido no sea una carga sino un impulso. El cineasta dice "no saber por qué ahora necesitaba hacer esa película", pero quizás, admite, sea "meramente por la edad". 

"Yo soy muy pudoroso en mi propia vida y en las películas. Aquí he roto con ese pudor y sí, debe ser que tenía necesidad de hacerlo, porque no está en mi naturaleza", reflexiona. El vestuario que usa Antonio Banderas es el suyo propio —como su colección de zapatillas— o réplicas de algunas de sus prendas. La casa de Salvador Mallo es una réplica de la suya propia, incluidos los valiosos cuadros que le acompañan y que se convierten en la única compañía del personaje, huella también de la gloria del título. "Pero también incluso a recurrir a Chavela [Vargas]", suma, "a una canción de Mina [Come sinfonia, banda sonora del trailer], tener a Penélope, a Antonio… Era rodearme de algo que me resulta muy familiar". La colaboración con Banderas ha sido un reencuentro con el actor después de la experiencia agridulce de La piel que habito. La actriz, habitual de su filmografía desde muy joven, regresaba tras Los abrazos rotos. Julieta Serrano había sido una secundaria habitual a comienzos de su carrera. 

Incluso han encontrado encaje en Dolor y gloria textos que siguen al director —y guionista— desde hace años. La historia "El primer deseo" que escribe Salvador Mallo y que da lugar, aquí, a un febril recuerdo de infancia. O el encuentro con el dealer. O el monólogo que interpreta Asier Etxeandia, sobre aquel cine de verano infantil que fue, sin que aquel niño manchego lo supiera, el origen de todo. "Ha sido un guion que me ha conmovido mucho mientras lo escribía, el mero hecho de estar escribiéndolo", admite el cineasta. "Lo cual yo pensaba que era un buen síntoma". 

Está convencido, de hecho, de que lo es. Hacía tiempo que Almodóvar no celebraba un estreno tan festivo y multitudinarioun evento el pasado 13 de marzo con baile, música y una lista de invitados preciadísimos—. Hacía más de una década que no llevaba una première a Gran Vía. El lanzamiento del último largometraje, Julieta (2016), se vio empañado por el estallido de los papeles de Panamá, en los que aparecía el cineasta, y su equipo redujo al límite la promoción en España. El filme anterior, Los amantes pasajeros (2013) recibió muy malas críticas. "Para este, a mí me ha apetecido volver a celebrarlo", zanja, sin darle más importancia. Pero, para sus seguidores, Dolor y gloria sabe a regreso por la puerta grande.

 

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