Qué le espera a la nueva Siria ante la mezcla de ideología, religión y política del grupo que ha tomado el poder

Puede que observar los centros comerciales, o malls, que han surgido en la ciudad de Idlib en los últimos años sea una de las mejores formas de entender cómo podría ser la Siria del mañana.
En un fascinante artículo publicado justo antes de la victoriosa ofensiva del grupo Hayat Tahrir Al-Sham (HTS) sobre Damasco, el investigador Patrick Haenni mostraba hasta qué punto esos lugares cristalizaban las tensiones, pero también los posibles acomodos entre las normas islámicas, el consumismo y la creación de un espacio público que representan, aunque de distinta forma, los distintos componentes religiosos, políticos y sociales de la región de Idlib.
¿Por qué algunos cafés y restaurantes regentados por capitales próximos al HTS aceptaban el narguile mientras otros, menos vinculados al HTS, lo prohibían? ¿Por qué se aprobó una ley más estricta que regulaba la mezcla de sexos en estos lugares precisamente al mismo tiempo que el HTS enviaba mensajes de “moderación” a la comunidad internacional? ¿Cómo conciliar los imperativos ascéticos de una cultura combativa e islamista con las aspiraciones consumistas, incluso hedonistas, de la sociedad?
El ministro de Asuntos Exteriores del gobierno de Hayat Tahrir Al-Sham estuvo recientemente en el Foro Económico de Davos (Suiza) para anunciar un plan de privatización y mantener conversaciones con Tony Blair, entre otros, y Ahmed al-Sharaa pronunció el jueves 30 de enero su primer discurso a la nación desde la caída de Bashar al-Assad, ¿qué visión política y económica del mundo tiene HTS?
Para responder a esas y otras cuestiones, Mediapart entrevista a Patrick Haenni, investigador afiliado al Instituto Universitario Europeo de Florencia. En junio publicará, junto con Jerome Drevon, un libro titulado Transformed by the people. HTS' road to power in Syria (Transformados por el pueblo. El camino hacia el poder de HTS en Siria), un análisis detallado de las mutaciones ideológicas y políticas de este movimiento, basado en más de cinco años de trabajo de campo en el antiguo bastión del movimiento en el noroeste de Siria.
¿El HTC es representativo de ese “Islam de mercado”, a la vez conservador en el plano moral y liberal en el económico, que usted analizó hace unos años en relación con los Hermanos Musulmanes egipcios?
En L'Islam de marché yo analizaba la convergencia entre globalización e islamización, y mostraba las afinidades entre el islam político y el nuevo orden liberal, incluso neoliberal, que se estaba instaurando en los años 1990 y 2000. Ahora estamos en una configuración radicalmente distinta. El HTS es un producto de la guerra y refleja ahí su evolución.
El HTS es un grupo armado, un movimiento de combatientes que, de batalla en batalla, ha perdido a muchos de sus cuadros iniciales, que a veces eran urbanitas con buena formación, por lo que ha visto cómo su base social descendía de nivel.
Una parte muy importante de la primera generación, cultivada y politizada como Ahmed al-Charaa, murió en los combates o se fue como consecuencia de las escisiones del HTS, primero con el Estado Islámico y después con Al Qaeda.
Como consecuencia de esa poda, a partir de 2019, el movimiento tuvo que reclutar localmente en la región de Idlib, lo que ha provocado un cambio sociológico. El movimiento se vuelve más provincial, y su nueva base social se forma con cuadros surgidos de las clases medias bajas y con combatientes de una base muy rural.
Hemos pasado así de un movimiento en parte internacionalista, que solía reclutar clases medias, a un movimiento más local y con menos formación, más arraigado en la base de la escala social. Eso ha obligado al HTS a simplificar la formación ideológica impartida a los combatientes y en gran medida a despolitizarlos.
Además, la experiencia del ejercicio del poder que se instauró en Idlib en 2017 bajo el nombre de "Gobierno de Salvación de Siria" es el producto de un movimiento militarizado con recursos humanos y financieros limitados que nunca tuvo como prioridad la gobernanza local, ni la ha visto como el lugar donde realizar sus ideales políticos. Su único objetivo utópico fue siempre la toma de Damasco, Fath al-Sham, en árabe, como el nombre de su movimiento.
A diferencia de los kurdos, que han creado una dinámica de funcionarización de la sociedad siria en el noreste al haber conseguido colocar a casi 220.000 personas en una administración con la intención de encarnar su ideal militante y preparar la Siria del mañana, Charaa hace gobernanza local por defecto, debido a la falta de recursos humanos y financieros, pero también porque sus intereses están en otra parte.
Se trata, en efecto, de un régimen neoliberal, pero es una forma de neoliberalismo por defecto
En Idlib no hay una administración fuerte, sino un sector público magro, un Estado mínimo y una tendencia a descargar el servicio público en el sector asociativo, las ONG, internacionales o locales, o las Naciones Unidas: un tercio de la población de Idlib vive en campamentos y sobrevive gracias a la ayuda de la ONU.
Lo mismo ocurre con sectores de alto contenido ideológico, como la educación, donde los salarios se pagan con fondos occidentales, y los libros de texto y los exámenes los asume el gobierno provisional de la oposición siria, con sede en Turquía.
En cuanto al Estado sirio, desde la toma del poder también ha comenzado la reducción de personal, con el despido de casi el 30% de los empleados del sector público, junto con la supresión de las subvenciones para determinados bienes esenciales, como el gasóleo de calefacción, el transporte público, la gasolina y, lo que es más importante, el pan, cuyo precio se ha multiplicado por 10 en algunos lugares.
En efecto, estamos en un régimen neoliberal, pero se trata de un neoliberalismo que, también en este caso, funciona “por defecto”, y no como consecuencia de una motivación ideológica para frenar la intervención del Estado.
¿Es posible identificar la “ideología” del HTS, ya sea económica o política?
El HTS no tiene una ideología estructurada. Son, por supuesto, islamistas que se han desradicalizado pero sin convertirse en moderados.
Su desradicalización es el producto involuntario de cuatro dinámicas: su ruptura con la yihad global; su ruptura con el salafismo como proyecto de purificación forzada de la religiosidad; su apuesta por las mayorías silenciosas para marginar mejor a las minorías radicales que actúan dentro o fuera del movimiento; y, como resultado, la práctica tácita de un “salafismo inverso” de aceptación de cierta inercia social que permite a un islam popular, sufí en particular, reafirmarse en la escena social tras haber estado oculto durante casi una década.
Esta desradicalización no se produce en nombre de una ideología, sino que es el producto de una trayectoria que el HTS sólo domina parcialmente. Como era de esperar, cuando pedimos a los líderes del movimiento que se definan, sus respuestas varían y siguen siendo evasivas: hablan de movimiento revolucionario, islamismo, yihadismo político, conservadurismo suní...
¿El compromiso alcanzado en Idlib entre las normas del Islam y la sociedad a la que se aplican puede reproducirse en Damasco, cuya composición sociológica y diversidad religiosa son muy diferentes a las de una pequeña ciudad conservadora y homogénea del norte del país?
El líder del HTS, Ahmed al-Charaa, es más un político que un ideólogo con una receta clara para reformar la sociedad según sus convicciones. En Idlib encontró una forma de equilibrio en una sociedad polarizada entre la austeridad revolucionaria y combatiente, y una voluntad que piensa que la revolución y la lucha deben conducir a la creación de una nueva sociedad que deje espacio para una vida social no constreñida por la austeridad deseada por los primeros.
Por tanto, Al-Charaa ha llegado a un compromiso entre un ala islamista populista, a veces salafista, de línea dura y austera, y una sociedad, todavía musulmana y conservadora, pero que quería volver a vivir y respirar. En Idlib, el compromiso era posible porque el margen de diferencia entre estas dos tendencias no era drástico.
En Damasco, en cambio, la polarización es mucho más fuerte. Por un lado, está el fortalecimiento de este ala populista islamista y a veces salafista, que vuelve a ocupar un campo religioso menos controlado en Damasco que en Idlib. Allí, el HTS tenía el control de las mezquitas, las escuelas y los institutos de la sharia. Los predicadores estaban controlados, a veces directamente, a veces indirectamente, por ejemplo limitando a los más duros a ejercer en las instituciones religiosas que no controlaban.
En Damasco y las demás grandes ciudades, se dejan ver en camionetas los radicales extranjeros y los grupos de predicadores (dawa), recordando las versiones más conservadoras de las normas islámicas y estableciéndose en un ámbito religioso poco controlado en la actualidad.
En un plano más profundo, asistimos también a la afirmación de una identidad suní reivindicativa, difícil de contener y que tiene sombras de violencia vengativa. Se está reafirmando en la costa y en la región de Homs, sobre todo en zonas urbanas confesionalmente mixtas y moldeadas por un recuerdo de la guerra civil marcado a menudo por el odio y el derramamiento de sangre.
Por otra parte, vemos también cómo se están reafirmando la sociedad civil y las clases medias urbanas, con sus estilos de vida radicalmente diferentes y su deseo de defenderlos. También ellas salen a la calle. Prueba de ello son las pequeñas pero continuas manifestaciones, sobre todo de mujeres, con lemas abiertamente laicos como “la religión para Dios y la nación para todos”. El resultado es una sociedad civil politizada que quiere formar parte del juego, improvisando reuniones y sesiones de formación política en cafés de activistas.
Ahora bien, los nuevos dirigentes de Damasco no podrán prescindir de esas élites urbanas que controlan la economía y que, en última instancia, son las depositarias de la experiencia estatal. Desde la toma de Damasco han sido constantes las reuniones con ellas, aunque aún no sepamos qué tipo de reparto de poder son susceptibles –o no– de crearse. Es evidente que, aunque siempre han (co)existido diferentes visiones de las normas religiosas, las presiones opuestas que obligaron a Charaa a arbitrar en Idlib son mucho más divergentes en Damasco.
Las antiguas políticas de arbitrajes practicadas en Idlib son ahora, para los nuevos dirigentes, una práctica de la gran división ideológica cada vez más compleja.
La toma de Damasco se ha visto principalmente desde dos ángulos: la victoria final de una revolución o el comienzo de la imposición de una ideología islamista. ¿Las tensiones actuales se basan principalmente en la ideología y la religión?
No exclusivamente. Esas dimensiones son reales, pero hay otra, no menos fundamental, que es la dimensión de clase.
La toma de Damasco es vista por muchos en la capital como un desembarco sociológico desde la provincia de Idlib, bastión del HTS antes de su victoriosa guerra relámpago del mes pasado. Como esos revolucionarios del campo de Idlib que llegaron al lujoso barrio damasceno de Al-Malki y crearon el “Consejo de Notables de Al-Malki” dentro de una mezquita local. Una iniciativa que hizo rechinar a la burguesía local, dado que no hay más “notables” en Al-Malki que en el distrito XVI de París (zona donde viven las clases más acomodadas, ndt).
A diferencia de la visión que los talibanes tienen de Kabul, el activista medio del HTC no tiene esta idea de Damasco como una ciudad pecadora
Mientras antes era la encarnación de lo marginal, la provincia de Idlib ahora se está convirtiendo implícitamente en una marca de estatus social. Los coches con matrícula de Idlib son mejor tratados por la policía de tráfico, que les da prioridad por la liberación que se les atribuye.
Sobre todo, y mucho más en profundidad, la política de nombramientos y despidos en la función pública adopta el sesgo de un doble apoyo a la pertenencia suní y, más concretamente, a veces a las redes de solidaridad creadas en torno a la experiencia de poder desarrollada por HTS en Idlib en los últimos años.
En cierto modo, esta afirmación revolucionaria y social de una provincia específica dentro de la capital recuerda lo que ocurrió en Damasco cuando el partido Baas tomó el poder en 1963, que fue también la afirmación tanto de la provincia como de una región.
El investigador francés Michel Seurat dijo hace mucho tiempo que “el Estado en el Mashreq es una assabiyya [grupo o red de solidaridad -ndr] exitosa”; la Siria actual le da claramente la razón una vez más.
Pero esta forma de revancha del campo sobre las ciudades, ¿no es una venganza, como cuando los talibanes tomaron Kabul en 1996 o cuando los jemeres rojos tomaron Nom Pen?
Contrariamente a la visión que los talibanes tienen de Kabul, el activista medio del HTS no tiene esa idea de Damasco como ciudad pecadora. De momento, el contacto entre lo rural y lo urbano es ambivalente.
Por un lado, está la reacción defensiva de las élites, las salidas en camioneta de los “emprendedores morales” que vienen a predicar la buena palabra y que a menudo son cargantes para los vecinos, pero, por otro, están los selfies de las jóvenes con los combatientes llegados del campo o la satisfacción de las élites totalmente agotadas por la asfixiante depredación que ejercía sobre ellas el antiguo régimen.
En Idlib sobre todo, el movimiento está arraigado en las pequeñas clases medias, a menudo provincianas, pero no desconectadas del estilo de vida urbano que existe en las grandes ciudades.
Y cuando la presión moral sobrepasa cierto umbral, como ocurrió con el intento de islamizar los manuales de enseñanza en Damasco, de imponer una policía de la moral en Idlib o de privar a las mujeres de participar en los debates sobre el futuro de la justicia en Alepo, entonces las autoridades ponen un límite y exigen dar marcha atrás.
Esa marcha atrás también puede producirse espontáneamente: el consejo de notables del barrio de Al-Malki, como el de otros barrios de la ciudad, está ya clínicamente muerto, simplemente porque el injerto de la cultura provinciana no ha arraigado.
En definitiva, a pesar de las diferencias cognitivas, no se trata ni de un triunfo revanchista de lo rural sobre lo urbano –Charaa pasó su adolescencia en el barrio de Mezze, más bien acomodado– ni de la imposición de la islamización desde arriba, como fue el caso de los talibanes.
El HTS nunca ha hecho su presentación identitaria. El grupo nunca ha elaborado una carta o documento fundacional en el que exponga su nueva doctrina o identidad política
Pero esta afirmación provincial es también muy contextual. En Damasco se ha importado el principal sindicato de abogados y sustituido por el sindicato local de Idlib. En las regiones, la “ruralización” del poder puede ser más fuerte y adoptar la forma de planes de reducción basados en las afiliaciones religiosas.
También puede adoptar la forma de una islamización del Estado. En Deir ez-Zor, por ejemplo, la autoridad del Estado central se ejerce en realidad a través de los ex compañeros de armas de Charaa, de la pequeña ciudad de Sheheil, al este del Éufrates, durante mucho tiempo bastión del Frente Al-Nusra. En cuanto tomaron el poder, despidieron a varias funcionarias municipales por no llevar el pañuelo. Pero también en este caso se trata más de una iniciativa local que de la aplicación de un programa ideológico debidamente elaborado desde arriba.
En realidad, durante los últimos siete años, los líderes han tendido a sopesar sus bases, e incluso a controlar a los más vehementes ideológicamente. Y seguimos enfrentándonos a una desradicalización de arriba abajo, a menudo impuesta por la dirección del movimiento a mandos intermedios ariscos.
Entonces, ¿quiénes son los nuevos amos de Damasco?
Como auténtico agente de desradicalización, el HTS nunca ha hecho su presentación identitaria. El grupo nunca ha elaborado una carta o documento fundacional en el que exponga su nueva doctrina o identidad política.
El movimiento ha evitado un aggiornamento teológico. Su desradicalización es fruto del ejercicio del poder, no de un cambio ideológico asumido y argumentado.
La desradicalización está profundamente arraigada, es a largo plazo y difícil de revertir, ya que ha cristalizado por los cambios en la fuerza del movimiento, es decir, arrinconando a los partidarios de la línea dura, aunque no han desaparecido todos los radicales ni mucho menos.
Sin embargo, el movimiento guarda silencio sobre su propia transformación. Una revolución silenciosa para algunos, entre los que me incluyo, o una conspiración de silencio por parte de un nuevo poder que ya domina el arte de la taqiyya y el disimulo, para los escépticos que buscan un toque oriental. Sin duda, es demasiado pronto para dar una respuesta definitiva.
Lo que sí podemos decir ya es que esta desradicalización es única en el panorama yihadista, por dos razones. En primer lugar, no se trata de una revolución doctrinal, pues los yihadistas suelen empezar por la ideología, como hicieron los yihadistas egipcios o libios. En segundo lugar, se trata de una desradicalización llevada a cabo por un actor en posición de fuerza, mientras que la desradicalización de los yihadistas suele ser producto de una fase de debilidad y de la experiencia carcelaria.
Aquí la desradicalización se produce desde una posición de poder. Más que eso, es el producto del ejercicio del poder y de las limitaciones que impone.
El HTS ha sido transformado por la sociedad que controla. Su desradicalización es el salafismo al revés
Cuando nos vemos obligados a formar una alianza con el ejército turco, un ejército de la OTAN nacido de la experiencia de un Estado laico, tenemos que responder a quienes rechazan el principio de buscar el apoyo de fuerzas infieles.
Cuando se trata de reafirmar la autoridad de la línea del HTS frente al discurso de los ideólogos de la yihad global, adoptar la escuela shafií de jurisprudencia permite producir legitimidad local y control religioso. Así pues, el shafiísmo no es un reflejo del tradicionalismo, sino el producto de una estrategia asertiva de diferenciación.
Cuando se trata de gestionar un ámbito religioso muy denso, con más de 1.200 mezquitas y numerosos institutos de sharia, la mayoría de los cuales proceden de la tradición sufí, a diferencia del Estado Islámico dispuesto a imponer su dogma a toda costa, el HTS “se las arregla”, es decir, rehabilita al bajo clero local y sus cosmovisiones.
Cuando los nuevos reclutas son locales, poco instruidos, más apegados a la defensa de su pueblo que al advenimiento de un califato global, y cuando, además, el Estado Islámico sigue siendo un competidor, la formación ideológica de los combatientes se revisa a la baja, se simplifica y se desradicaliza: es necesario actuar como baluarte –a riesgo de deserciones hacia el Estado Islámico– y hacerlo accesible.
Una cosa lleva a la otra, el HTS ha emprendido progresivamente un camino “termidoriano” y ha renunciado a “purificar el dogma” y la sociedad, es decir, a renunciar al ideal salafista de tabula rasa y, cada vez más –y en gran medida de forma empírica–, a aceptar “la inercia de lo social”, en palabras del historiador François Furet. El HTS ha sido transformado por la sociedad que controla. La desradicalización del HTS es el salafismo al revés.
De manera estratégica, el HTS en Idlib se ha comportado de forma profundamente transaccional, incluso en cuestiones de normas religiosas, y no ha aclarado su línea ideológica. Desde este punto de vista, hay efectivamente un elemento de taqiyya y disimulo en esta vaguedad estratégica.
Pero, ¿qué se está ocultando? ¿Un radicalismo impenitente que saldrá a flote una vez tomado el poder o, por el contrario, un reenfoque ideológico en una línea revolucionaria, suní y conservadora, pero desradicalizada y que no dice todavía su nombre para facilitar el injerto de un modelo aún frágil en un entorno que a veces lo ve aún con escepticismo?
Aunque todo es posible, me inclino por la segunda opción. En efecto, aunque el HTS se ha mostrado muy transaccional, tendrá que serlo aún más tras su victoria frente a las presiones externas: el llamamiento internacional a la inclusividad y la paranoia no menos global y local con el Islam político.
Los nuevos dirigentes no podrán conservar el poder sin conservar el Estado, lo que presupone un pacto con la comunidad internacional y con las élites urbanas, únicas poseedoras de experiencia estatal, ambas imposibles de obtener en caso de un régimen islámico de línea dura.
La actual estructura de limitaciones al ejercicio del poder tras el 8 de diciembre debería marcar la brújula ideológica del movimiento en el rumbo de reajustes centristas que ha mantenido desde la ruptura con Al Qaeda en 2016.
¿Podría ser la trayectoria del HTS un modelo de desradicalización para otras organizaciones de ese tipo?
A fin de cuentas, el reenfoque ideológico del HTS recuerda menos a las experiencias yihadistas del pasado que a la de los partidos de extrema derecha, que han seguido una trayectoria a veces similar de desmarque de los extremos en un contexto de fuerza, de deseo de conquistar el poder y sin grandes esfuerzos de conceptualización doctrinal.
De hecho, la experiencia de Idlib arroja algo de luz sobre las pretensiones centristas de estos partidos. En primer lugar, el reenfoque ideológico nunca es puramente instrumental. En Idlib, como en otros lugares, cuando un movimiento radical se reorienta ideológicamente, provoca importantes tensiones internas, escisiones, salidas y purgas. Este proceso no conduce necesariamente a una auténtica moderación, pero sí elimina a los elementos más radicales.
La reorientación no sólo transforma los extremos, sino que el propio centro se redefine al absorber los aspectos ideológicos de los sectores radicales
En segundo lugar, la reorientación no sólo transforma los extremos; el propio centro se redefine al absorber los aspectos ideológicos de los sectores radicales. En Idlib, esto se refleja en la persistente influencia de la cultura salafista. Sigue existiendo un radicalismo conservador, pero fuera del movimiento y en forma de desafío populista al mismo.
Además, la reorientación nunca es puramente política. El HTS ha tenido que transigir con las realidades sociorreligiosas de Idlib y luego de Damasco y aceptar una cierta revancha por parte de la sociedad, que está tomando el camino de vuelta a la tradición, al igual que los partidos de extrema derecha europeos se están adaptando a la modernidad sociológica –aceptación de valores liberales, abandono de los modelos familiares tradicionales, etc.– y renunciando a la tabula rasa conservadora.
El reenfoque ideológico es entonces sostenible en general. El HTS, al igual que los partidos de extrema derecha europeos, ha consolidado su reorientación alejándose de los elementos radicales, lo que hace improbable una vuelta a los años del terror.
A diferencia de los partidos europeos, el HTS no opera dentro de un marco democrático institucional. Su reorientación se basa en cálculos políticos: garantizar la paz social apostando por mayorías silenciosas, obtener la aceptación internacional necesaria para recibir ayuda humanitaria y encarnar una alternativa ganadora al régimen sirio.
El reenfoque ideológico no funciona necesariamente sólo en clave electoral. En Idlib, la reorientación ideológica del HTS ha coincidido con una relativa reducción del autoritarismo que, a diferencia del Egipto de Sissi o la Siria de Bashar al-Assad, funciona menos mediante la cruda represión que mediante la supresión de cualquier opción política competidora.
El poder permanece cerrado. El HTS concede áreas limitadas de libertad política y social, al tiempo que controla las instituciones clave. El reenfoque ideológico se utiliza para reducir las alternativas políticas en nombre del rechazo a los extremos (al-ghulû, en terminología islamista).
Bienvenidos a Idlib, el protoestado creado por los nuevos dirigentes de Siria
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En Idlib, como en otros lugares, los reajustes ideológicos de agrupaciones políticas anteriormente radicales pueden acabar apoyando formas bastante corrientes de “extremo centro”, por utilizar el concepto de Pierre Serna. La desradicalización del HTS, una rareza en el paisaje yihadista, está muy en sintonía con el espíritu de los tiempos, singularmente iliberal y global.
Traducción de Miguel López