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Antes de ponerte a escribir, lee buenos libros

Fernando Valls

Para escribir hay que leer

Vanni Santoni

Galaxia Gutenberg (Barcelona, 2021)

Este es un libro útil y breve (en formato de bolsillo tiene 133 páginas), que puede ayudar a todos aquellos que quieren empezar a escribir. Y aunque se centra en la narrativa, en la novela, algunas de sus recomendaciones generales pueden valerles a aquellos que se inician en otros géneros (por ejemplo, se refiere al cuento en las páginas 27, 61, 69 y 70), la poesía, e incluso la crónica y el diario. 

Es sabido que en las dos últimas décadas las escuelas de escritura se han puesto de moda en España (se crearon en la Universidad de Iowa en 1936) entre las que destacan la Escuela de Escritores de Madrid y la Escuela de Escritura del Ateneo Barcelonés, ahora en conflicto con sus avaros arrendadores, con la señora Isona Passola a la cabeza, en cierto sentido una clónica de Laura Borràs. El autor lo tacha de panfleto (páginas 9, 29, 57, 130 y 133), pero no me parece que lo sea, aunque le sobra insistencia, entusiasmo y afán de convencimiento, que si bien en una clase funciona, en cambio chirría por escrito. 

La cita inicial de Cortázar (quien realmente desea ser escritor, no pide consejos literarios), no parece bien traída, pues hay maneras diferentes de pedir ayuda, de avanzar un poco más rápido en el camino de la escritura, como puede ser asistiendo a un buen taller o leyendo un buen libro. ¡Quién no hubiera querido asistir a los talleres de Arreola, Donoso o Neuman, aunque no aspirara a ser autor de ficción!   

El libro está lleno de consejos útiles, pero también abusa de las infinitas listas de libros de imprescindible lectura (se encuentran en las páginas 20, 21, 36, 37, 40, 41, 49, 51-53 y 130), pues tantísimos títulos abruman y acaban quedándose en casi ninguno; del tono en exceso coloquial que a veces utiliza el autor, con repeticiones innecesarias, desdoblamientos, de los que –por fortuna– se olvida a veces, que quizá sean cosa de la traductora, cuyo castellano flaquea en ocasiones (no prescinde de anglicismos, galicismos ni catalanismos, e incluso en alguna ocasión no se entiende el texto), y de los esquemas que vienen acompañados por recomendaciones más propias de los libros de autoayuda (páginas 65 y 66). Además, el autor, como buen italiano, se pirra por utilizar palabras en inglés, aunque haya equivalentes en su lengua.

Es cierto que todos los libros que recomienda merecen ser leídos, pues suelen ser clásicos o tratarse de grandes autores contemporáneos. De algunos de ellos, aduce alguna breve razón, como ocurre con Faulkner, cuyas estructuras –afirma– se han convertido en indispensables (página 25). A veces se anticipa a las pegas que puedan hacerle, como la escasez de escritoras o de autores italianos, pues el libro, como habrán deducido, estaba dirigido a los lectores de su lengua. Entre los infinitos autores recomendados, aparecen tanto españoles como hispanoamericanos: Roberto Bolaño (a quien más atención presta), Borges, Ana María Matute, Cervantes, Cortázar, Max Aub (cita sus Crímenes ejemplares, aunque por algunas cosas que dice, me hace pensar que no lo conoce bien), e incluso les dedica una lista solo a ellos, y otra a las revistas españolas e hispanoamericanas, pero cuando elige a los autores vivos resulta discutible, y el título que da de Carpentier debe de ser la traducción de la versión italiana, pues no es El comienzo de la primavera, sino La consagración de la primavera (páginas 51-53). 

Así las cosas, centrémonos en las apreciaciones más útiles y dignas de ser tenidas en cuenta:

"Cada texto necesita encontrar sus propias estrategias" (página 14). 

"No se puede enseñar a escribir, pero tal vez se pueda enseñar a pensar como escritor" (página 16).

"A escribir se aprende solo leyendo, y escribiendo" (página 17).

"La escritura comercial es el fast food, las patatas fritas con tocino o el aceite de palma, tu principal enemigo, incluso si tu objetivo es escribir literatura comercial" (página 35).

"Nunca hay que temer las influencias" (página 35).

Comenta Michael Moorcock, autor de Elric de Melniboné, que cuando un joven le dice que quiere escribir literatura fantástica o de ciencia-ficción, le recomienda sobre todo que no debe leer la literatura de esos géneros y empezar por todo lo demás (página 36).

"La literatura es esfuerzo" (página 40).

"Aunque los editores solo quieren una sola cosa –vender libros- todavía existe una franja específica del mercado, la de los lectores de buena literatura y es a ellos a quienes tienes que conquistar" (página 43).

"¿Quieres escribir poesía?, pregunta Franco Buffoni, uno de los grandes poetas italianos. Revisa tu biblioteca y si hay menos de trescientos libros de poesía, no escribas ni una sola palabra" (página 46).

"Si lees bien a Proust, tu estilo mejorará" (página 51).

"Escribe todos los días entre cuatro y cinco mil caracteres (página 61)"

Recuerda aquello que sostenía Carver: en la escritura se puede enseñar, sobre todo, lo que no hay que hacer (página 74).

"En general, un libro mal escrito está llenó de clichés. La literatura no es más que la lucha constante contra los lugares comunes o tópicos" (páginas 78 y 79). Da una lista en las páginas 84-86.

"Es necesario eliminar lo superfluo. Es mejor mostrar que decir. Al lector hay que proporcionarle detalles únicos. El aspirante a escribir debe crearse su propia voz. En las obras que se basan en el estilo, si no existe conflicto, o contraste, te arriesgas a perder al lector" (páginas 89-96).

"El texto debe revisarse cuantas más veces, mejor" (página 99).

"Leer en voz alta es agotador, pero importante, pues te permite perfeccionar los diálogos" (página 101). 

"Oír la opinión de otros lectores, siempre que sean sus iguales (nada de familiares o amigos, sin criterio, ni exigencia), forma parte del proceso de revisión" (página 105).

"Quien aspire a ser escritor debe familiarizarse, formar parte del sistema literario, creando revistas, organizando actos, asistiendo a tertulias… En suma, relacionándose con aquellos que comparten sus inquietudes" (página 106).

Tienes que escuchar al editor cuando ya estás trabajando con él, cuando ya ha decidido publicar tu libro (página 111).

Véanse los comentarios negativos, pero sensatos, sobre los editores de pago, la autopublicación… Caer en esa práctica, no es buena idea, pues esos libros suelen ser invisibles (página 116).

"Individualmente se dejan escapar muchos libros, pero es casi imposible que, en el conjunto, se pierda algo realmente bueno" (página 127).

El hombre que observó, oyó y contó

El hombre que observó, oyó y contó

Recuerda Vanni Santoni que Giacomo Leopardi creía que en Italia había más escritores que lectores y que aquellos no leían o leían menos de lo que escribían (página 30), y algo semejante podría decirse hoy en España, casi dos siglos después. En suma, este libro, repito, con sus virtudes y algún que otro exceso, el autor es dado a la verborrea, puede resultarles provechoso para todos aquellos que se inician en el complicado camino de la escritura, y me imagino que a partir de ahora será lectura -¿puede decirse obligada?- para quienes frecuentan los talleres literarios.  

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Fernando Valls es profesor de Literatura Española Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona y crítico literario.

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