Ciudadanos indignados y 'chalecos amarillos' preparan en Francia un septiembre caliente: “Ahora funcionará”
Montpellier (Francia).– Transcurrieron dos buenas horas pasándose el micrófono, lanzando ideas, reivindicaciones. Compartiendo la ira contra el Gobierno, los poderosos, el reinado del dinero que nunca llega a “la gente humilde”.
El martes 26 de agosto, sentadas en las escaleras del Corum, el palacio de congresos de Montpellier, unas doscientas personas participaron en una asamblea general con vistas al día 10 de septiembre y a los llamamientos a “bloquearlo todo” lanzados tras los anuncios de austeridad del primer ministro, François Bayrou, a mediados de julio.
Al término de esta asamblea general sin líderes —en la que un voluntario distribuía el turno de palabra y otros dos se encargaban de tomar notas—, se aprobó, por voto a mano alzada, bloquear las carreteras el 10 de septiembre al amanecer, seguido de una manifestación a las 11 de la mañana en Montpellier.
La víspera de esta asamblea general, el primer ministro había anunciado que el próximo 8 de septiembre convocaría una sesión extraordinaria de la Asamblea Nacional para presentar una moción de confianza. Las posibilidades de que François Bayrou permanezca en el poder son prácticamente nulas, ya que el PS y el RN han anunciado que votarán en contra.
Una caída inminente que no ha desanimado en absoluto a la gente en la asamblea general de Montpellier. “¿Está todo el mundo de acuerdo en continuar a pesar del carnaval de Bayrou?”, pregunta de entrada Daniel, ex chaleco amarillo de la rotonda de Près-d'Arènes, lugar emblemático de las protestas de 2019 en Montpellier. “¡Sí! ¡Sí!”, responde al unísono la asamblea.
Es una multitud diversa: exdirigentes de los chalecos amarillos, sindicalistas (principalmente de Sud) de los sectores de la química, el transporte, la educación y las colectividades territoriales, pero también estudiantes, activistas ecologistas o pro-Palestina y muchos otros que se presentan como simples ciudadanos.
“Represento a un público no sindicado, poco politizado, y me relaciono con gente que lo está aún menos”, dice una joven, Atsem de profesión (agente territorial especializada en escuelas infantiles). Con la voz un poco temblorosa, se declara a favor de una manifestación el 10 de septiembre, el tema objeto de debate. “Sí, ya se sabe que son los izquierdistas los que calientan el ambiente”, continúa con tono más seguro. “¡Pero es bueno estar juntos y reunirse en torno a las mismas reivindicaciones!”.
Reivindicaciones y comités
La cuestión de las reivindicaciones, precisamente, resurge cada poco en las intervenciones, al día siguiente de la rueda de prensa de François Bayrou. “Su ‘renuncia’ ha hecho barajar las cartas”, admite Daniel haciendo gestos con los dedos. “Es evidente que habrá que hacer algunos cambios.”
Las desigualdades, la injusticia social, la voluntad del Gobierno de aumentar el presupuesto de armamento mientras predica la austeridad son algunos de los temas que se abordan micrófono en mano. “Nos están arruinando, ¡hay que arruinarlos también a ellos!”, recomienda una mujer, llamando a bloquear los centros comerciales.
Esta asamblea general es la cuarta desde principios de agosto en Montpellier. La primera fue iniciada por los chalecos amarillos. “Empezamos siendo veinte y esta noche somos más de doscientos”, dice contento Daniel a Mediapart. A través de este movimiento del 10 de septiembre, espera que “las personas que están cabreadas se unan y manifiesten su malestar”. Daniel, exfotógrafo artesano, dejó de trabajar a los 68 años y vive con “una pensión muy pequeña”. Echa pestes del Gobierno, cuya línea, según él, es “ayudar a los ricos en detrimento de los pobres”.
Durante la asamblea se organiza en directo el reparto de tareas. Se forman o se amplían comités, uno se encarga de la comunicación, otro de redactar los folletos y un tercero del comedor popular. Surge la idea de crear una caja de resistencia. También la de federarse por barrios. “Necesitamos un signo distintivo de unión, como un brazalete”, sugiere un participante. “¿Un chaleco amarillo?” (risas generalizadas). “¡Para mí, el símbolo distintivo es este!”, grita una mujer agitando su kufiya, el pañuelo que se ha convertido en el emblema de Palestina.
Hay que tener cuidado de no dejarse superar por la extrema derecha. Son violentos, son peligrosos y votan con la burguesía
“¡Lo importante es la convergencia de luchas!”, replica una mujer que se presenta como ex chaleco amarillo y sindicalista. Se mencionan sucesivamente el apoyo a Palestina, la huelga feminista y la causa medioambiental. “¡También hay que ir a ver a la gente de los barrios populares, a hacer despertar el cabreo!”, propone un hombre que se presenta como “simple ciudadano”. Al observar una asamblea poco racializada, continúa: “Aquí somos en su mayoría blancos... ¡Pero la sociedad que sufre no es solo blanca!”, terminando entre aplausos.
La cuestión de la presencia de la extrema derecha en la movilización se menciona varias veces. “Se decía que los chalecos amarillos eran de extrema derecha y ahora seguimos oyendo lo mismo”, dice una mujer con un chaleco amarillo. “No creo que sea así y, la verdad, me da igual. Lo importante es que este movimiento ha surgido desde la base”. Un sindicalista de Sud se dirige a la multitud: “¡Aquí estamos bien, estamos entre izquierdistas! Pero cuidado con que la extrema derecha no nos devore y nos supere. ¡Son violentos, son peligrosos y votan con los burgueses!”.
Otros sindicalistas toman la palabra. “El sindicato no es un fin en sí mismo, sino una herramienta, y estamos aquí para presentar los preavisos de huelga”, afirma una. “Haremos nuestro trabajo y estaremos ahí”, corea otra, miembro de Sud-Rail, que ya ha presentado un preaviso de huelga para el 10 de septiembre.
Un estudiante, que se presenta como “electrón libre no sindicado”, pone mala cara. “Estamos demasiado acostumbrados a las formas clásicas de movilización”, intenta argumentar. “Tenemos que decirnos que esta vez será diferente. Y que esta vez funcionará”.
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Preguntado al término de la asamblea general, Daniel coincide con él: “Espero que podamos reproducir un poco el modelo de los chalecos amarillos y la belleza de ese movimiento saliéndonos de las sendas habituales”. Pero admite su pesimismo: “Tengo mis reservas sobre el resultado de nuestras acciones. Soy alguien que actúa sin esperanza, pero estoy condenado a actuar porque no tengo otra solución”.
Traducción de Miguel López