Los diablos azules

La mutación del catalanismo y el fracaso de la política

La conjura de los irresponsables, de Jordi Amat.

Asistimos a un aluvión de propuestas editoriales que pretenden explicar-analizar-contar (o simplemente aprovechar) la crisis Cataluña/España. Y llegarán bastantes más. Entre lo que hasta el momento circula por las librerías sobre acontecimientos tan graves, actuales e inacabados, merece una atención especial La conjura de los irresponsables, de Jordi Amat. Se trata de un trabajo original, preciso, riguroso y honesto, cualidades que no abundan en el ensayismo periodístico, y mucho menos cuando se maneja un material inflamable que se presta a la utilización sectaria, fanática, partidista o interesadamente parcial.

 

El autor (filólogo, escritor y columnista nacido en Barcelona en 1978) demuestra desde la primera línea la humildad que destilan las 100 páginas siguientes: “El objetivo principal de este panfleto es repensar un tópico”. Quizás Amat emplea el término panfleto más bien en su raíz anglosajona, porque este breve ensayo no contiene para nada los rasgos negativos que la RAE adjudica a esa palabra: ni estamos ante un “libelo difamatorio” ni tampoco ante un “opúsculo de carácter agresivo”. Muy al contrario, a uno le parece que el librito de Amat es una guía luminosa para entender, desde la información contrastada y la argumentación sustentada en datos, testimonios o documentos, el cómo y los porqués de la crisis constitucional e institucional que hoy afrontan Cataluña y España.

El tópico o “verdad parcial” a la que se refiere el arranque de La conjura… es la idea de que la sentencia del Tribunal Constitucional de julio de 2010 que anuló varios artículos del Estatuto de Autonomía ya aprobado por el Parlament, las Cortes españolas y refrendado por las urnas en Cataluña fue “el punto de inflexión que hizo mutar políticamente la corriente central de la ciudadanía” catalana. No es que Amat niegue el peso que esa famosa sentencia ha tenido en el desarrollo del procés, pero eleva su lupa para indagar en otros hechos y conductas anteriores y posteriores al carpetazo del TC, un ejercicio contado con las palabras justas y una claridad meridiana, sin concesiones a la retórica.

Recuerda el autor a “un tal Antonio Pedrol Rius” que difícilmente sonará de algo a las generaciones menores de 50 años, un personaje singular, maquiavélico y poderoso que hizo y facilitó numerosos negocios al calor de la dictadura y ejerció una gran influencia en la Transición y hasta los primeros años noventa. Amat le da un papel en este ensayo porque fue Pedrol Rius, como jurista y como senador por designación real, quien advirtió antes incluso de aprobarse la Constitución que el órgano destinado a ejercer el papel fundamental de árbitro del sistema institucional democrático, el Tribunal Constitucional, podía nacer tarado. Pedrol argumentaba que la Constitución, condicionada por la necesidad del consenso, dejaba pendientes de resolver numerosas ambigüedades en el proceso de construcción de la nueva democracia, y que sería el TC el “suprapoder” encargado de decidir “a puerta cerrada y sin debate público lo que los parlamentarios no habían aclarado del todo”. El arbitrio de los conflictos entre políticos estaría en manos de un órgano cuyos miembros serían nombrados por los políticos. Pero además Pedrol expuso en el Senado la hipótesis de un referéndum que enfrentara a grupos mayoritarios y que un partido perdedor recurriera por inconstitucionalidad la ley votada y refrendada. Fuese cual fuese la sentencia, el TC se atraería “la hostilidad, la impopularidad de millones y millones de ciudadanos”. Exactamente lo que ocurrió con el fallo de 2010 sobre la reforma del Estatut.

Ese “punto ciego” de la arquitectura constitucional tiene mucho que ver con la actual crisis del sistema institucional nacido en 1978, pero Amat aporta una visión mucho más amplia y poliédrica. Otorga la importancia política que le corresponde al plan aznarista para desarrollar una idea de España que combatiera “la hegemonía socialista” después de 13 años de gobierno de Felipe González. Ese plan se apoyó firmemente en la lucha antiterrorista para articular una dinámica que llevaría a la consolidación de un bloque llamado “constitucionalista” que señalaba y estigmatizaba al nacionalismo democrático vasco y catalán. La contrapropuesta al aznarismo no vino entonces del PSOE y su visión federalista de España, sino que la réplica fue protagonizada por CiU, el PNV y el Bloque Nacionalista Galego con la solemne Declaración de Barcelona lanzada en el verano de 1998.

Aún quedaban muy lejos la reforma del Estatut, el recurso del PP al Constitucional y la galopante frustración que desencadenó en Cataluña la sentencia, pero ya entonces el tablero político era ocupado por la confrontación entre un nacionalismo español monopolizado por la visión reaccionaria del PP y un nacionalismo periférico que plantea sin disimulo la superación del Estado autonómico para reivindicar el ejercicio de una soberanía que, como apunta Amat, sólo puede encontrar “tres cauces: federación, confederación o independencia”.

Aplica Amat a su ensayo (porque merece sin duda tal nombre este texto) la estructura del drama que contiene: presentación, nudo y desenlace, con el añadido de un epílogo que condensa los últimos sucesos hasta el presente y se abre a la incertidumbre. Y en el recorrido de las páginas no se percibe la ausencia de un solo hecho importante de lo acontecido. Desde el intento de Aznar de solucionar el “problema” ofreciéndole a Jordi Pujol un ministerio para CiU hasta el planteamiento exacto de la base teórica de la que partió Pasqual Maragall para reformar el Estatut esquivando la Constitución. Esa reforma se articulaba desde las izquierdas y chocaba frontalmente con el nacionalismo pujolista apeado del poder tras el Pacto del Tinell y la formación del Tripartito.

Frente a esa tesis tan instalada política y mediáticamente para situar la transformación del nacionalismo de Convergència en independentismo coincidiendo con la multitudinaria Diada de 2012, Jordi Amat recuerda que ya el 18 de febrero de 2006, pocas semanas después de votarse el Estatut en el Parlament, un millón de personas se manifestaron en Barcelona convocadas por la Plataforma por el Derecho a Decidir creada expresamente para reivindicar de forma “preventiva” que las Cortes no tocaran una coma del texto aprobado en Cataluña. Sólo tres días más tarde se reúnen a solas Zapatero y Artur Mas en el palacio de La Moncloa y revisan la redacción que se enviará al Congreso. Ahí está el germen del “No al Estatut” que capitaliza Esquerra, aun a costa de romper el primer Tripartito. Y en esas fechas cuaja el llamado “derecho a decidir” que terminará siendo el principal combustible de esa “mutación del catalanismo” que desembocará con el tiempo en la hoja de ruta independentista.

El relato va encajando las piezas de un puzle endiablado en el que es clave el momento en que Federico Trillo y Soraya Sáenz de Santamaría registran las 400 páginas del recurso del PP que situaban al TC ante aquel “punto ciego” de la arquitectura constitucional que había augurado Pedrol Rius. Y Amat apunta algo políticamente enjundioso: Trillo sabía que la sentencia que se dictara decidiría “la evolución del Estado del 78 en una dirección u otra”. Y se emplearon las peores artes a la hora de presionar desde el PP a los magistrados para que su lectura fuera la consecuente con su idea de España.

Hasta el calendario se encarga de visibilizar que coinciden dos crisis: la financiera y la territorial. La sentencia del TC se produce sólo mes y medio después del ‘harakiri’ de Zapatero con los recortes de mayo de 2010 dictados por la troika. Las protestas sociales en Barcelona el año siguiente surgidas del 15-M plantean una deslegitimación del sistema de 1978, y el independentismo no desaprovecha esa coyuntura. Aparece por las mismas fechas la Assemblea Nacional Catalana, y un año más tarde la Asociación de Municipios por la Independencia, dos organismos clave, junto a Òmnium Cultural, en la movilización ciudadana hacia el soberanismo.

La sordera intencionada y electoralista del Gobierno de Rajoy y hasta la guerra sucia desplegada discurren en paralelo a la construcción del relato que sitúa el ejercicio del derecho a decidir como piedra angular que conducirá al choque frontal con la legalidad constitucional, y que incluye manipulaciones, distorsiones o falsedades completas. El independentismo no ha tenido hasta ahora un apoyo mayoritario en Cataluña y por tanto carece de cualquier base real el uso de la expresión “un solo pueblo” a la hora de reivindicar e internacionalizar su proyecto.

Lo dice el título de la obra: pagamos una suma de irresponsabilidades y la crisis abierta es un completo fracaso de la política. La honestidad intelectual y cívica del autor queda plasmada en un epílogo que incluye el relato de su vivencia personal el 1 de octubre. La página 98 de este librito debería leerse y releerse para entender la tremenda fractura que se vive en Cataluña.

La conjura de los irresponsables

La conjura de los irresponsables

Sin duda es consciente Jordi Amat de que los ciegos voluntarios o involuntarios de cada extremo pretenderán situarlo con desprecio en “la equidistancia” o “la ambigüedad”. Cualquier lector que se esfuerce en abordar La conjura de los irresponsables con la misma honestidad que el autor apreciará la valentía de su relato y la sustancia camusiana que destila. Se trata de “comprender”, antes que de tomar partido. Ojalá desde la política se imitara esa misma disposición para salir de esta crisis múltiple. 

*Jesús Maraña es periodista y director editorial de infoLibre. Su último libro, Al fondo a la izquierda (Planeta, 2017). 

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