El rincón de los lectores

Los hijos muertos

portada del libro

Los hijos muertosAna María MatuteCátedra2016Los hijos muertos

  José Más fue un poeta y un profesor de literatura. Como Jorge Luis Borges necesitó compaginar su ceguera con el amor a los libros. En sus estudios literarios y en la vida, contó con la ayuda de su mujer Teresa Mateu. Cuatro años después de la muerte de José Mas y gracias a la labor de Teresa, se ha publicado en Cátedra su edición crítica de Los hijos muertos (1958), la novela con la que Ana María Matute ganó el Premio Nacional de Literatura. Buena ocasión para recordar el valor humano, poético y erudito de José Mas y la calidad narrativa de una de las mejores escritoras del siglo XX.

Los hijos muertos es una novela fuerte, conmovedora y admirable que indaga con profundidad el significado social y sentimental de la Guerra Civil. El título fija ya una perspectiva de doble dimensión: el hambre y las esperanzas rotas. La Tanaya es una mujer que malvive en la pobreza y que ve a algunos de sus hijos morir por la precariedad de la existencia que soportan. El hambre fue una forma de represión y castigo en los años más duros de la posguerra. Junto a la falta de libertad y a la persecución política, la ausencia de remedios para el hambre -el desamparo absoluto- formó parte de las operaciones de dominio del Régimen. Se impuso la resignación como costumbre.

Pero el título apunta también a una quiebra generacional y a la pérdida de ilusiones éticas. El pueblo de Hegroz, condenado a desaparecer bajo las aguas de un pantano, marca la geografía de la desolación. La decadencia de la familia Corvo, caciques arruinados por la quiebra de sus negocios en América, impone una atmósfera de mezquindad que se extiende por la historia, las calles y los personajes. Allí coinciden dos padres de hijos muertos. Daniel Corvo es un disidente que vivió el sueño republicano en Barcelona. Vuelve derrotado por las armas y la enfermedad a pasar en el bosque de Hegroz los últimos años de su vida. Diego Herrera es el responsable de una compañía de presos que participan en el programa de Redención de Penas por el Trabajo. Daniel perdió a su mujer embarazada en un bombardeo franquista sobre Barcelona. El hijo de Diego fue asesinado de manera cruel por un piquete de milicianos que ajustaban cuentas con los golpistas.

¿Quién eres tú para ir hurgando en la vida de los demás? Eso le pregunta Daniel a Mónica, una joven Corvo que necesita también romper. No quiere soportar el lastre de penumbra y rencor que domina a sus mayores. Mónica se ha enamorado de Miguel, preso común que trabaja en las obras del pantano, muy joven y poco identificado con la herencia sentimental de sus padres. Diego Herrera comprobará que la confianza puesta en Miguel acaba en un trágico fracaso. Daniel tampoco se decide a ayudar a los jóvenes; la historia que le llega por detrás ya no es la suya.

Los hijos muertos presenta un magnífico testimonio de la ruptura que supuso la Guerra Civil al cortar la articulación entre su pasado y su presente. La anomalía española, nuestra separación del curso normal de la historia europea, se produjo a causa del golpe de Estado de 1936 y de la victoria fascista de 1939. Fue un corte con nosotros mismos. En última instancia, eso es lo que sostiene la desolación de una historia de hijos y padres, en la que no es posible el diálogo generacional porque los personajes están en guerra con su pasado o su futuro. Todos llevan un feto muerto en su estómago.

La narrativa de Ana María Matute consigue convertir el argumento en una atmósfera sentimental. En la voz de los personajes principales se mezcla por sistema la vida presente con escenas del pasado, recuerdos que informan al lector de la configuración de una experiencia ética. Los sueños amorosos y revolucionarios de Daniel acaban en el páramo, del mismo modo que la historia del joven Miguel, un afortunado del azar en medio de la ruina, desemboca en el hedonismo y en un nihilismo ético incapaz de negociar con la realidad. La elaboración minuciosa del lenguaje y el gusto por la adjetivación y los laberintos sentimentales, con alusiones que van de la ambigüedad calculada a la precisión, sirven para crear la atmósfera desolada que respira la historia de Los hijos muertos.

A lo largo de su toda obra, una de las claves de Ana María Matute fue la atención a ese momento en el que los niños y las niñas pierden la inocencia al entrar en contacto con una realidad dura. La vida de Hegroz y la Guerra Civil ofrecen muchas oportunidades para que la violencia entre de golpe en ojos condenados a perder la confianza: la caza del lobo, la visión de un asesinato, la pobreza ajena, la muerte de los seres más queridos… La existencia desata así una herida que deja hueca cualquier representación social, ya sean los himnos, las ceremonias o incluso las conversaciones. Este mundo poco optimista y nostálgico de la infancia perdida se adapta de manera estrecha en Los hijos muertos a la historia de la Guerra Civil española, quizá porque esa quiebra formó a Ana María Matute como persona y como mujer. Ella fue una de las primeras escritoras antifranquistas; dio testimonio del odio, la crueldad y el hambre que latían bajo las galas del Régimen. Dentro de la derrota se produjo también una pérdida rotunda de libertad en la vida de las mujeres. Carmen Martín Gaite, otra de las grandes narradoras de posguerra, estudió este lado de la catástrofe en Usos amorosos de la Postguerra española (1987).

La perspectiva de la mujer y su descubrimiento de la vida protagonizó una de las novelas más conocidas de Ana María Matute, Primera memoria (1959). El reconocimiento del mundo femenino en su dificultad histórica está muy presente también en Los hijos muertos. Un personaje como Isabel, o la madre de Miguel, o Verónica, o Mónica, o Madam Erlanger, o las mujeres que adecentan las chabolas y siguen a sus maridos presos en las obras del pantano, asumen el proceso histórico especial por el que se feminiza la pobreza, el rencor, la solidaridad, el amor, las ilusiones o el fracaso.

Teresa Mateu y la editorial Cátedra nos dan una buena oportunidad para recordar en este rincón de lectores a José Mas y a Ana María Matute.

Ana María Matute: se cierra el círculo

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*Luis García Montero es poeta y profesor de Literatura. Su último libro es Un lector llamado Federico García Lorca (Taurus, 2016).Luis García MonteroUn lector llamado Federico García Lorca

 

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