Cristina Peri Rossi: vida nueva y alegoría del exilio

La nave de los locos

Cristina Peri Rossi

Menoscuarto (Palencia, 2022)

 

Esta novela se publicó por primera vez en 1984, en la editorial Seix Barral, y obtuvo críticas elogiosas de Dámaso Santos, Lluís Izquierdo, Nora Catelli y un tal Manuel Puig, aunque el escritor argentino denunció que él no la había escrito (véase La Gaceta del Libro, números 12-13, XII/1984, y la réplica del autor de Boquitas pintadas en el número 21, 15-30/IV/1985); así como una interesante entrevista que le hizo Francisco J. Satué. La novela fue presentada en Barcelona y Madrid por autores tan notables como Vázquez Montalbán y Caballero Bonald. La autora tenía entonces 43 años y vivía exiliada en Barcelona desde 1972. En 1984 los momentos fulgurantes del boom habían pasado, dejando unos cuantos libros extraordinarios, y la literatura hispanoamericana, los nuevos nombres no tenían la entidad de Cortázar, García Márquez, Vargas Llosa, Cabrera Infante, José Donoso o el primer Carlos Fuentes.

Sin embargo, habían tomado el relevo en el gusto literario de los lectores españoles otros narradores de calidad, lo que se ha llamado la generación posterior al boom, marcada a menudo por el exilio, entre los que se encontraban Manuel Puig, Antonio Di Benedetto, Eduardo Galeano, Alfredo Bryce Echenique y la propia Cristina Peri Rossi, una de las pocas autoras que se exilió entonces y, sin duda, la más notable. Obras como El beso de la mujer araña, La vida exagerada de Martín Romaña , Zama o Las venas abiertas de América latina nos impresionaron mucho en su momento. Pero a lo largo de los años 70 y primeros 80 habían surgido asimismo unos cuantos narradores españoles que pronto se convertirían en referencia de nuestra mejor narrativa, tales como José María Merino, Luis Mateo Díez, Álvaro Pombo, Juan José Millás, Javier Marías, Cristina Fernández Cubas o Esther Tusquets, quienes por cierto tenían muy poco que ver con el realismo tradicional del que Peri Rossi se quejaba por ser predominante entre nosotros. En el entorno de Lumen se movía la escritora uruguaya, trabajó en la editorial, quien siempre ha considerado la novela que ahora nos ocupa como uno de sus libros preferidos.

En alusión al título, los locos, en el siglo XVI, eran abandonados a su suerte en alta mar, o como precisa el narrador, actualizando el símbolo: "Hospitales especiales para heridos de guerra. Hospitales militares, para prisioneros políticos. Selvas apropiadas para opositores incómodos. Naves de locos. La nave, sustituida por el manicomio. Cárceles hediondas donde encerrar a los transgresores, Clínicas privadas" (páginas 65-71 y 227). Existe, a ese respecto, una amplia tradición cultural consolidada que va desde Sebastián Brant (La nave de los locos, 1494. Véase la ed. de Antonio Regalado Serna en Akal, 2011), pasando por el cuadro de El Bosco y la novela de Pío Baroja, hasta la obra del colombiano Pedro Gómez Valderrama.

La novela de nuestra autora no está escrita en primera persona y se vale de cierta ironía, acaso como una forma de distanciarse de los hechos, y en ella tanto pesa la reflexión sobre el exilio como la que se lleva a cabo sobre la condición de la mujer. Pero debe leerse como una alegoría de los exilios ("la alegoría hace evidente el contenido literal y el oculto, es decir, el mensaje latente", le confiesa en una entrevista del 2001 a Reina Roffé), de lo que significa tener que abandonar a la fuerza tu país, tu cultura, y no poder volver, porque la autora tenía ya entonces conciencia de que del exilio no se vuelve. No en vano, aunque haya regresado a Montevideo en varias ocasiones, todavía sigue viviendo en Barcelona, y ha comentado en alguna que otra ocasión: "a mí el exilio me ha enriquecido", y aunque haya sido la experiencia más dolorosa, también ha sido la más enriquecedora. Además, ha confesado que cuando escribió La nave de los locos empezaba a sentirse por fin desexiliada.

Así pues, esa alegoría que construye Peri Rossi se vale de una serie de símbolos que en este caso son, entre otros, la soledad, la itinerancia propia de los viajes, las relaciones que en ellos se establecen y los niños, como —por ejemplo— el llamado Percival (páginas 86, 173 y 181), presencia frecuente también en otras obras suyas (así, en los poemas de Diáspora, 1976 y 2001; o en los relatos de La rebelión de los niños, 1980).

Las tres citas iniciales, de Pessoa, de J.G. Ballard, uno de los escritores preferidos de la autora y "el más contemporáneo", como afirma en la entrevista que le hizo Susana Camps en Quimera; y de George Steiner, pueden leerse como un anticipo de lo que vamos a encontrarnos, pues se refieren a la vida como viaje, al siglo XX como el matrimonio entre la razón y la pesadilla, y a la indiferencia, al silencio que pueden mostrarnos los demás. Resulta curioso, por otro lado, que el capítulo XIX aparezca encabezado por una cita del personaje Equis.  

La narración se divide en 21 partes, las tres últimas dedicadas a Eva, autora de unas confesiones inéditas (página 199). Se trata de una estructura abierta, a la vez que el tono del relato tiende a alejarse del realismo. En ella aparece intercalada la descripción, la interpretación y las reflexiones sobre el tapiz de la Creación de la catedral de Gerona, pero también diversas historias: como la que da título a la novela; la de Llull y la del capitán inglés, del siglo XVIII (páginas 65-71, 98 y 232). Pero la historia propiamente dicha se centra en el deambular, por diversas ciudades, de un personaje denominado Equis, quien "piensa que en general [las denominaciones] son irrelevantes", y sin embargo se entretiene en hacer una lista de nombres posibles para él: Ulises, Archibaldo (¿acaso cómo el personaje de Buñuel?), Iván u Horacio, si no lo hubiera utilizado Cortázar en Rayuela. Cuando se acerca el final, Equis le comenta a Lucía que su madre debió bautizarlo con el nombre de Caronte, el barquero del Hades. Y, por último, respecto a la nomenclatura, el niño de 9 años que Morris se encuentra en el capítulo XVIII se llama Percival, según hemos referido con anterioridad (páginas 33-35, 182 y 224).

El protagonista viaja por el mundo sin concretar dónde está. Y como, en un momento dado, el narrador nos invita al juego, podría pensarse que B. acaso sea Barcelona y Mallorca, la isla innominada en la que transcurren algunos episodios (véanse las referencias a Ramon Llull), mientras que la localidad concreta es Deià, en la novela llamada Pueblo de Dios, por la alusión a Robert Graves. Peri Rossi lo cuenta, además, en Julio Cortázar y Cris (Menoscuarto, 2014), pues visitó dicha población en varias ocasiones, coincidiendo con Cortázar, Claribel Alegría y su marido, Bud Flakoll, residentes en el pueblo, y con otras amigas, como la uruguaya Lil Castagnet, autora de una buena antología de su lírica publicada en Visor.

En cierta forma, podría decirse que la estructura tiene una vocación experimental, pues combina la narración fragmentada con las noticias de un periódico, las notas a pie de página (páginas 16 y 228), cartas, confesiones que se anuncian inéditas, historias intercaladas, un poema (Las leyes de la hospitalidad, página 52 y 53, recogido en Babel Bárbara, 1990) y el análisis detenido del tapiz de Girona. Asimismo, la novela de Peri Rossi debió de resultar entonces novedosa por la temática: el exilio, la soledad inherente a él, las relaciones amorosas, la condición de la mujer y, sobre todo, la nueva actitud que debía desempeñar el hombre. El colofón, compuesto —digamos- por tres versos ("Faltan enero, noviembre, diciembre y,/ por lo menos,/ dos ríos del Paraíso"), viene a decirnos —con esa alusión final al tapiz- que queda todavía mucho para que el hombre asuma que su virilidad debe ser diferente (página 255). Pues, como se afirma en un cartel de cine, de una película que se comenta (se trata de Engendro mecánico, 1977, de Donad Cammell, protagonizada por Julie Christie): "El hombre es el pasado de la mujer" (página 32). Todo ello nos es presentado desde una actitud crítica, feminista, digamos que progresista, si la palabra no resultara hoy tan manida.

La delgada trama utiliza de forma constante la elipsis, dejando importantes huecos entre un episodio y otro, pues todos se cuentan de forma fragmentaria. Así, por ejemplo, no asistimos al final del viaje con que se inicia la narración, que traslada a los personajes de América a España, pero sí podemos especular con que el barco que aparece al comienzo de la historia fuera el mismo Giulio Cesare que trajo a España a nuestra autora.

Tanto los personajes como las situaciones pueden resultar insólitas, e incluso extravagantes, en varios casos, tamizados por cierto surrealismo. Resaltaría la importancia de las relaciones amorosas y el acerado análisis de la situación que padecen las mujeres, las trabas con que se encuentran para desarrollar su vida en igualdad de condiciones, aunque buena parte de los personajes que deambulan por la novela sean masculinos, puesto que es su actitud la que debe cambiar, tal y como se anuncia en el desenlace, en el que Equis, tras su largo viaje, pierde —digamos- su virilidad primera (había comparado a una mujer con un perro, página 72, y permanecido impasible ante las vejaciones del gordo José a las abortistas), hoy se le llama masculinidad, pues acaba entendiendo las humillaciones y sufrimientos que padecen las mujeres. Con todo,  se anticipa antes, desde el momento en que Equis se pregunta: "¿Cuál es el mayor tributo, el homenaje que un hombre puede ofrecer a la mujer que ama?" (página 210), una cuestión que se reitera en diversas ocasiones.

En relación con el papel que desempeñan los sueños, las pesadillas, cabe decir que la novela empieza y concluye con un sueño. El inicial podría leerse como una poética, igual que ocurre en las páginas 166 y 186, en las que el narrador o alguno de los personajes reflexionan sobre la aparición de ella, el tiempo y la mezcla del grano, la paja y la piedra, cuyo significado, una vez leída la novela, no resulta enigmático; la reflexión sobre los géneros, decantándose por el concepto de obra, defendido por los estructuralistas; y la defensa de lo real frente a la fantasía. Son ideas que ha defendido la autora. Pero volviendo a los sueños y pesadillas, que se confiesan al respecto, el narrador comenta lo siguiente: "el hombre mientras sueña siempre es un ser ingenuo, poco capaz y falto de discernimiento", lo que podría leerse como una variante de la frase de Hölderlin en Hyperion: "El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona…", y Equis reconoce que a veces suelen ser "muy angustiantes". En el sueño final, el protagonista resuelve el acertijo sobre los reyes enamorados de sus hijas, que había reaparecido en diversas ocasiones como leit motiv en el tramo final de la novela (páginas 236, 240, 242, 244, 253 y 254), y concluye con la necesidad acuciante de cambiar de actitud con las mujeres (páginas 11, 51, 62, 210, 223 y 253). Otro motivo que también adquiere protagonismo en la parte final, e igualmente apunta al desenlace, es el "jamás, jamás", de Lucía (se trata de la mujer que va a abortar a Londres, creo que la primera referencia a un lugar concreto, página 210, protegida por Equis, de la que este —digamos- se enamora, influyendo en su cambio final de actitud): "Jamás, jamás volveré a acostarme con un hombre (…). A través de ellos la esclavitud se propaga, se defiende, nos encadena" (páginas 227 y 252).

Se vale a menudo del humor y la ironía, y cabe destacar asimismo el peso de lo metacultural, con alusiones a la pintura, el cine y la música, y de lo metaliterario, con numerosas alusiones a autores, libros (véanse, por ejemplo, las listas de libros, o las referencias a los poetas del dolce stil novo, páginas 48, 54, 91 y 100), películas y actrices que contaban con la preferencia de la autora, e incluso la presencia de atisbos de angeleología (página 100), a la manera de D´Ors o Rafael Pérez Estrada. Pero me parece que quien más influyó en la concepción de esta novela quizá fuera Cortázar (para la autora, representaba al hombre del futuro, ese hombre nuevo, medio mujer), a pesar de que ella haya afirmado en varias ocasiones que el argentino, con quien mantuvo una estrecha amistad, no fue nunca una referencia literaria que utilizara en su obra.

Sea como fuere, la libertad de la novela que escribe, su concepción como género de géneros, el ser ella también una escritora culta, en sus libros no suelen faltar alusiones a la literatura, la pintura o la música, clásica y popular, junto con los distintos materiales que acarrea y los juegos que entabla con el lenguaje, "su falta de solemnidad, su actitud irreverente (…)", a lo que podría sumarse la complicidad con el lector, además del cultivo de una actitud antiburguesa y de francotiradora, son características que la escritora atribuye a Cortázar en su libro del 2014, ya citado, que podrían ser perfectamente cortazarianos.

Esta novela habría que relacionarla con otros libros suyos que se ocupan también del exilio, como los poemas de Descripción de un naufragio (1975) y Estado de exilio (2003), el libro de narrativa breve Indicios pánicos (Nuestra América, Montevideo, 1970) y su artículo "Estado de exilio", fechado en 1978. Recordemos también que varios de los motivos que aparecen en La nave de los locos volveremos a encontrarlos en sus obras posteriores.   

Por último, me gustaría llamar la atención sobre el Apéndice del capítulo XVI, titulado La metrópoli, según Morris (páginas 156-162), que debería reflejarse en el Índice, y este, detallarse más, donde se burla —la autora le quita la palabra al narrador- de la ciudad como ombligo del mundo (¿Barcelona?), y cuestiona el papel de los partidos políticos (el PSOE había sucedido en el gobierno a la UCD, mientras que en Cataluña gobernaba Convergencia), pero también "las laboriosas industrias de tipo familiar", la sociedad patriarcal, el convencimiento de sus ciudadanos "de ser más inteligentes, cultos y patriotas que el resto de las ciudades del mundo", sin olvidar el arte, las novelas y los libros de memorias ombliguistas, para concluir recordando que "el animal preferido de los ombliguistas es el automóvil".

La nave de los locos, en suma, es una novela que se mantiene fresca, aunque algunos de los episodios resulten un poco toscos. Podría haberse mostrado algo más sutil, prescindir de la sal gorda, pues no era necesario cargar tanto las tintas, como hace en el caso de la intolerable conducta del gordo José, responsable de trasladar a Londres a las mujeres que desean abortar, por su lenguaje despreciativo y machista. En ese sentido, podríamos repetir el comentario que Kafka le hace a Gustav Janouch (Conversaciones con Kafka, Destino, 1997), varias veces recordado por nuestra autora: "La literatura es un reloj que a veces adelanta", si bien, leída La nave de los locos casi 40 años después de su publicación, en contadas ocasiones a veces también atrasa. Sea como fuere, lo importante es que gran parte de las preocupaciones que tenía la autora en 1984 parecen en la actualidad más vigentes que nunca. Por tanto, hay que felicitar a José Ángel Zapatero, responsable de la editorial Menoscuarto, pues otra vez un pequeño editor se muestra más ágil que los grandes, al reeditarla.

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La novela, diría yo, en suma, está dirigida, sobre todo, a los lectores masculinos, para que cambien de actitud, pero también a las mujeres, con el objeto de que sepan a qué atenerse. Y por ello, puede leerse asimismo como una alegoría o moralidad, en el mismo sentido que le dio Jaime Gil de Biedma en su libro de 1966.

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Fernando Valls es profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona y crítico literario.

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