Tesla, Starbucks, Adidas o cuando las aventuras políticas de los empresarios acaban por costar millones

Los códigos de la política y los del comercio suelen ser distintos, aunque políticos y directivos estén condenados a entenderse. De hecho, no es extraordinario que viajen de la empresa a los escaños o de la función pública a los consejos de administración, aunque esto suele tener consecuencias, sobre todo, cuando la jugada sale mal. Elon Musk es el ejemplo más reciente, pero no es el único que ha tenido que echar el freno a sus aspiraciones políticas para contener los daños que su militancia infligía a las cuentas de su compañía. En su última presentación de resultados, Tesla había perdido durante el primer trimestre un 71% de sus beneficios.
Otro ejemplo es Howard Schultz, expresidente de las cafeterías Starbucks, quien también cedió a la tentación presidencial, postulándose como independiente a la Casa Blanca en 2020. Con una postura de centro dentro del ámbito republicano, se encontró con llamamientos al boicot de sus productos por parte de sus clientes del ala demócrata y las consecuencias llegaron a afectar al comportamiento de las acciones.
Otra grande, Adidas, también tuvo que lidiar en su día con las consecuencias de tener como cara visible a un personaje polémico con aspiraciones políticas. En este caso, el rapero Kanye West, que colaboraba en una de sus líneas de zapatillas y fue expulsado de la marca después de que unos polémicos comentarios antisemitas le costasen a la compañía alrededor de 500 millones de dólares, tras verse obligada a retirar esa línea de producto. Además, West también se postuló a la Casa Blanca en 2020 después de haber apoyado anteriormente a Trump.
El profesor de OBS Business School José Luis Bosch explica que este fenómeno no es nuevo, pero en general los CEO suelen preferir la discreción a la apuesta política. “Antes quizá era más habitual crear una fundación a través de la que se financiaba o se vehiculaba esta relación con la política y con la comunidad, pero ahora se dan casos de exposición directa, como es el caso de Elon Musk”, concluye. “En España, por ejemplo, no hay casos de este tipo y la norma es que las empresas tiendan a retirarse del foco”, concluye. Porque el coste reputacional puede ser un arma de múltiples aristas y resulta difícil medir las consecuencias o dar marcha atrás. “Algunas veces las reacciones se pueden sobredimensionar, como cuando una información personal de un directivo que, a priori no parece grave, hace caer la cotización”, señala. Otras, en cambio, ocurre lo contrario.
Tesla perdió 991 millones
La tentación política es grande y tiene muchos rostros, pero el caso de Elon Musk es, ahora mismo, el ejemplo más directo de cómo los estados financieros pueden doblegar hasta las convicciones más radicales. El protagonismo político que adquirió el presidente de Tesla, primero como asesor de campaña y mecenas del presidente estadounidense, Donald Trump, y luego como miembro del Gobierno, se tradujo en serias pérdidas para la multinacional. Así, la pasada semana, la compañía de coches eléctricos presentó sus cuentas relativas al primer trimestre del año y la factura se cuenta en miles de millones: sus ventas de coches cayeron un 13%, su facturación descendió un 9% (hasta los 19.335 millones de dólares) y su beneficio cayó un 71% (desde los 1.400 millones de dólares a 409 millones, con una pérdida de 991 millones).
En el propio balance de resultados hay un reconocimiento implícito a las consecuencias de la posición ideológica de Musk y se menciona el “cambio de sentimiento político” como una de las causas de los malos resultados. Trump ganó las elecciones en noviembre de 2024, pero su mandato comenzó en enero y, desde el primer momento, la cercanía del CEO al poder no pareció sentarle bien a Tesla, que en lo que va de año acumula unas perdidas en bolsa de más del 30%.
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Su apoyo a candidatos de extrema derecha en varios países, entre los que se cuenta el partido ultra Alternativa por Alemania (AfD) o VOX en España y la difusión de bulos en a través de su red social, X, terminaron de desatar una campaña mundial contra la marca que representa. Coches quemados, llamamientos a dejar de comprar sus productos en todo el mundo y una estampida de inversores terminaron por convencer al magnate, por las malas, de orillar su carrera política. “En el caso de Musk, su posición económica le ha permitido jugar un poco más en este terreno y despreciar a sus accionistas”, señala Bosch.
“Creo que probablemente a partir del próximo mes, mayo, mi tiempo dedicado al DOGE (departamento de eficiencia gubernamental, por sus siglas en inglés) se reducirá significativamente”, anunció Musk a sus analistas hace apenas unas semanas. Ese fue el primer paso que le separó de la Administración Trump. Por su parte, los accionistas premiaron el gesto y se dispararon en bolsa los títulos de la compañía, con una subida del 5% en la misma jornada.
Pero ni siquiera este día soleado en los mercados le permitió recuperar lo perdido. Tampoco lo consiguió poniendo al presidente de los Estados Unidos al volante de uno de sus coches y, finalmente, la cuenta de resultados se impuso, como es habitual, a las aventuras políticas. “A partir del mes que viene, dedicaré mucho más tiempo a Tesla”, declaró.