'Comunicación radical. Despatriarcalizar, descolonizar, ecologizar la cultura mediática'

Manuel Chaparro y Susana de Andrés

Comunicación radical, nuevo ensayo firmado por los profesores Susana de Andrés y Manuel Chaparro, trenza las tesis imprescindibles para repensar y regenerar el modelo de comunicación y el papel que está llamada a ocupar en la transformación ecosocial. Decolonialidad, feminismo, pacifismo y ecología, prestan la mirada divergente desde la que se formulan rutas para semillar un modelo consciente y reorientado de la comunicación que deje de ser cómplice con el ecocidio y las lógicas de dominación cultural, social, económica y ambiental. Una comunicación desde el sentir natural y la cooperación multiepistémica. El acto más radical que hoy puede hacerse es apagar los dispositivos, intercambiar aliento, recuperar el tiempo y reencantar la vida con los relatos y cuidados que nos acercan.

Con prólogo de Agustín García Matillla y Eloísa Nos, infoLibre publica un extracto de este libro editado por Gedisa que empezará a distribuirse el próximo domingo 5 de junio.

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La evolución de las tecnologías de la información en el siglo XXI parece haber arrancado al modelo comunicacional de su significado raíz. La comunicación es interrelación de saberes y constituye un proceso vital imbricado en la naturaleza. Repensar su sentido de relación con todo cuanto nos rodea define el papel que ha de asumir la comunicación en el centro del colapso ecosistémico. Conduce a proponer multiepistemologías desde una mirada radical (de recuperación de la raíz de los procesos).

La idea de comunicación como diálogo ha sido sustituida por la praxis socioeconómica de los medios de información y las redes sociales virtuales. El exceso de tecnocentrismo asumido por la sociedad contemporánea obliga a reflexionar y reparar el significado de la comunicación.

Comunicar implica diseminar, más que difundir. Sembrar ideas, transmitir conocimiento, semillar razones, emociones y palabras, escuchar y transformar.

Lo que hoy se impone es una comunicación sin contacto con la comunidad. Ahora se habla de comunidades en management mientras los medios de información cuentan GRPs (Gross Rating Points), o impactos publicitarios en las audiencias. Las comunidades no surgen de managers (community managers), sino de diálogos, ágoras, encuentros y mediaciones. Hemos sustituido las plazas públicas por los centros comerciales. Los medios de información no surgieron para vender audiencias, sino para canalizar, transferir y compartir los relatos con los que nos comunicamos e intervenimos.

Nuestra sociedad necesita una teoría humanística de la comunicación, ética, feminista, decolonial, ecologista, socialmente justa, del bien común, pero también que reconecte al ser humano con los ecosistemas, con su sentir ecodependiente, tal vez una teoría de la humaturalidad: de lo humano como indisociable de la naturaleza. Una teoría que explique la herida humana de una historia de comunicación infectada de demasiados intereses espurios.

Es necesario mostrar el daño al que un uso corrupto de la comunicación ha contribuido y pensar en cuidar la comunicación sensorial humana imbricada en el planeta para hacer rebrotar un sistema tan necesario como crucial en los retos actuales de la humanidad. Una civilización que se basa en una relación de inequidades conduce a levantar muros excluyentes, a desheredar a una inmensa mayoría, a sociedades cada vez más distópicas. La comunicación no puede ser sólo poder, en todo caso poder de cooperación.

La de/reconstrucción de la noción de comunicación es la llave para de/reconstruir las sociedades globalizadas actuales en las que la ecocomunicación ha de ser el elemento central del modelo civilizatorio. En la intención de radicar la comunicación en un pensamiento crítico y reparador es necesario recurrir al pensamiento decolonial, feminista, pacifista, ecologista, divergente, disruptivo… para formular claves y rutas. La comunicación tiene que dejar de ser cómplice del ecocidio, las distopofilias y las lógicas de dominación cultural, social, económica y ambiental. Una comunicación enraizada generaría autonomías ecosistémicas colaborativas.

La sociedad del conocimiento, de la hiperinformación, del almacenamiento de saberes, de la comunicación en redes digitales y contenidos audiovisuales, ha construido hipotéticamente la idea de sociedades más instruidas o de mayor conocimiento, vinculando esta idea al progreso tecnológico. Sin embargo, se trata sólo de un espejismo, un momento presente circunstancial que, analizado en la complejidad histórica, deviene en el abandono de otros saberes y de prácticas de aprendizaje fundamentales para la vida.

La comprensión de procesos básicos ligados a conocimientos de vida y sobrevivencia comporta en esta contemporaneidad nuevos desafíos. El ser humano ha creado sociedades donde el saber, como la misma sociedad consumista que lo alimenta, es líquido, insustancial, vacuo, incapaz de dar respuestas y donde nada permea.

El saber en la sociedad actual se expresa desde tecnologías globalizadas que jibarizan la comunicación y son impuestas desde una impronta colonial. Todos los ingentes recursos destinados a educar, formar, concienciar, divulgar, sensibilizar, están contaminados por este determinismo mercantil sin interés por el bien común.

La pérdida de raíz ha desconectado a una parte de la humanidad de la autonomía de decisiones del territorio que es tierra, cuerpo y pensamiento. La riqueza en un sentido pleno comporta sentirse parte del lugar, algo que no es posible sin habitar el territorio y establecer comunicación con él. La comunicación no es sólo entre seres humanos sino con un conjunto ecosistémico que sostiene la vida. El divorcio con lo natural hace habitar una realidad incompleta, insatisfactoria, reprimida y represible. Parece necesario un renacimiento de la comunicación humana desde una consideración ontológica que determina la manera de estar y relacionarse en y con el planeta.

Comunicación radical implica poner el foco en el cultivo de una sana cultura-rizosfera al cuidado de organismos-nutrientes beneficiosos para su sustrato-suelo, libre de toxicidad, al margen de intereses no vinculados al bien común. La crisis sistémica es en realidad, una sistemia, porque no se trata sólo de un problema de matriz económica con repercusiones ambientales y sociales, es un problema global que afecta al equilibrio de la vida. La comunicación que produce la conectividad de pensamientos ha sido cortocircuitada, la capacidad de pensar y analizar como parte contributiva en la activación de conciencias es hoy una cuestión que sólo se interpreta en claves de mercado. La cadena comunicativa-informativa necesita desconcentrarse, trabajar la cooperación en red y regenerar el espacio local, hacer que el relato y las narrativas vuelvan a pertenecer al común.

La crisis derivada de la COVID-19 se define como pandemia, sin tener en cuenta que es una deriva más, resultado de una sistemia que no se analiza como tal. Es el modelo creado por la sociedad del desarrollo el que produce esta deriva total, está enfermo en su conjunto y afecta a la salud de todos los ecosistemas.

En las bases y esencias de la comunicación está el arraigo, la fortaleza de su ramificación. Cuando un árbol o planta crece lo hacen también sus raíces y cuando las raíces se pudren el árbol entero se debilita. La idea de comunicación radical apunta a la recuperación de lo esencial de la comunicación y a su regeneración fértil, implica la simbiosis con transformaciones que suponen el sustrato, las bases del sistema social, económico y político. Cabe remover el humus para abonar las propuestas regeneradoras del ecofeminismo, el decrecimiento, el ecologismo, la cultura de paz, el posdesarrollo o la decolonialidad. Para ello, es necesario identificar el pensamiento único en los discursos universalizados y las narraciones que lo sostienen (científicas, literarias, culturales...) y reencontrarse con la historia de la comunicación cultural, para identificar su sustrato y sus fines.

El desafío presente obliga a reconocer diferentes propuestas para recuperar el equilibrio entra la innovación destinada a reacoplar la vida humana en el planeta y el respeto del diálogo ecosistémico, y al tiempo denunciar aquello que nos ha conducido hasta un presente distópico que la modernidad obvia y olvida. Un rediseño que interviene, considerando ante lo virtual, la necesidad de presencia, escucha activa, relaciones colaborativas y simbióticas. Entender la globalidad ecosistémica desde principios de relacionamiento de las culturas, de respeto al pluriverso, reconociendo las tecnologías desde el bien común y la mirada ética.

Las tecnologías de la comunicación nos han desconectado de la naturaleza. La mayor parte de nuestro tiempo de ocio se dedica a dispositivos conectados a la red mientras dedicamos menos de una hora al día a actividades al aire libre.

Desde un paradigma ecológico, la comunicación necesita hacer ver y valer esa relación de unión y de salud interconectada en la biosfera.

Los medios han contribuido a la exotización, a la virtualidad del mundo, a la mirada antropocéntrica para explicar el comportamiento animal y vegetal en documentales y filmes, a la demonización de especies, al miedo irracional a los “peligros” de la naturaleza, a la mirada del turismo y el safari, al espectáculo del reality sobre el encuentro con sistemas preservados. Pero también han podido emocionarnos, concienciarnos, involucrarnos en relación con el amor a la naturaleza, a los animales, a las actividades ecosociales. Lo consiguen programas de divulgación científica, filmes con mirada ecológica, documentales y noticias con sensibilidad ecosocial.

La comunicación sobre cuestiones ecológicas ha ocupado sólo márgenes en los medios de información, ha sido divulgada por organizaciones ecologistas o se ha desarrollado como información especializada, normalmente como ambiental o científica. Algunos de los documentales más conocidos como Una verdad incómoda, (Al Gore, 2017), o Besar la Tierra (J. Tickell y R. H. Tickell, 2020) tienen una perspectiva androcéntrica y son enunciados por voces de personas de países acomodados en un formato mansplaining que logra más aplausos que cambios estructurales. Mientras tanto, los medios de información apenas abren el micrófono a activistas del sur comprometidas que, en cambio, son perseguidas, silenciadas y asesinadas por denunciar a responsables directos. Por desgracia la lista es interminable, las Berta Cáceres, Marielle Franco, Bárbara Veiga y Dilma Ferreira representan a cientos que no se quedaron pasivas viendo la destrucción de su hábitat desde un cómodo sofá. Quienes se juegan la vida están fuera del plasma y del metaverso.

Pensar una comunicación ecológica implica descartar la competitividad como codificador hegemónico de procesos, economías y contenidos, y arraigar la cooperación y el mutualismo como lógicas más acordes con la naturaleza humana. Para ello es necesaria una mirada no individualista, sino relacional, de problemas y causas, entre personas e instituciones, de ideas y culturas.

Muchos procesos y sistemas de comunicación han basculado entre la competencia, el parasitaje y el comensalismo, propiciando una ecología de desiguales beneficios para las comunidades a las que han servido. La competencia como proceso biológico ocurre cuando dos o más individuos usan los mismos recursos y estos no son suficientes para satisfacer sus demandas. El sistema capitalista, a pesar de desarrollarse en un mundo con recursos suficientes, aunque finitos, fomenta una distribución desigual para garantizar el beneficio especulativo. La competencia desatada por el capitalismo llega a afectar a toda la biosfera, agotando recursos y expulsando a todo tipo de vida, incluida la humana, de sus hábitats o directamente eliminándolas.

El parasitaje se produce cuando ese sistema de comunicación-información anida en una sociedad o comunidad para alimentarse de sus nutrientes culturales sin aportar ningún beneficio social a cambio. El comensalismo lo encontramos cuando ese sistema ni perjudica ni beneficia a las comunidades, simplemente busca alimentarse de esos contextos sin contribuir al bien común. Es una comunicación que se fundamenta en un sistema de información vertical, de creación de imaginarios e ideas apriorísticas que sustentan el pensamiento de la modernidad y el desarrollo, gestionado para el beneficio de intereses minoritarios.

La reflexión sobre el modelo de sostenibilidad socioambiental convoca a una cumbre mundial de la eco-comunicación, un espacio de debate y análisis para establecer rutas hacia el diseño en la transformación de la comunicación-información y consensuar estrategias que coadyuven a frenar el colapso sistémico.

En la búsqueda de la reconexión de la comunicación con su sentir natural, cobra valor la oralidad como expresión creativa del relato, ese que nace desde abajo, de lo popular, de la calle, del mito, el cuento y lo cotidiano, que es expresión del sentir-compartir la vida y que genera las auténticas narrativas populares con o sin herramientas y tecnologías.

La oralidad como expresión genuina es esencia biónica en la construcción de sociedades y no puede o debe verse subordinada a la tecnología, que es subsidiaria y no siempre imprescindible. Es esa oralidad de lo cotidiano la que crea los relatos que somos y trascienden en narrativas diversas. Los medios tecnologizados sólo son sus amplificadores, pero no pueden hacernos olvidar los fines ecosociales de la comunicación y nuestra corporeidad como medio imprescindible.

Recuperar la comunicación desde el Sentipensar es recuperar la conexión para entender desde dónde, cómo y qué contar, y usar las tecnologías para interconectar ecosistemas y compartir saberes. En este camino, despatriarcalizar y decolonizar los imaginarios androcéntricos será esencial; sin ello la comunicación seguirá el mismo camino que nos ha traído al colapso.

'Introducción a la ciencia de la moral, una crítica de los conceptos éticos fundamentales'

La propuesta de una Comunicación Radical traza una ruta: enraizar, oralizar, decrecer, desdigitalizar, despatriarcalizar, decolonizar, desacelerar, resensibilizar, pacificar, desintoxicar, reencantar, ecologizar y semillar nuevos paradigmas de pensamiento.

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Susana de Andrés es profesora de Ética de la Comunicación en la Universidad de Valladolid (AVA) y Manuel Chaparro es catedrático de Periodismo en la Universidad de Málaga (UMA).

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