Los libros

No solo gusto por contar

El fin del mundo, de Javier Prieto de Paula.

Santos Sanz Villanueva

El fin del mundoJavier Prieto de PaulaEspuela de plataSevilla2019El fin del mundo

Una de las gratificaciones del crítico es detectar una voz nueva, lograda y con un buen porvenir. Recuerdo la satisfacción con que un día leí a un desconocido Luis Landero, cuyos Juegos de la edad tardía contenían entero al autor complejo, emocionante y cervantino que es. Enseguida comenté con entusiasmo aquella sorpresa literaria. También últimamente he tenido el placer de descubrir —es un modo de hablar— varias primeras novelas conseguidas que presagian el inicio de una obra fecunda. Esa impresión me han producido en el último año largo la veinteañera gallega Alba Carballal con Tres maneras de inducir un coma (Seix Barral), la treintañera valenciana Elisa Ferrer con Temporada de avispas, merecido Premio Tusquets y, aunque en alguna menor medida por el esquematismo de su denuncia política, la periodista hispano-venezolana Karina Sainz Borgo (1982) con La hija de la española (Lumen). Por cierto: que estos tres autores noveles sean mujeres tal vez solo supone una casual coincidencia, pero sí indica una señal clara de la presencia en las letras españolas de una poderosa literatura femenina. Claro que no todos los recién llegados fueron mujeres y merece mención la depurada emocionalidad del columnista Manuel Jabois en Malaherba (Alfaguara). A esta nómina sumo al todavía también joven abogado salmantino Javier Prieto de Paula que se estrena en la narrativa con un afortunado libro de relatos, El fin del mundo.

La primera sensación que desprenden los nueve cuentos reunidos por Prieto de Paula es la de entroncarse con la tradición clásica del género. Frente a algunas tendencias minimalistas de moda que desvanecen la anécdota hasta despojar el cuento de su imprescindible sustancia narrativa, el autor no olvida que un cuento cuenta algo. Que ha de estar sostenido en unos personajes suficientemente delineados. Que ha de enganchar al lector en el desarrollo de una peripecia. Se nota, además, que la dedicación a narrar del novel surge de un impulso íntimo, de una afición innata, de un puro gusto por referir cosas interesantes galvanizadas por un sentido; que no procede de los trucos que se enseñan en las escuelas de escritores y que producen la impresión de cosa artificiosa y mecánica generalizada en nuestra narrativa desde hace unos años.

El gusto por contar lo sustenta Prieto de Paula en unas buenas historias, producto de la invención más que de la observación, aunque en varias piezas aproveche situaciones relacionadas con su profesión. A partir de esa base inventiva refiere casos atractivos, un punto comunes, un punto singulares, ninguno en el extremo de la rareza inverosímil. Por las páginas del libro desfilan la evocación de un episodio infantil que rescata la furia de "los señoritingos de correaje" recién acabada la Guerra Civil; un litigio por la devolución no documentada de un préstamo; el enterramiento competente y respetuoso que un curilla renegado convertido en "profesional de la mortaja" dará cuando corresponda a su suegro hostil; las desazones emocionales que distraen a un estudiante del deber de preparar una ardua exposición en clase; las relaciones de una chica con sus hermanos y el aprendizaje de la vida con uno de ellos; las dudas de un miope acerca de su posible intervención quirúrgica; el recuerdo lleno de añoranza de un chico que evoca a la misteriosa italiana que conoció en una representación escolar de Esperando a Godot; el sentimiento de fracaso de un músico de talento enmohecido al triunfar como solista en la banda de su pueblo natal, La Bonetense Filarmónica, y el rescate de asombrosas historias familiares al hilo de la defensa judicial de una anciana víctima de unos especuladores inmobiliarios.

El aliciente que proporciona la diversidad de anécdotas se conjuga con rasgos dispuestos para proporcionar también al libro suficiente carácter unitario. Sobre todo, una intensa comunicabilidad, efecto, en buena medida, de que todos los textos, menos uno, están narrados en primera persona. Alguien relata una historia que protagonizó o presenció y la trasmite para hacer partícipe de ese suceso a un destinatario. Es como si le hablara en confianza al receptor para darle noticia verdadera del mundo, de la vida tal cual es, con abundantes desdichas, pero mirada también con un punto de ternura, y recreada a veces con humor y con algunos brochazos de farsa.

Los cuentos de Prieto de Paula giran en torno a las vivencias y configuran un universo de emociones. Aferrados a la existencia cotidiana, sin pretensiones metafísicas, hablan de ideales, cotejan la realidad y el sueño, muestran precarios emocionales, se asoman al embrujo del amor, atisban la plenitud y constatan la derrota. El misterio del amor aparece una y otra vez, como quimera o nostalgia de lo que pudo ser, no como realización plena. El deseo de felicidad aparece con frecuencia sin desgarros existenciales, como una modesta aspiración razonable, y a pesar de ello muy difícil. No es El fin del mundo, a pesar de lo que sugiera el título, un libro trágico, pero tampoco idealista. La añoranza de algo mejor barniza un amplio repertorio de ejemplos de la experiencia humana en los cuales prevalecen el desencanto o la frustración.

Prieto de Paula somete a un atento trabajo literario los casos y cosas de la vida que presenta. Se nota en los nombres de muchos personajes (los Polonio, Prócoro, Papiniano, Perseverando, Pepucio, Poncio…, descendientes de la inventiva onomástica de Luis Mateo Díez), que añaden exotismo localista a asuntos universales. También en la prosa, culta, precisa, concienzuda en la selección del léxico, de sintaxis rítmica, que, además, reproduce con difícil acierto el lenguaje rebuscado de algunos personajes redichos. Y borda lo que los más rigurosos cultivadores del cuento consideran el gran rasgo distintivo del género, la resolución de las historias con un quiebro inesperado. Todo camina en las piezas del libro por sus pasos naturales hasta que el último párrafo pone un broche sorprendente que las apostilla a la manera de una revelación de su sentido último.

La punzada de la infancia

La punzada de la infancia

Insisto en lo dicho. Prieto de Paula se manifiesta ante todo como consumado contador de cuentos. No quiero decir que con ello prime la fabulación hasta el extremo de desentenderse de la vida y sus conflictos. Su libro nos garantiza lectura placentera y amena, pero también una anotación crítica sobre una realidad penosa. Algo existe en ellos de valoración moral sin moralismo del mundo que se manifiesta en forma de decepción, tristeza o nostalgia. Y presenta una denuncia palmaria el primer cuento, "Dos pesetas". La historia de rectitud ética y sentimiento de culpa de un maestro rural institucionista acosado por los vencedores en 1939 merecerá figurar en la más exigente antología de relatos que recreen la llamada "memoria histórica".

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Santos Sanz Villanueva es crítico literario y catedrático de Literatura española de la Universidad Complutense de Madrid.

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