Ni las políticas racistas, ni los aranceles: los cien días de mandato de Trump no pasan factura entre sus votantes

Uno se siente muy pequeño junto a las impresionantes “chimeneas de acero” de la antigua acería Bethlehem Steel. Situados en la ciudad, estos altos hornos abandonados produjeron el metal necesario para la construcción de raíles y buques de guerra durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial, así como puentes y rascacielos (entre ellos la famosa torre Chrysler de Nueva York).
Tras ciento cuarenta años de actividad, seguidos de treinta años de cierre, siguen siendo el orgullo de Northampton, un condado del este de Pensilvania del que Bethlehem es una de las principales ciudades. A una hora y media en coche de Nueva York, esta región de 319.000 habitantes, cuyos municipios llevan nombres bíblicos como Bethlehem, Emmaus o Nazareth, heredados de los inmigrantes moravos del siglo XVIII, fue un lugar destacado en la historia manufacturera del país. También vio nacer la marca de lápices de colores Crayola y las guitarras Martin & Co, utilizadas por Elvis y muchos otros.
Con el auge del sector sanitario, que se ha convertido en la principal actividad de la región, y la afluencia de habitantes de Nueva Jersey y Nueva York, atraídos por los precios asequibles de la vivienda y la naturaleza, la economía se ha transformado. Pero Northampton ha conservado una particularidad: es un bellwether (barómetro) del estado de ánimo político del país. Durante ciento veinte años, sus votantes han votado casi siempre a un candidato presidencial que luego ha llegado a la Casa Blanca. Solo las elecciones de 1968, 2000 y 2004 han sido una excepción a la regla.
En 2024, Donald Trump se impuso por un estrecho margen (menos de 3.000 votos), tras ganar en 2016 y perder en 2020. Su victoria le ayudó a embelesar a Pensilvania, el Estado decisivo más importante de las últimas elecciones presidenciales. “El condado cuenta con grandes ciudades universitarias, como Bethlehem, de tendencia izquierdista, pero también con zonas rurales y obreras que se han decantado por Trump en los últimos años. Se equilibran. La más mínima variación en el número de votos puede hacer que Northampton se incline hacia un lado u otro”, explica John Kincaid, profesor de asuntos públicos en la Universidad Lafayette, en Easton.
Mientras Donald Trump celebraba esta semana los primeros cien días de su segundo mandato, ¿hay arrepentimientos entre la población del condado de Northampton?
Paciencia
Glenn Geissinger se dice “entusiasmado”. Este exmilitar mormón, vestido con un chándal con el escudo de la investidura del 47º presidente, es el líder del Partido Republicano del condado. Desestima las críticas con un gesto de la mano. ¿La guerra comercial? “Es una herramienta de negociación”. ¿Los recortes drásticos de Elon Musk en el gasto público? “Necesarios para acabar con el abuso, el fraude y el despilfarro”. ¿El caso de Kilmar Abrego García, el inmigrante casado con una americana enviado por error a una megaprisión de El Salvador sin haber sido escuchado por un juez? “¡Un miembro de una banda, convertido en la causa del Partido Demócrata!”.
“Donald Trump vino a la región antes de las primarias de 2024 para decir lo que haría si fuera reelegido. Habló de asegurar la frontera sur, de volver a dar trabajo a los americanos, de reactivar la industria, de reafirmar la autoridad estadounidense en el mundo occidental... Está haciendo todo eso”, explica. “Es cierto que el 35 % de los americanos no lo soportan, pero los demás están dispuestos a darle una oportunidad”.
En Hellertown, una ciudad residencial en las afueras de Bethlehem que pasó de Biden a Trump, Cynthia Morton, de 76 años, opina lo mismo. Abstencionista en 2024, quiere ver “lo que va a hacer Trump”. Cree que los grandes medios de comunicación y los demócratas están exagerando sus declaraciones impactantes. “Razona como un hombre de negocios. Por eso no les gusta y no le entienden. Cuando estaba en el sector inmobiliario, siempre adoptaba posiciones extremas para negociar mejor. Cada vez que veo a todo el mundo excitarse en cuanto dice algo, pienso: ¡Tranquilos, en diez días se habrá olvidado! Ya lo hemos visto con los aranceles”.
¡No se va a hacer con un chasquido de dedos! Sobre todo teniendo en cuenta que Joe Biden ha destruido la economía en cuatro años
A una hora al norte de Hellertown, el Slate Belt (cinturón de pizarra) se extiende por las laderas de las colinas. Esta zona, que dominaba la producción mundial de piedra gris en el siglo XIX, encarna a la perfección el Trump Country, una región mayoritariamente blanca, obrera y rural, que ha sufrido los trastornos económicos de las últimas décadas. Todas las canteras (excepto una) han cerrado debido a la competencia y las crisis. Los empleos en los almacenes han ido ganando terreno. Y se ha instalado en la zona una mano de obra inmigrante, principalmente hispana y barata.
En Pen Argyl, un municipio de 3.000 habitantes de este “cinturón de pizarra”, los votantes trumpistas con los que nos encontramos aplauden los aranceles impuestos a las importaciones. Como Eileen, ex demócrata, que votó a Trump en 2024. “Reconozco que mi plan de pensiones se ha visto afectado por la caída de la bolsa tras el anuncio de los aranceles”, afirma en referencia al sistema de ahorro por capitalización utilizado por millones de personas en Estados Unidos para financiar su jubilación. “Pero las cosas se arreglarán una vez que se asienten y estemos en igualdad de condiciones con los demás países. ¡No se va a hacer con un chasquido de dedos! Sobre todo teniendo en cuenta que Joe Biden ha destruido la economía en cuatro años”.
Vicky DeVaan, empleada en un almacén, también ha votado a los demócratas casi toda su vida, pero cambió de opinión en 2024 debido al wokismo del partido y a las “fronteras completamente abiertas” con Joe Biden. Le gusta la promesa de Trump de traer de vuelta las fábricas a Estados Unidos, “porque no todo el mundo puede trabajar en un ordenador”, y la de expulsar a los millones de inmigrantes en situación irregular. Incluso si eso significa ignorar las decisiones desfavorables de los jueces federales, encargados de controlar la constitucionalidad de los actos del ejecutivo.
No importa que el respeto a las decisiones judiciales sea uno de los pilares de la democracia estadounidense, que se basa en el equilibrio de los tres poderes (ejecutivo, legislativo y judicial). “Incluso los jueces pueden ser corruptos”, señala Vicky. «Trump es un tipo duro. Es lo que necesitamos para decirles a los migrantes, a China y a otros países que no pueden abusar de Estados Unidos”. ¿Qué piensa de quienes dicen que es un dictador en ciernes? “Cuando se dice que alguien es como Hitler, es porque no hay argumentos para atacarlo”.
En la vecina ciudad de Bangor, donde un montacargas de 1900 preside la calle principal, Gabriela Garay se fuma un pitillo en un banco. Llegó de Uruguay a los 6 años con sus padres, que se quedaron en Estados Unidos tras expirar sus visados, y ahora dirige una agencia de contratación.
Preocupación por las pensiones
Seducida por el discurso de Trump contra el asistencialismo, Gabriela ha votado por él cada vez que se ha presentado. Minimiza el posible impacto de los aranceles en la economía local: “Trump es un hombre de negocios, no dejará que sus empresas se vean afectadas a largo plazo”, afirma. Pero le preocupa que ponga en tela de juicio el derecho de suelo para los niños nacidos en territorio estadounidense de padres indocumentados. Su ciudadanía está garantizada por la 14ª enmienda de la Constitución. “No tiene razón. Si naces en Estados Unidos, eres ciudadano”, afirma. Una postura compartida por la mayoría de los americanos.
En un condado en el que ganó por un estrecho margen, Donald Trump no solo tiene amigos. Ni mucho menos. A John Fuller, de 78 años, con quien nos encontramos cerca de Bethlehem, “nunca le ha gustado”. Este jubilado, que cobra algo más de 400 dólares al mes de la Seguridad Social, teme que los republicanos recorten este programa, del que se benefician más de 53 millones de personas mayores, un punto que los demócratas no dejan de repetir. Aunque Trump ha prometido no tocarlo, John no confía en él. “Aquí tiene muchos seguidores, pero cuando dejen de recibir sus cheques, cambiarán de opinión”, asegura.
Las cuestiones económicas le valieron la victoria a Trump en 2024 en Northampton, pero podrían costarle caro en las elecciones de medio mandato de noviembre de 2026, en las que se renovará la totalidad de la Cámara de Representantes. Varias encuestas muestran que la población estadounidense en su conjunto confía menos en él en materia de gestión de la economía y la inmigración que al inicio de su mandato, dos de sus puntos fuertes durante la campaña.
Algunos de sus seguidores admiten no estar del todo tranquilos. Es el caso de Ramón, un puertorriqueño de Bethlehem que tiene varios trabajos (conductor, diseñador de ropa y gorras...) para llegar a fin de mes. “Hay que darle tiempo. Tiene una visión. Es un hombre de negocios que sabe lo que hace”, dice, como para convencerse a sí mismo. Otro reconoce estar nervioso. “Nos gusta, pero no es perfecto”.
Los votantes de Trump empiezan a dejar de apoyarle
Ver más
Traducción de Miguel López