Los republicanos contra el 'fuego amigo': los votantes se rebelan ante las medidas más polémicas de Trump

El presidente estadounidense, Donald Trump, muestra el puño a los medios de comunicación mientras recorre la azotea de la Casa Blanca.

A los republicanos nunca se les ha dado especialmente bien los town hall meetings. Inscritos a fuego en la política estadounidense, y repetidos hasta la saciedad en cientos de películas y series, este tipo de encuentros con los votantes, como su propio nombre indica, se suelen dar en ayuntamientos o en grandes salas en las que se les da la oportunidad a los electores tanto de preguntar directamente al candidato algunas de sus inquietudes como de reprocharle su gestión. Quizás el más mítico de ellos, y de infausto recuerdo para los republicanos, fue el que protagonizó George Bush padre durante la campaña electoral de 1992

Ese año, el presidente buscaba la reelección y se decidió que uno de los debates entre los candidatos tuviera este tipo de formato. Bush, alguien que no se caracterizaba precisamente por su empatía y cercanía con el votante, no supo responder a una pregunta de una persona del público que le cuestionaba por cómo le afectaba personalmente la crisis económica. Bush titubeó y después de una respuesta errática y desafortunada, su rival, el entonces gobernador de Arkansas, Bill Clinton, recogió la pregunta de la mujer y le respondió haciendo referencia a cómo él sí conocía a personas que habían perdido el empleo o tenido que cerrar su empresa, aprovechando para criticar la política económica de Bush. Mientras tanto, y para rematar el desastre, el presidente, sentado, miraba su reloj, un gesto que visibilizaba su indiferencia ante lo que estaba pasando.

Para muchos, Bush perdió las elecciones en ese preciso momento, a la vez que Clinton afianzaba su camino hacia la Casa Blanca. Pero más allá de anécdotas, los fantasmas del pasado de los republicanos con los town halls han reaparecido con toda su fuerza durante esta semana. Ha sido progresivo, pero todo ha estallado con el encuentro del congresista por Nebraska, Mike Flood, con varios votantes de su distrito. El republicano estaba contestando preguntas cuando, tras la intervención de una mujer que criticaba duramente las políticas de Trump, algunos ciudadanos comenzaron a increparle: “Eres un mentiroso”, “no te importamos”, “fuera, fuera”, fueron algunas de las frases poco cariñosas que le dedicaron sus electores.

La causa de todo no es otra que la famosa ley fiscal de Donald Trump, o lo que es lo mismo, la “gran y hermosa ley”, apodada así por el propio presidente de los EEUU. Sin embargo, más que belleza, lo que está trayendo a los legisladores republicanos es un gran dolor de cabeza. Prácticamente nadie, salvo Trump, está contento con la ley, y eso hace que muchos congresistas y senadores que deberán buscar la reelección el año que viene en las elecciones de mitad de mandato estén viendo como sus propios votantes se rebelan contra ella, dificultándoles revalidar su puesto o robar el asiento a los demócratas. Algo que, en un momento en el que los republicanos solo tienen 8 votos de ventaja en la Cámara de Representantes y 6 en el Senado, puede hacer descarrilar la segunda parte del mandato del presidente.

La respuesta de los republicanos no se ha hecho esperar. Y al más puro estilo trumpista, han acordado que la solución a estas protestas no es otra que dejar de realizar este tipo de eventos. Durante los últimos días, los congresistas, senadores y candidatos del GOP (Good Old Party), han huido de los town halls por miedo a la reacción de sus propios votantes y para no repetir escenas como las de Flood. De hecho, lejos de responsabilizar a la ley fiscal trumpista de todos los problemas que están teniendo, los republicanos acusan a los demócratas de organizar premeditadamente estas protestas para reventar sus mítines.

La ley que puede destruir la Administración Trump

“El mensaje que está calando entre la población es que la ley fiscal es una legislación que quita la sanidad a las personas más pobres para recortar impuestos a los más ricos”, asegura Roger Senserrich, politólogo y experto en política estadounidense. Y es que el paquete legislativo aprobado por Trump pone a muchísimos colectivos desfavorecidos entre la espada y la pared. Por ejemplo, millones de personas han perdido su ayuda de Medicaid, el programa de seguros sanitarios para la población más necesitada, debido a las nuevas condiciones impuestas por el magnate, además de también reducir la cobertura del Obamacare, también por la imposición de requisitos más fuertes.

Pero la “gran y hermosa ley” no solo afecta al terreno sanitario. Por ejemplo, la ley amplía los supuestos para los que es imprescindible trabajar para recibir una ayuda para la compra de alimentos. Entre los colectivos que tendrán esa nueva obligatoriedad se incluyen, por ejemplo, personas sin hogar y jóvenes que hayan estado en situación de acogida. Tampoco se queda atrás el gran caballo de batalla de Trump: la migración. Mucha de esta población no podrá aspirar a ayudas del Estado, incluso aquellos refugiados, en situación de asilo y víctimas de violencia doméstica y trata de personas. Todo ello mientras los más ricos amplían su riqueza gracias a enormes beneficios fiscales.

Por ello, a nadie le sorprende que el índice de aprobación de la “gran y hermosa ley” sea uno de las más bajas de la historia en lo que respecta a una medida presidencial. “Es tremendamente impopular. Para comparar, la reforma sanitaria de Barack Obama, con toda la oposición que tuvo en contra, estuvo en un índice del -5% o -10%, la ley fiscal de Trump ya lleva un -25%/-30% en las encuestas. Los republicanos la han apoyado porque una de sus prioridades es bajar los impuestos, pero cada vez hay más dudas de que este tipo de recortes les den votos”, describe Senserrich.

Una rebelión casi imposible

Con esta situación entre el electorado y si el descontento sigue haciéndose visible, una de las grandes preguntas será si alguno de los legisladores republicanos con carreras en juego se desmarcará de Trump y de su ley fiscal para tratar de conseguir más votos en las elecciones. La respuesta corta a esa pregunta es no, y la larga la da Francisco Rodríguez Jiménez, profesor de la Universidad de Extremadura y experto en política estadounidense: “El que se mueva no sale en la foto”. Y es que, con el control absoluto que ejerce ahora mismo el magnate dentro de su partido es muy difícil pensar en nadie haciéndole sombra: “El antiguo Partido Republicano ya no existe, Trump lo ha purgado completamente. Y por el tipo de liderazgo que ejerce el presidente, la disidencia es realmente complicada”, explica el profesor.

Si no que se lo pregunten al senador por Kentucky, Rand Paul, que ya sufrió en sus propias carnes las consecuencias de enfrentarse a Trump por motivo de su “gran y hermosa ley”. Paul criticó abiertamente la medida e incluso llegó a votar en contra de la misma, lo que provocó la ira del magnate. Este llegó a decir de él que tenía “ideas locas”, que la gente de Kentucky “no lo soportaba”, e incluso le retiró la invitación para asistir a la Casa Blanca para un encuentro en el que participaban otros miembros del Congreso, algo inédito en la política estadounidense. “Aun con todo, en cuanto terminen las elecciones de mitad de mandato va a ser un presidente en la rampa de salida. No se puede presentar de nuevo y, por tanto, también perderá capacidad de influencia dentro del partido”, matiza el politólogo.

Otro de los problemas a los que se enfrentarían esos candidatos republicanos que se quisieran enfrentar a Trump serían sus propios votantes. En EEUU, antes de cada elección hay unas primarias dentro del partido para elegir al candidato de la formación. Esos comicios, explica Senserrich, tienen un electorado completamente distinto al de las generales, siendo mucho más radical e ideologizado. “Si las cosas van mal y las personas que quedan dentro del partido solo son los trumpistas acérrimos, llevar la contraria a Trump significa que te vas a convertir en un blanco fácil en primarias”, comenta Senserrich. 

Así, ese perfil más independiente podría funcionar bien para competir contra los demócratas, pero si alguien decide adquirirlo, es muy probable que Trump decida apoyar en primarias a otro candidato mucho más afín a su figura. Y si eso sucede, con un electorado tan radicalizado y trumpista, es difícil pensar que ese político más independiente pueda retener su asiento. Por ese motivo, y porque en EEUU la mayoría de los distritos son seguros para uno u otro partido, la gran prioridad para los candidatos es evitar unas primarias competitivas, y para lograr eso, lo mejor es dejar a un lado las críticas al magnate.

Convertir la indignación en votos

Pese a todo, la indignación sigue en la calle, esperando a que alguien consiga transformarla en votos. Para Rodríguez Jiménez, eso es enormemente complicado: “Que los demócratas consigan mantener alta la movilización me parece casi imposible. La mayoría de las personas no están pensando continuamente en política, solo cuando llegan las elecciones, y todavía queda bastante para eso. Si a eso sumamos cómo los republicanos están redibujando los mapas electorales en Texas para quitar más distritos a los demócratas, dentro de un Congreso tan ajustado, es probable que estas movilizaciones en los Ayuntamientos se queden en nada”.

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A ello se suman los problemas de base que tienen los demócratas. El partido, pese a la oposición que existe en la sociedad a Trump, está en uno de los peores momentos de su historia. Esto sucede, según los expertos, por dos motivos: el primero, la percepción de fracaso de la Administración Biden y el segundo, sobre todo entre los moderados, la sensación de que el ala izquierda de la formación está ganando demasiado poder. Todo ello, combinado con la indignación de las bases ante la rendición constante del partido frente a Trump en legislación clave como los presupuestos, hace que el índice de aprobación de los demócratas sea el más bajo en 30 años. “Si eso se combina con la tensión que hay dentro del partido entre candidatos jóvenes y más progresistas y el establishment moderado por ver cómo se pueden enfrentar mejor a Trump, las cosas no mejoran”, asegura Rodríguez Jiménez. Esos problemas podrían hacer que, pese a la impopularidad del presidente, las elecciones no les vayan tan mal a los republicanos como podría parecer. 

Pero pese a ese descalabro, los demócratas tienen motivos para ser optimistas. En EEUU se está perdiendo el voto diferenciado para elecciones presidenciales, estatales y locales, y cada vez más, los estadounidenses votan guiándose por lo que sucede a nivel nacional. Eso podría perjudicar las aspiraciones de esos legisladores republicanos en las midterms, siempre y cuando haya un factor clave que se cumpla: la caída de la economía. “En 2024 mucha gente votó siguiendo el criterio de: ‘Trump es un cretino, pero sabe manejar la economía’. Ahora, si como parece, esta se ralentiza y los datos comienzan a ser malos, será un disparo a la línea de flotación a la credibilidad del presidente, ya que muchos le votaron para solucionar esos problemas”, comenta Senserrich.

Otro de los puntos que también está poniendo en contra de Trump a algunos de sus votantes más fieles es el escándalo de Jeffrey Epstein. Tras las acusaciones de Elon Musk de que el presidente estaba en la lista del multimillonario, conocido por sus implicaciones en el tráfico sexual de menores, y la negativa de la Administración de publicar los nombres que figuraban en ella, algo que en campaña prometió que haría, muchos de sus seguidores más fieles están mostrando su indignación. “No sabemos si hay algo, pero a muchos les está haciendo sospechar. Entre ellos algunos de sus podcasters estrella como Joe Rogan y buena parte de esa base conspiracionista y radical que pensaba que Trump iba a limpiar Washington de las élites pedófilas. Ahora, esto le puede hacer daño entre, precisamente, las personas más trumpistas y afines a él”, zanja Senserrich.

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