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Los diablos azules

Los mundos de Felisberto

Mosaicos, de Felisberto Hernández.

María Agra

La joven editorial Sitara está reivindicando en España la figura de Felisberto Hernández (Montevideo, 1902-1964), un nombre singular e indispensable en la literatura fantástica latinoamericana. Este año ha publicado dos libros suyos: Mosaicos y Hoy estoy inventando algo que todavía no sé lo que es. Publicamos aquí un fragmento de «Retrato de Felisberto Hernández», el posfacio que acompaña a Mosaicos

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Los primeros cuentos de Hernández, publicados en España de la mano de Cristina Peri Rossi, tienen un cariñoso prólogo de Julio Cortázar; y es que nadie mejor que él para comprenderle y entrar en diálogo. En su biblioteca personal encontramos multitud de libros de Hernández cuidadosamente leídos, subrayados y anotados. Cortázar, conocedor, cercano y efusivo, nos entrega esta afirmación:

 

«Solitario en su tierra uruguaya, Felisberto no responde a influencias perceptibles y vive toda su vida como replegado sobre sí mismo, solamente atento a interrogaciones interiores que lo arrancan a la indiferencia y el descuido cotidiano.»

Dejemos que hable el autor sobre su escritura:

 

…los juicios que más me enorgullecen los he tenido por lo que he escrito. No sé si lo que he escrito es la actitud de un filósofo valiéndose de medios artísticos para dar su conocimiento, o es la de un artista que toma para su arte temas filosóficos. Creo que mi especialidad está en escribir lo que no sé, pues no creo que solamente se deba escribir lo que se sabe.

 

La especialidad de Felisberto se basa en escribir lo que no sabe, y así mismo lo comprendieron tantos escritores posteriores en el reconocimiento que le dieron y en su admiración. Él citaba entre sus lecturas más frecuentes a Henri Bergson, a Marcel Proust y a Kafka pero, como bien escribió Italo Calvino en el prólogo del libro del que se ocupó en su traducción al italiano: «un escritor que no se parece a nadie: a ninguno de los europeos y a ninguno de los latinoamericanos, es un “francotirador” que desafía toda clasificación y todo marco, pero se presenta como inconfundible al abrir sus páginas». Podemos encontrar rasgos de otras literaturas, como buen lector que asimiló; sin embargo, Hernández es un eslabón perdido de la literatura, que creó y abrió mundos para las siguientes generaciones. Así, Onetti descubrió su admiración en la novela Por los tiempos de Clemente Colling; también García Márquez lo tuvo entre sus referencias y, por supuesto, Julio Cortázar que tomó su huella en libros tan encumbrados como Historia de Cronopios y Famas o Rayuela, considerándolo siempre un precursor y un extraordinario creador del extrañamiento que camina más allá de lo fantástico: «Nadie como él para disolverla en un increíble enriquecimiento de la realidad total que no solo contiene lo verificable sino que lo apuntala en el lomo del misterio.»

Parece haber caído una injusta capa de olvido sobre Felisberto Hernández en algunos lugares de lengua hispánica, mientras es traducido al alemán, francés, inglés, italiano, griego y portugués; pero no podemos olvidar su papel inicial en la literatura hispanoamericana, todo aquello que tendrá tanto que ver con la literatura fantástica y el realismo mágico.

La palabra y sus silencios

 

«¿Sabes por qué te digo eso? Porque yo tengo como un proceso de amistad con las palabras: primero me hago amigo directo de ellas; y después me quedo muy contento cuando se me aparecen juntas, dos que nunca habían estado juntas, que habían simpatizado o se habían atraído en algún lugar de mi alma no vigilado por mí. Y me da una sorpresa encantada al verlas aparecer juntas y sabiendo que se habían hecho amigas.»

Estas palabras pertenecen a una carta de Felisberto dirigida a Paulina Medeiros recogida en Felisberto y yo, donde se encuentra toda su correspondencia; libro que también se encuentra en la biblioteca personal de Cortázar; este párrafo es uno de los marcados por su bolígrafo azul.

En estas sinceras palabras dedicadas a una mujer que será su compañera y que, por tanto, no pensaron traspasar a más ojos y están limpias de toda intencionalidad literaria, podemos comprender que lo que leemos en sus libros es su propia visión del mundo. Hernández concibe las palabras como entidades autónomas, que pululan entre nosotros como otros objetos o los recuerdos pueden hacerlo. El primero de los libros, Fulano de tal, termina con «Prólogo de un libro que nunca pude empezar». Si releemos este párrafo, comprendemos que no es un párrafo, que es una obra en sí mismo al tiempo que una declaración de lo que será toda la obra de Felisberto. De la misma manera empieza «Elsa», el cuento que cierra La envenenada: «Yo no quiero decir cómo es ella. Si digo que es rubia se imaginarán una mujer rubia, pero no será ella. Ocurrirá como con el nombre: si digo que se llama Elsa se imaginarán cómo es el nombre Elsa; pero el nombre Elsa de ella es otro nombre Elsa». Será toda una vida tratando de alcanzar la palabra exacta, rondando la certeza de la imposibilidad de conseguirlo. Pensemos en el niño de Tierras de la memoria que se entretiene aportando nuevos significados a palabras, y creando otras para significados sin palabra. Constantemente encontramos reflexiones metalingüísticas, igual que metaliterarias: reflexión y preocupaciones en torno a la creación artística.

No olvidemos que para nuestro escritor es importante lo que no sabe, igual que es importante lo no dicho. Los silencios y lo omitido tienen más peso que la palabra pronunciada. Y es que el pianista que tuvo que vender su piano para poder subsistir siempre comprendió que la musicalidad y el significado vienen dados por el silencio y la pausa en el momento adecuado.

Mosaicos acoge sus cuatro primeras publicaciones, así como sus Relatos varios publicados de manera desperdigada. En ocasiones, se han tratado estos libros como composiciones fragmentarias y, casi, despreciados como ejercicios de escritura de un aprendiz. Es difícil seguir manteniendo esa teoría después de comprender el silencio y la ausencia del tiempo en sus narraciones más extensas y aceptadas. Los cuentos que recogemos bajo este título son ya la imagen de lo que será su obra: cuentos que detonan en el foco de interés, dejando al lector partes a completar, huyendo de la linealidad y del tiempo, recurriendo a digresiones y a la memoria como fuente de conocimiento. Esto hace que los cuentos sean un puzle que se forma ante nuestros ojos, reconocible, pese a la falta de algunas piezas. Ese es el mundo que nos muestra: un mundo roto pero entero, compuesto de la misma forma que se compusieron las constelaciones en el pasado. Construye desde la observación, desde aquello en lo que se está presente; de igual manera que vivimos todos, el niño que narra «La cara de Ana» no puede saber lo que sucede más allá de sus territorios, y no es necesario que él suponga o haga ligaduras de los puntos que nos muestra, esa es la tarea encomendada al lector.

 

«Estimado colega: sí, sí, me refiero a ti lector, que te miro por los ojos, agujeros, cuerpos y desde los ángulos de estas letras. Tú pretenderás hacer lo mismo y aparentaremos el inocente juego de la «piedra libre», si al movernos entre las letras, escondemos las armas.»(Comienzo de «El taxi».)

Felisberto Hernández quiere un lector capaz de comprender sus silencios; disfrutarlos, como se disfruta la tensión de un silencio en una melodía donde se comprende que después vendrá una intensidad, o llenarlos si fuera necesario. Esos silencios y rupturas, esas ligazones  crean la tensión y el rastro en nuestra lectura. Es esa «piedra libre», son esos fragmentos no dichos los que completan toda la historia y los que, cuando ya hemos terminado de leer las páginas, quedan flotando y orbitando en nosotros para ganar significados y desgranar las realidades.

Sabemos, pues, que nada en los textos es aleatorio; desde una intuición, cada palabra está pensada y es intencionada para dar un sentido armónico. Las connotaciones son innegables, los significados asociados de cada persona; Felisberto complementa su lenguaje utilizando el idioma del silencio, para dejar que cada imaginario rellene los huecos sin condicionar con las palabras. Escribe en pinceladas de orfebre buscando un lector cómplice e inteligente y, al mismo tiempo, un lector libre.

*María Agra es poeta y editora. Su último libro es María AgraDestierros (Valparaíso, 2016). 

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