Crear palabra como quien crea el mundo
Los primeros días
Andreiev Kuffi / José Luis Villacañas Berlanga
Editorial Juancaballos. Fundación Huerta de San Antonio (Úbeda, 2023)
Los primeros días, de Andreiev Kuffi, es un libro sobre aquello que nace de algo que no existe. Resulta extraño, tal vez paradójico, pero, si lo meditamos bien, la escritura poética tiene esa capacidad. Vivimos en el mundo de lo tangible, de lo dicho, de lo nombrado como gesto de orden. Por ello, mirar hacia atrás, ejercer sobre nuestra mirada un viaje en retroceso hacia ese primer momento, con esos ojos de lo tangible, resulta infructuoso. Decía Rilke en sus inconmensurables Elegías de Duino, más concretamente en su Elegía VIII: "Con todos los ojos ve la criatura / lo Abierto. Sólo nuestros ojos están / como vueltos del revés" y creo, personalmente, que hacer escritura, pero escritura como herida o vestigio, sólo puede conseguirse con esa mirada animal, primaria, hacia ese lugar Abierto que no es más que el lugar de la totalidad, ajeno a la distinción de las cosas, también de la vida y de la muerte. Es decir, desde nuestra humanidad debemos mirar en el mundo, no frente al mundo.
Esa mirada puede resultar insoportable. No por horrenda o atormentada, sino porque no tiene la capacidad de nuestro lenguaje, el humano, que podemos tensar —quien tenga capacidad para ello— o deformar según lo poético exija.
Así que este libro nos remite a esa mirada hacia lo antiguo, hacia una realidad donde nada había definido, hacia un vacío o una inspiración —pienso en el tsitsum— entre la que surge el mundo. La primera letra de la Torá implica un comienzo, nos remite a un principio. Pero es un pasado que no puede contarse. Es decir, es un pasado negado, sin palabra. Con la llegada de la palabra el mundo comienza a abrirse. Todo surge por primera vez. Comienza el poemario: "Era la lluvia y por primera vez caía sobre el fuego ardiente de la Tierra. La gran nube se abrió como granada seca y la pequeña esfera se limpió de las sangres del parto. Por el desgarro del cielo asomó una estrella cercana, un grito de vida, un instante". No estaba la lluvia, sino que era por primera vez. Por primera vez surge ese verbo de existencia que es el verbo "ser". Esa lluvia es sobre un lugar reciente que acaba de alumbrarse (en el sentido de luz, también en el sentido de un parto). Se abre el mundo gritando su vida y, lo más determinante, surge un instante. Surge, por primera vez, el tiempo. En ese mundo indefinido donde no existe la presencia (con todo lo que etimológicamente tiene de "presente") el tiempo comienza a asomar el estigma del ser, el cuerpo del ahora: el instante. Desde ese caos donde nada era nombrado y, por lo tanto, nada era, surge la Palabra. Palabra como límite, como contorno, como principio.
Kuffi habla de la creación del mundo, que es, en sí misma, la creación de la escritura poética. Cae la lluvia sobre el lugar para hacer existencia: "Ella creía trenzar los colores de la luz con los hilos de un mismo sufrimiento blanco", escribe Kuffi. Hay un mundo blanco que comienza a herirse de nombres. La soledad originaria empieza a ser golpeada por esa fusta bella, aunque terrible muchas veces, del lenguaje. En la parte titulada Miércoles de Babel, se reconoce el miedo y se asoma un lenguaje incomprensible (nunca dicho antes): "Cuando cada cuerpo sintió su propio miedo, de cada boca brotó una palabra que ninguno entendió". No se entiende (la poesía tampoco debe entenderse) y, sin embargo, todo es ahí, incluso la muerte. Dice en el poema VII de esta misma parte: "Uno de ellos, el que más había temido, el que menos fe tuvo, o menos esperanza, uno, sin más mérito que el de ser uno más, encontró a su lado un cuerpo frío, en todo igual a él. Le señaló la salida del sol, pero no contestó. Lo abrazó con la fuerza con que todos apretaban en sueños sus pechos, pero no soñó, ni amó, ni respiró. El hombre sintió más miedo de aquel frío que cuando en la primera noche cerró sus ojos y robó su luz, pues ahora entendía que en su pecho anidaba la amenaza de una noche eterna".
Lo creado comienza a ser separado del mundo para mirarlo de frente. Volviendo a Rilke, se crea al hombre frente al mundo, para que abandone el mundo. Y así llega la nostalgia y el miedo a esa noche eterna. En el mundo absoluto no había diferencia entre vida y muerte. Frente al mundo, la vida y la muerte, el instante, caen sobre nosotros. Y ser capaz de trasladarlo al texto es algo complejo, pero sólo la poesía puede llevar a cabo este ejercicio de aproximación —toda escritura es una aproximación que nunca llega a su fin—.
Y Andreiev Kuffi hace escritura sobre la escritura de manera deslumbrante. Se acerca a la Palabra haciendo del poema una proyección cabalística. Las Sefirot, a las que recuerda la estructura poemática de este libro, tal y como advierte el profesor Villacañas, son los canales de la creación de la vida. A través del poema y su palabra, Dios —aunque sé que no debería decir de manera completa su nombre— interactúa con el mundo.
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Gracias a José Luis Villacañas y a su magnífica traducción, he descubierto a un gran poeta de biografía oscura que necesita también ser desvelada. De Kuffi conocemos su final en una cárcel de Siberia en 1919. No conocemos tanto su principio —o tal vez sí lo conozcamos más de lo que creemos— y, quizás, así debería ser. Porque, ya sabemos, el origen nunca posee nuestro lenguaje.
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Marta López Vilar es poeta y profesora en el departamento de Estudios Románicos, Franceses, Italianos y Traducción de la Universidad Complutense.