GUERRA EN SIRIA
“Los trataban peor que a animales”: viaje a la cárcel de los horrores de Al Asad
A 30 kilómetros de Damasco se encuentra la prisión de Sednaya, conocida como el "matadero humano" de Siria. En la carretera que da acceso a la prisión hay algunos vehículos de guerra abandonados y, ya en la entrada, un cartel en el que se lee "Siria Libre" recibe a todo el que se acerca hasta allí. Tras años de fuerte vigilancia del ejército, hoy el acceso al recinto no está controlado así que en el interior hay periodistas, curiosos y personas que buscan a sus familiares.
Es el caso de Sami. Es sirio, pero lleva algún tiempo viviendo en Líbano. Hoy, junto a su hermana, recorre la laberíntica prisión en busca de algún rastro de su padre. Según relata, el régimen de Al Asad lo encarceló durante seis años. Fue el castigo que le impusieron cuando descubrieron que quería exiliarse del país en busca de una vida mejor. Seis años después, no saben si está vivo o muerto. Es la situación de miles de familias: se calcula que en todo el país hay hasta 150.000 personas desaparecidas.
Esta prisión hoy abandonada, pero igualmente siniestra fue liberada el mismo día de la caída del régimen, hace tan sólo cinco semanas. En ese momento, 2000 personas fueron puestas en libertad. En el interior se encontraron los cuerpos de 40 personas muertas. Diversas organizaciones han documentado la presencia de espacios subterráneos en los que mantenían en condiciones aún más infrahumanas a algunos de los prisioneros.
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Recorrer sus pasillos es pasear por un escenario del horror. En el suelo hay basura, restos de medicamentos o de cajetillas de tabaco e incluso prótesis ortopédicas. En las celdas, casi todas sin ninguna entrada de luz natural, se amontona la ropa sucia de los reclusos. A algunos no les permitieron ducharse en años, así que en cuanto se abrieron los candados se deshicieron de lo que llevaban puesto. El hedor, cinco semanas después, da buena cuenta de cómo era la situación: espacios en los que no podían convivir más de cinco personas estaban ocupados por 30. El frío recorre el edificio. De hecho, muchos de los presos murieron por hipotermia.
Majad Hamdan llevaba catorce años sin pisar Siria. Desde hace ocho vive en Zamora, donde es presidente de la Asociación Siria de España. El sábado aterrizó en Damasco para reencontrarse con su familia tanto tiempo después. Su sonrisa permanente delata la emoción que siente. “Pensábamos que nunca íbamos a volver a nuestro país”, dice aliviado. No olvida, sin embargo, que él mismo estuvo encarcelado por el régimen en diversas ocasiones y que su tío pasó cuatro años en esa misma prisión en la que él hoy grababa imágenes. “Le trataron peor que a un animal”, aunque por suerte, dice, hoy está a salvo.
Es el símbolo del régimen de terror al que el clan Al Asad, primero el padre y luego el hijo, sometieron a la población siria durante el medio siglo en el que estuvieron en el poder. Entre sus muros se cometieron todo tipo de atrocidades. Desde desmembramientos a la utilización de ácido para hacer desaparecer los cadáveres. Amnistía Internacional calcula que más de 30.000 presos fueron ejecutados o murieron de hambre, falta de atención médica o tras ser torturados entre 2011 (cuando empezó la guerra civil) y 2018. Desde entonces no hay registros oficiales.