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POLARIZACIÓN GLOBAL

El cóctel del populismo: un tercio de descontento económico, dos de “amenaza a la nación y los valores”

El presidente de Vox, Santiago Abascal, con la presidenta italiana, Giorgia Meloni, el pasado diciembre en Roma.

El posible auge de la extrema derecha en las elecciones europeas del próximo mes de junio es sólo uno más de los fantasmas que recorren el planeta este año. Mientras en EEUU Donald Trump se acerca a las urnas de noviembre sumando victorias en las primarias republicanas, en Indonesia y El Salvador ya han ganado el exgeneral Prabowo Subianto y el autoritario Nayib Bukele, al tiempo que en Países Bajos el ultra Geert Wilders negocia, con dificultades, la formación de un gobierno.

De hecho, las encuestas se hacen eco de un aumento de la intención de voto en Europa a los partidos que integran Identidad y Democracia (ID), el grupo de Marine Le Pen y Matteo Salvini, y a Conservadores y Reformistas Europeos (ECR), donde están integrados Vox y los Hermanos de Italia de Giorgia Meloni. Según las proyecciones de diciembre de 2023 elaboradas por Europe Elects, portal de referencia en información electoral europea, ID puede llegar al 12,3% de los votos, lo que le daría 91 escaños, mientras que ECR reuniría un 11,3% de apoyos, que se traducirían en 80 escaños. Ahora ID tiene 62 escaños y ECR 66. Sumados ambos –171–, se convertirían en la segunda fuerza tras el Partido Popular Europeo, al que la encuesta otorga 180 escaños.

Pero, como advierten este mismo miércoles en la revista Fortune Clifford Young y Chris Jackson, presidente y vicepresidente de Ipsos, una de las principales empresas mundiales de investigación de mercados, el fenómeno es global. En su artículo mencionan el “síndrome del caudillo [en castellano]”. Según la última encuesta que ha hecho Ipsos para medir la evolución del populismo en 28 países –un sondeo que lleva repitiendo desde 2016–, el 63% de los preguntados coincide en que su país necesita un líder fuerte al que no le importe romper las reglas para sacarlo de su supuesto declive. La sensación de estancamiento económico y la desigualdad, aseguran, se unen a la nostalgia por el pasado para crear un cóctel de éxito.

Qué explica el alza de los partidos populistas es una pregunta recurrente que ha dado lugar a múltiples análisis. Cinco investigadores europeos acaban de publicar en el British Journal of Political Science de la Universidad de Cambridge un informe que, sobre la base de 36 estudios anteriores, confirma la relación causal entre la inseguridad económica y el avance del populismo. Esa inseguridad va más allá del desempleo o de las crisis económicas; se define como el “riesgo de pérdida económica al que se enfrentan los trabajadores y los hogares ante los acontecimientos imprevisibles de la vida social”. Una forma novedosa de descontento, resaltan, que no tiene que ver con los resultados económicos a corto plazo. De los 36 estudios, seleccionados por su robustez estadística, se desprende que un tercio del reciente ascenso de los populismos se debe a esa sensación de incertidumbre económica que en algunos países no ha hecho más que aumentar.

Tanto uno de los autores del estudio, Manuel Serrano-Alarcón, del Centro de Investigación de Dinámicas Sociales y Políticas Públicas Dondena, de la Universidad Bocconi de Milán, como el economista de la Universidad Pablo Olavide de Sevilla Manuel Alejandro Hidalgo Pérez, coinciden en destacar como “muy significativa” esa contribución del malestar económico al cambio en el comportamiento electoral de tantos ciudadanos en todo el mundo.

En realidad, la relación entre las crisis financieras y el avance de los extremismos políticos es claro, aunque sólo sea desde el periodo de entreguerras del siglo pasado, cuando la depresión de 1929 –entre otros factores– arrojó a Alemania e Italia en brazos del nazismo y el fascismo. Pero, como destaca Serrano-Alarcón a infoLibre, ahora se ha podido verificar un “vínculo causal sólido” –no una mera correlación–. Con importantes diferencias geográficas.

Así, el deterioro económico sufrido por la clase trabajadora de Estados Unidos por culpa de las importaciones de China está detrás de buena parte del éxito de Donald Trump desde 2016. Aunque hay matices adicionales: los votantes blancos descontentos buscaron remedio en los republicanos y en Trump, pero los votantes no blancos se inclinaron por los demócratas. También hay que tener en cuenta la “brutal” desigualdad que caracteriza a la sociedad estadounidense, tercia Manuel Alejandro Hidalgo.

En general, la robotización está radicalizando a los ciudadanos de las economías avanzadas, mientras que los países de la eurozona, al igual que EEUU, están más expuestos al impacto de las importaciones baratas de otras áreas. Por su parte, los del Europa del Este lo estuvieron al desplome de sus respectivas divisas con la crisis financiera de 2008. En Brasil la inseguridad del mercado laboral tuvo mucho que ver en la victoria de Jair Bolsonaro en 2018 –más en los hombres que en las mujeres–. Y en Hungría Manuel Alejandro Hidalgo cree que el peso de la culpa puede atribuirse más bien a la escasa tradición democrática del país.

El camino de Vox

¿Y en España? Ninguno de los 36 estudios analizados por Manuel Serrano-Alarcón y sus colegas se refería a la extrema derecha nacional. “No había ninguno con la suficiente robustez estadística para incluirlo”, revela el investigador.

Sin embargo, Guillermo Fernández Vázquez, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Carlos III de Madrid y autor de Qué hacer con la extrema derecha en Europa, traza con precisión el recorrido que ha llevado a Vox a convertirse en el tercer grupo del Congreso tras PP y PSOE. Nacido un mes antes que Podemos, en diciembre de 2013 –es decir, en lo peor de la crisis financiera, con una tasa de paro del 26% y la austeridad y los recortes en plena ebullición–, no consiguió entrar en el Parlamento Europeo en 2014. “Aunque se quedó sólo a 1.200 votos de conseguirlo”, advierte no obstante Guillermo Fernández.

De ese fracaso no se recuperó hasta 2018, tras el intento fallido de referéndum en Cataluña, cuando sectores conservadores decepcionados por la gestión del conflicto que hizo el Gobierno del PP ven en Vox y su discurso nacionalista español la respuesta a la “alarma patriótica” activada por los independentistas. La manifestación de la Plaza de Colón en Madrid se celebró apenas siete días después del 1-O catalán.. Siete meses más tarde, la moción de censura que dio el Gobierno a Pedro Sánchez, apoyada en Unidas Podemos y los nacionalistas vascos y catalanes y que la derecha consideró casi “un acto ilegítimo”, explica la “efervescencia” de Vox, que ya ese verano multiplica su militancia, en octubre llena el Palacio de Vistalegre de Madrid y en diciembre entra en el Parlamento andaluz con 12 escaños.

Como desveló Stuart Turnbull-Dugarte, profesor de la Universidad de Southampton, ni el nivel de ingresos ni la desconfianza política ni el rechazo a la inmigración son el principal motor del voto a Vox, a diferencia de lo que ocurre con el resto de la extrema derecha europea. Al menos en aquellas elecciones andaluzas, el rechazo al procés fue el catalizador que introdujo a la ultraderecha por primera vez en un parlamento autonómico. Entonces la economía española empezaba a respirar tras cuatro años en la UCI poscrisis.

Guillermo Fernández ve en la recesión económica de 2008, seguida de una pésima gestión europea basada en la austeridad, la mecha que prendió el populismo en el continente. Pero añade un segundo componente, la “crisis de representación” a la que llevaron los numerosos casos de corrupción destapados no sólo en España sino también en otros países como Francia. Si además coincide con la crisis de los refugiados, y con los atentados yihadistas –Bataclán, Charlie Hebdo, ambos en 2015–, la mezcla se convierte en explosiva. La “inseguridad cultural” se suma a la económica. Finalmente, el Brexit –votado en referéndum en 2016 y ejecutado en 2020– y la victoria de Donald Trump en Estados Unidos –en noviembre de 2016– dieron el impulso definitivo al populismo global. En enero de 2017, la extrema derecha europea celebró un macroevento en la ciudad alemana de Coblenza, al que ya acudió Vox y donde Marine Le Pen, Matteo Salvini, Frauke Petry –de la AfD alemana– y Geert Wilders anunciaron la llegada de la “primavera de las naciones”, recuerda Guillermo Fernández.

El politólogo no pone en duda que un tercio del auge populista proceda del desencanto económico de muchos ciudadanos, pero añade que el resto de la fórmula se asienta sobre la idea de que la “identidad nacional” está en riesgo. “Tu nación, tus valores corren peligro”, se esgrime. Para Le Pen, la amenaza viene de los emigrantes. Para Wilders, de los musulmanes, en concreto. Para Santiago Abascal, de los independentistas.

No todos son los perdedores de la globalización

Una tesis repetida señala que la extrema derecha ha ganado impulso combinando su base tradicional de clase media con nuevos votantes de la clase trabajadora, los perdedores de la globalización y la modernización. Antes, la clase trabajadora tenía la oportunidad de ingresar en la clase media, un ascensor que se ha detenido o incluso descendido en las democracias avanzadas.

Otros dicen que los nuevos apoyos electorales de la ultraderecha proceden de trabajadores que han perdido la protección laboral de la que gozaban, pero que no se encuentran precisamente entre los más perjudicados por la crisis económica.

Para Guillermo Fernández, el perfil del votante de ultraderecha, tanto en Francia como en España, al menos, no es el del ciudadano más vulnerable. Sino el de quien se siente en peligro por la supuesta “pinza” que han creado entre las élites, sobre todo las progresistas, y los más pobres, entre los que se encuentran los inmigrantes. Se trata de una clase media y media/baja que tiene vivienda propia, pero en el extrarradio de las capitales porque no puede vivir en el centro, aunque trabaje en él, y que se percibe dañada por los ricos, que sí se lo pueden permitir, y por las clases más bajas que reciben ayudas. En Madrid, pone como ejemplo, “existe un cinturón verde, que vota a Vox y que no está en, digamos, Fuenlabrada –el antiguo cinturón rojo–, sino más allá, en Humanes, en Arroyomolinos e incluso en La Sagra (Toledo)”.

Cierto que la situación de estos ciudadanos empeoró con la crisis económica, pero además “se sienten poco escuchados, olvidados”. Es a ellos a los que la extrema derecha “ofrece un relato y la ilusión de que los miran”, sostiene el politólogo.

Es la misma tesis que apunta Stuart Turnbull en su análisis de las elecciones andaluzas de 2018: el perfil del votante de Vox no coincidía entonces con el prototipo del perdedor de la globalización, al contrario de lo que ocurre en otros países europeos. Además, a los ultras españoles los votan también las clases altas –Vox fue la segunda fuerza en Pozuelo, Boadilla, Las Rozas y Torrelodones, en el noroeste rico de Madrid, el pasado 23 de julio–, como ocurre en Francia, donde a los apoyos del norte empobrecido se les suman muchos de la riquísima Costa Azul.

En esa misma dirección, hay estudios que sostienen que la pérdida de estatus influye más en la deriva hacia la extrema derecha que, por ejemplo, el desempleo. Se trata de una doble devaluación, económica y cultural, de las capacidades y valores de la clase trabajadora, que se refuerza mutuamente y cuya brecha con las demandas de la economía posindutrial y globalizada es cada vez mayor, tal y como detallan Serrano-Alarcón y sus colegas europeos.

“No hay futuro”

Además, Fernández Vázquez, introduce otro elemento: “La idea de que no hay futuro, o que el futuro va a ser muy malo, peor que el presente; por eso se idealiza un pasado de supuesta grandeza, el Make America great again va de eso”.

Porque, de eso no hay duda, se proclama, el presente sufre de una absoluta decadencia. Es una tendencia general que se da en España y en el resto del mundo, no importa si en fases de apogeo o de crisis: la diferente percepción entre la economía personal y la nacional. Lo revela el último barómetro del CIS: el 63,4% de los encuestados dice que su situación económica personal es buena –el 59,8%– o muy buena. El 24,2% dice que es mala o muy mala. Por el contrario, el 59,2% cree que la situación económica general de España es mala o muy mala. La misma disociación se producía en plena crisis financiera, hace una década, en 2019, en la prepandemia, o en 2022. Pero, a diferencia de esos años, el desajuste se repite ahora “cuando se ha creado más empleo nunca y la economía no está ni de lejos tan mal”, aclara Manuel Alejandro Hidalgo.

A su juicio, las derechas populistas tienen más éxito en países con niveles bajos de protección social. El estado del bienestar, con políticas destinadas a desempleados, pensionistas, trabajadores precarios o familias numerosas, reduce el atractivo de la extrema derecha. Las políticas redistributivas o la Seguridad Social protegen frente a la inseguridad económica y reducen el apetito por el populismo en los trabajadores en descenso. “Eso queda para un estudio posterior: ¿esas políticas de protección social reducen el voto a la ultraderecha?”, invita Manuel Serrano-Alarcón.

Van para largo

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Guillermo Fernández advierte de que la extrema derecha “está aquí para quedarse”. A diferencia de lo que ha ocurrido con los partidos a la izquierda de la socialdemocracia europea –Unidas Podemos, Francia Insumisa, el Movimiento 5 Estrellas–, que están en retroceso o se mantienen con dificultades, la derecha radical amenaza con un triunfo en las europeas de junio y puede dar la sorpresa en Portugal el próximo día 10. Manuel Serrano-Alarcón precisa que la mayoría de los estudios con los que ha trabajado para su análisis se refieren a los populismos de derecha, y es por tanto donde han encontrado resultados más concluyentes. “Lo que nos obliga a ser más cautos con los populismos de izquierda”, advierte. En cualquier caso, el estudio mantiene que, mientras la inseguridad económica es una sólida materia prima para la extrema derecha, la izquierda radical consigue sus apoyos entre los damnificados por la automatización, la incertidumbre laboral y los fallos en la redistribución de la riqueza.

También las recientes protestas de los agricultores y ganaderos son una buena muestra de que la extrema derecha ha plantado sus cimientos en suelo europeo. Como en otras capas de la población, al empeoramiento de sus condiciones económicas se le añade el sentimiento de olvido, o incluso desprecio, de las “élites urbanitas”, dice Guillermo Fernández. Y la ultraderecha tiene una oferta política adaptada a ese agricultor: “Somos los únicos que hablamos de los problemas del campo”. Es más, el politólogo cree que la derecha radical dispone de una estrategia para convertirse en el partido del sector primario. “Por eso en los folletos de Vox se leía Vota campo”.

No obstante, Guillermo Fernández Vázquez rechaza que la historia vaya a repetirse y los años 30 de este siglo repliquen los años 30 del siglo XX. “No creo que Vox sea una especie de franquismo 2.0 o neofranquismo”, defiende. “Para ellos no se trata”, continúa, “de volver a antes de 1975, sino de reinterpretar la Constitución de 1978 para regresar a antes de esa fecha”. De forma que la meta a la que aspiran es una “democracia limitada o militante”, en la que sean ilegales los partidos comunistas o independentistas, por ejemplo. “Lo que quieren”, resume, “es ganar en 2024 las batallas que perdieron en 1976 o 1977”.

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