'El Imperio de la IA: Sam Altman y su carrera por dominar el mundo'

Karen Hao

El poder de la inteligencia artificial y de sus empresas asociadas ha aumentado de manera exponencial en los últimos años, a pesar de que ese no fuese su planteamiento inicial. Es lo que subraya la periodista Karen Hao en su nuevo libro, El Imperio de la IA. En él, la autora aborda cómo OpenAI y su fundador, Sam Altman, han ido consolidando su dominio en el sector tecnológico. A través de más de 250 entrevistas y un acceso único al entorno cercano de Altman, Hao evidencia en este ensayo los riesgos que supone la IA para el futuro.

Karen Hao es periodista e ingeniera mecánica especializada en la repercusión de la IA en la sociedad. Antes de escribir para medios como The Atlantic y dirigir la serie AI Spotlight, ejerció como reportera tecnológica en The Wall Street Journal y editora sénior en IA en MIT Technology Review. Fruto de su trayectoria, ha sido reconocida por la revista Time como una de las 100 personas más influyentes en el campo de la IA en 2025. Además, ha sido galardonada con el American National Magazine Award for Journalists Under 30.

infoLibre adelanta un fragmento de esta obra que publica Península y que sale a la venta este miércoles 26 de noviembre: 

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A lo largo de los años, solamente he encontrado una metáfora capaz de resumir la naturaleza de los máximos exponentes del juego de poder de la IA: los imperios. Durante la larga época del colonialismo europeo, los imperios se adueñaron y extrajeron recursos que no eran de su propiedad y explotaron a los pueblos sometidos para extraer, cultivar y refinar dichos recursos para el enriquecimiento de los imperios. Proyectaron ideas racistas y deshumanizadoras acerca de su superioridad y modernidad para justificar — e incluso persuadir a los conquistados para que aceptaran— la invasión de la soberanía, el robo y el sometimiento. Justificaban su lucha por el poder por la necesidad de competir con otros imperios: en la carrera armamentística, todo vale. En definitiva, todo esto sirvió para afianzar el poder de los imperios e impulsar su expansión y su progreso. En términos sencillos, los imperios amasaron unas riquezas extraordinarias a lo largo del tiempo y del espacio gracias a la imposición de un orden colonial mundial a expensas de todos los demás. 

Los imperios de la IA  no ejercen la misma violencia y brutalidad explícita que caracterizaron esta historia. Sin embargo, ellos también se apropian y extraen recursos valiosos para impulsar su idea de la inteligencia artificial: las obras de artistas y escritores, los datos de innumerables individuos que publican sus experiencias y observaciones en Internet; la tierra, la energía y el agua necesarias para albergar y mantener centros de datos y superordenadores gigantescos. Asimismo, los nuevos imperios explotan laboralmente a personas de todo el mundo para limpiar, clasificar y preparar esos datos para convertirlos en tecnologías lucrativas de IA. Exponen ideas seductoras de modernidad y plantean agresivamente la necesidad de derrotar a otros imperios para encubrir e impulsar las invasiones a la privacidad, el robo y la devastadora automatización de numerosas oportunidades económicas significativas. 

OpenAI lidera actualmente nuestra carrera hacia ese moderno orden colonial mundial. En la búsqueda de una visión amorfa de progreso, su agresiva expansión de los límites de escala ha establecido las normas de una nueva era para el desarrollo de la IA. Ahora, todos los gigantes tecnológicos están compitiendo unos con otros, gastando sumas de dinero tan astronómicas que han llegado a rivalizar por redistribuir y consolidar sus recursos. Alrededor de la época en que Microsoft invirtió 10.000 millones de dólares en OpenAI, despidió a 10.000 trabajadores para recortar gastos. Cuando Google vio que OpenAI le estaba comiendo terreno, centralizó sus laboratorios de IA en Google DeepMind. Mientras Baidu se apresuraba a desarrollar su equivalente a ChatGPT, los empleados que trabajaban para lograr avances en la aplicación de las tecnologías de IA para el descubrimiento de fármacos tuvieron que suspender sus investigaciones y ceder sus chips informáticos para desarrollar el chatbot. El paradigma actual de la IA está obstruyendo también vías alternativas al desarrollo de la IA. El número de investigadores independientes no afiliados a la industria tecnológica o que no reciben fondos de ella ha disminuido rápidamente, lo cual ha reducido la diversidad de ideas en este campo no vinculadas al beneficio económico a corto plazo. Las propias empresas que en su día invirtieron en la expansión de la investigación exploratoria a gran escala ya no pueden permitirse seguir haciéndolo al tener que asumir la factura del desarrollo de la IA generativa. Las generaciones más jóvenes de científicos se están alineando con el nuevo statu quo para tener más oportunidades de empleo. Lo que antes no tenía precedentes es ahora la norma. Los imperios nunca han sido tan ricos como en la actualidad. Cuando estaba concluyendo este libro, en enero de 2025, OpenAI alcanzó una valoración máxima de 157.000 millones de dólares. Su competidora, Anthropic, estaba a punto de lograr un acuerdo que la valoraría en 60.000 millones de dólares. Tras anunciar su asociación con OpenAI, Microsoft triplicó su capitalización en el mercado hasta superar los tres billones de dólares. Desde ChatGPT, los seis mayores gigantes tecnológicos han visto aumentar su capitalización en ocho billones de dólares. Al mismo tiempo, han surgido cada vez más dudas acerca del verdadero valor económico de la IA generativa. En junio de 2024, un informe de Goldman Sachs señaló que se preveía que el gasto en desarrollo tecnológico alcanzase un billón de dólares en unos pocos años sin que hasta ahora se haya visto recompensado. Al mes siguiente, una encuesta del Upwork Research Institute realizada entre 25.000 trabajadores de todo el mundo concluyó que, mientras el 96 por ciento de los altos cargos esperaban que la IA generativa disparase la productividad, el 77 por ciento de los empleados que utilizaban realmente esas herramientas declararon que, por el contrario, aumentaban su carga de trabajo; ello se debía en  parte al tiempo empleado en revisar los contenidos generados por IA y en parte a la creciente demanda de más trabajo por parte de sus superiores. En un artículo de Bloomberg publicado en noviembre, en el que se analizaban las consecuencias del impacto de la IA  generativa, las redactoras Parmy Olson y Carolyn Silverman lo resumieron brevemente: los datos «plantean una posibilidad inquietante: que es posible que esta tecnología supuestamente revolucionaria no llegue nunca a cumplir su promesa de generar una amplia transformación económica, sino que se limite a concentrar más riqueza en la parte superior».

Mientras tanto, el resto del mundo empieza a desplomarse bajo el peso del creciente coste humano y material de esta nueva era. Los trabajadores de Kenia ganaban sueldos de miseria por filtrar los discursos de odio y violencia de las tecnologías de OpenAI, incluyendo a ChatGPT. Los artistas son sustituidos por los mismos modelos de IA construidos a partir de sus trabajos sin su consentimiento y sin recibir compensación alguna. La industria periodística se va atrofiando a medida que las tecnologías de IA generan cada vez más desinformación. Vemos cómo la historia se repite ante nuestros ojos, y esto es solo el principio. 

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OpenAI no aminora el paso. Sigue tratando de aumentar, si cabe, su volumen con unos recursos sin precedentes y el resto de la industria sigue su estela. Con el fin de reprimir las cada vez mayores preocupaciones acerca del actual funcionamiento de la IA  generativa, Altman ha pregonado aún con más fuerza sus futuros beneficios. En una entrada de blog publicada en septiembre de 2024, declaró que la «era de la inteligencia», caracterizada por una «enorme prosperidad», estaría pronto entre nosotros y que posiblemente la superinteligencia llegaría en cuestión de «unos miles de días». «Creo que el futuro será tan brillante que nadie puede hacerle justicia intentando escribir ahora sobre él», escribió. «Aunque sucederá de manera gradual, triunfos asombrosos — frenar el cambio climático, establecer una colonia en el espacio y el descubrimiento de toda la física— serán con el tiempo algo habitual.» En este momento, la inteligencia artificial generativa es en gran medida retórica, una excusa fantástica polivalente para que OpenAI continúe tratando de conseguir cada vez más riqueza y poder. Muy pocos disponen de un capital comparable para invertir en opciones alternativas. OpenAI y su puñado de competidores constituirán un oligopolio en la tecnología que nos venden como clave para el futuro; todo aquel — ya sea una empresa o un gobierno— que quiera una porción de esa idea tendrá que recurrir a los imperios para que se lo suministren. 

Existe una salida diferente. La inteligencia artificial no tiene por qué ser lo que es en la actualidad. No tenemos por qué aceptar la lógica de una escala y un consumo sin precedentes para lograr avances y progreso. Gran parte de lo que nuestra sociedad necesita en realidad — mejor asistencia sanitaria y educación, aire puro y agua limpia, una transición más rápida para dejar atrás los combustibles fósiles— puede fomentarse y lograrse y, en ocasiones es incluso necesario que así sea, con modelos considerablemente más reducidos de IA y una variedad de enfoques diferentes. Además, la IA por sí sola no será suficiente: necesitaremos también más cohesión social y cooperación internacional, precisamente algunas de las cosas cuestionadas por la visión existente del desarrollo de la IA.

Pero los imperios de la IA no renunciarán fácilmente a su poder. El resto de nosotros tendremos que luchar por recuperar el control del futuro de esta tecnología. Nos encontramos en un momento crucial en el que aún es posible hacerlo. Del mismo modo que los imperios de la antigüedad acabaron dejando paso a unas formas de gobierno más inclusivas, también nosotros podemos moldear juntos el futuro de la IA. Los legisladores pueden imponer normas estrictas sobre privacidad y transparencia y actualizar las protecciones de la propiedad intelectual para devolver a la gente la gestión de sus datos y sus obras. Las organizaciones de derechos humanos pueden promover normas laborales internacionales y leyes para garantizar que los clasificadores de datos reciban un salario mínimo y se les concedan unas condiciones de trabajo decentes, así como para apuntalar los derechos laborales y garantizar el acceso a unas oportunidades económicas dignas en todos los sectores e industrias. Las agencias de financiación pueden fomentar una renovada diversidad en la investigación de la IA para desarrollar fundamentalmente nuevas manifestaciones de lo que podría ser esa tecnología. Por último, todos podemos oponernos a los relatos que nos han contado OpenAI y la industria de la IA para ocultar los crecientes costes sociales y medioambientales de esta tecnología tras una imprecisa idea de progreso. 

Karen Hao

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