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La madre de todas las crisis de deuda

Nouriel Roubini

Nouriel Roubini es considerado economista bestseller, no solo por su carrera y largos mitos sobre las predicciones de las crisis financieras que se hicieron realidad en 2008, así como la Gran Recesión. Es por ello que vuelve con Megamenazas. Las diez tendencias globales que ponen en peligro nuestro futuro y cómo sobrevivir a ellas, una obra llena de predicciones que englobaran a la humanidad al considerarse "megamenazas". Factores como las deudas que se cernirán en forma de crisis mundial, tensiones geopolíticas, emergencias climáticas, empleo, etc. Editado por Deusto, la obra puede encontrarse en las librerías y en plataformas online de compra. infoLibre publica un extracto del libro.

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Como profesor universitario y en momentos trascendentales como diseñador de políticas en el Gobierno de Estados Unidos, he vivido, estudiado e intentado resolver las crisis de deuda durante cuatro decenios. Algunas crisis estaban confinadas a una sola región. Otras arrasaron en todo el mundo. Algunas dejaron pocas huellas. Otras devastaron sectores económicos enteros y trastocaron millones de vidas. Nadie debería pretender tener todas las respuestas a un problema tan complejo como la gestión de la política económica, pero aprendí algo: la experiencia es mala maestra. Seguimos cometiendo los mismos errores garrafales. Una y otra vez, el entusiasmo y las políticas expansivas hinchan burbujas; una y otra vez, estallan. El Correcaminos de los Looney Tunes podía olfatear la dinamita envuelta en papel de regalo. ¿Por qué nosotros no? Ya sea por el envoltorio o debido a nuestra naturaleza humana, nos espera la peor crisis de deuda de toda mi vida, como si hubiéramos olvidado sus predecesoras.

Un país que debería tener en cuenta las lecciones del pasado es Argentina. En 2020, por cuarta vez desde 1980 y por novena vez en su historia, el Gobierno argentino incumplió sus obligaciones de deuda. En agosto de 2020, el Ministerio de Economía del país anunció un acuerdo con los hastiados acreedores. Unas horas antes de que la tercera economía de Latinoamérica estuviera dispuesta a dar por terminadas las negociaciones, los acreedores prorrogaron los plazos de vencimiento de la deuda y redujeron el pago de intereses.

En los países que intentan evitar la catástrofe financiera, la esperanza es eterna. El presidente argentino, Alberto Fernández, declaró entonces: «Por favor, que nunca más entremos en este laberinto [de endeudamiento]». Prometiendo que en la próxima década la deuda argentina se reduciría a la mitad, el presidente señaló que el Gobierno haría lo necesario para mantener la viabilidad de una maltrecha economía. Agradeció a los gobernadores regionales y a los congresistas que se posicionaron a su lado; agradeció al papa Francisco y a los líderes de México, Alemania, Francia, España e Italia. Como informó el Financial Times, declaró: «Nada de todo esto ha sido fácil, pero si hay algo que los argentinos sabemos hacer es levantarnos cuando nos caemos».

Fue el tipo de declaración para la que hace falta tener agallas y que a los líderes políticos les encanta hacer frente a la adversidad. Pero Argentina —y el mundo— está lejos de superar la crisis actual. El país sigue funcionando con una deuda pública de unos 300.000 millones de dólares, prácticamente igual a toda su producción económica en 2020. Además, durante y después de la crisis de la COVID-19, la inflación hizo estragos en el país, y se espera que para 2022 la tasa de inflación sea superior al 50 por ciento.

El mundo entero se parece cada vez más a Argentina. La deuda pública de los gobiernos, además de la deuda privada de las empresas, las instituciones financieras y los particulares, ya se estaba disparando sin control antes de que llegara la gigantesca cuenta de la respuesta a la pandemia de la COVID-19. En Estados Unidos, el paquete de ayuda aprobado en 2021 fue de 1,9 billones de dólares, más dos enormes medidas de estímulo aprobadas durante la presidencia de Trump, que desde 2019 han añadido 4,5 billones de dólares a su deuda pública. A principios de 2021, el exsecretario del Tesoro Lawrence Summers advirtió en un artículo de opinión en The Washington Post que eso «representaría el acto más audaz de política de estabilización macroeconómica de la historia de Estados Unidos», y de forma acertada expresó su preocupación de que un estímulo tan grande y excesivo sobrecalentaría la economía y causaría una alta inflación. Después, la Administración Biden planificó sin demora otros entre 3 y 4 billones de dólares de inversión social y en infraestructuras que sólo se financiarían parcialmente con impuestos más altos. Por suerte, sólo se aprobó una parte de ese gasto adicional a gran escala.

Con independencia del partido o la coalición que estuviera en el poder, las respuestas a la COVID-19 excluyeron cualquier atisbo de contención de la deuda. Europa apenas es capaz de hacerle frente. En febrero de 2021, The New York Times informó: «La deuda [europea] se está incrementando a unos niveles nunca vistos desde la Segunda Guerra Mundial». En muchos países europeos, la deuda está aumentando tan rápido que está superando ampliamente el tamaño de las economías nacionales.

'Octubre de 1936'

Según datos del Instituto de Finanzas Internacionales, a finales de 2021, la deuda mundial —soberana y privada— sobrepasaba el 350 por ciento del PIB mundial: lleva décadas incrementándose a gran velocidad (del 220 por ciento del PIB en 1999) y tras la crisis de la COVID-19 se ha disparado. En economías avanzadas o en mercados emergentes, la proporción nunca se había acercado a este nivel. La deuda estadounidense está a la par que la media mundial. La ratio de deuda privada y pública de Estados Unidos en relación con el PIB es mucho más elevada que el nivel máximo de deuda alcanzado durante la Gran Depresión, y más del doble del nivel existente cuando Estados Unidos salió de la Segunda Guerra Mundial y entró en un período de crecimiento sólido.

Esta pronunciada tendencia provocó una contundente advertencia por parte del Instituto de Finanzas Internacionales, que realiza un seguimiento de la deuda mundial: «Si la acumulación de deuda mundial sigue creciendo al ritmo medio de los últimos quince años, nuestras estimaciones sugieren que en 2030 podría superar los 360 billones de dólares; es decir, más de 85 billones de dólares por encima de los niveles actuales». Esto elevaría la ratio de la deuda global a más de cuatro veces la producción mundial, nivel que asfixiará el crecimiento económico bajo los enormes costes del servicio de la deuda.

Un mundo habitable y progresista requiere niveles de deuda que los países puedan pagar sin sofocar el crecimiento. Un gobierno tiene un nivel de deuda saludable cuando puede incrementarlo durante una recesión (para estimular el crecimiento y acabar con ella) y reembolsarlo en las épocas de recuperación. Un gobierno tiene un nivel de deuda nocivo cuando no tiene ninguna posibilidad realista de devolverla. Cuando esto ocurre y golpea una crisis de la deuda, los países, las regiones e incluso el mundo entero pueden sufrir una recesión que haga retroceder la economía. Cuando las facturas de deuda vencen, los gobiernos se han quedado sin buenas opciones. Con frecuencia, la clase de severas soluciones disponibles —devaluación de la moneda y recorte de la red de seguridad social, por ejemplo— conllevan todo tipo de consecuencias imprevistas, como la caída de los mercados, el populismo autoritario e incluso la discreta venta de misiles y armamento nuclear al más canalla de los postores.

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