Esto es lo que produce un misil ruso tras estrellarse contra en un edificio de 124 apartamentos en Kiev

20 Bogatyrska Street, un edificio en una zona residencial alcanzado por un misil ruso. Hervé Lequeux / Hans Lucas

François Bonnet (Mediapart)

Kiev (Ucrania) —

Liudmila, una jubilada, intenta acordarse de detalles pero el shock sufrido es tal que se le atropellan las palabras y las imágenes. “Era lunes, a las 5 de la madrugada, estábamos durmiendo. De repente, sesenta y dos años de mi vida quedaron reducidos a nada, destruidos”, dice en su pequeña cocina en ruinas. El lunes 14 de marzo fue atacado por el ejército ruso su edificio de ocho plantas y 124 viviendas de la calle Bogatirska nº 20, en una gran barriada residencial llena de bloques de edificios a nueve kilómetros al norte del centro de la capital.

En el segundo piso, su vivienda con salón y dos habitaciones está a veinticinco metros del punto de impacto. La suerte ha querido que Liudmila y su marido lo puedan contar. Murieron tres personas y otras quince resultaron heridas. El misil o el obús (lean nuestra caja negra) pulverizó el hueco de escalera y dos o tres viviendas de la planta baja y del primer piso. Ahí solo queda un agujero en el que no se ve más que la ferralla del hormigón.

En los alrededores, la explosión destrozó los balcones y desintegró las ventanas. A los pies del inmueble y de los edificios vecinos se amontonan cristales rotos de todas las ventanas que han estallado. Entre los restos de cristales hay trozos de muebles, cocinas, ropa, juguetes, libros, balaustradas y fragmentos de frigoríficos lanzados por la deflagración.

Dentro de los alojamientos próximos al impacto, tabiques reventados, techos hundidos, pesadas puertas blindadas proyectadas a varios metros, muebles hechos pedazos. Destrozos cuyo resultado a posteriori parece casi ligero.

En el piso de arriba dormía en la madrugada de ese lunes Pavel, de 47 años. “Yo no sé cómo estoy vivo”, dice, mostrando el piso de su vecino que está al lado de la fachada alcanzada por el misil. No hay más que escombros, cables y tuberías colgando, puertas quemadas y paredes chamuscadas por el incendio que siguió y que terminó por destruir toda la parte central del edificio.

La vivienda de Pavel ha quedado inhabitable, sin agua, calefacción ni electricidad. Los habitantes vienen a recuperar lo que pueden. El hijo de Liudmila vacía un armario empotrado: queda una taza y algunos platos intactos. Su marido observa, estupefacto, va de una habitación a otra, mira un objeto, la biblioteca hecha un acordeón, un tabique tumbado. Aturdido, no puede ni echar una mano, solo ocuparse de su perro.

“¿Qué va a ser de nosotros? Ahora estamos alojados en casa de unos amigos. Vivimos aquí desde hace 24 años y ahora, nada. Estamos vivos, nada más”, añade.

La calle Bogatyrska está en una de las grandes ciudades que constituyen las zona residencial más grande de Kiev, el distrito de Obolonkskyi, de 320.000 habitantes, al norte de la capital. Ahí vive mayoritariamente la clase trabajadora. Los últimos años se han ido construyendo edificios más lujosos y estructuras urbanas (universidades, parques, riberas sobre el río Dnieper) que han atraído a familias más acomodadas. “Ahí vive y duerme la gente”, dice un vecino describiendo este distrito de ciudades-dormitorio que están separadas por centros comerciales, colegios e institutos, edificios administrativos y espacios verdes.

El misil caído sobre el número 20 de la calle Bogatyrska solo podía destruir un edificio de viviendas. No hay alrededor ningún objetivo “de guerra”. Ni fábricas, ni almacenes, ni centrales eléctricas, ni infraestructuras importantes ni edificios militares, sino un campo de fútbol, una escuela y unos diez edificios de viviendas todos parecidos. Los check-point y las barricadas levantadas en las principales calles de la ciudad se encuentran a varios cientos de metros.

El ejército ruso apunta a Kiev, Jarkov, Mariupol y Mijailovsky, poblaciones civiles, multiplicando así los crímenes de guerra. Como en Grozny en diciembre de 1999, cuando la ciudad fue arrasada, la estrategia es en primer lugar aterrorizar a la población para que huya o provocar la capitulación de las autoridades enemigas. La guerra rusa se está haciendo sobre la muerte de civiles.

“¿Por qué este edificio? Porque los rusos son unos animales”, dice conmocionado un anciano que habita a tres manzanas de allí y lleva de la mano su bici entre los montones de escombros. Desde hace una semana, casi cada madrugada los obuses o misiles impactan en los edificios de estos barrios periféricos de la ciudad.

Se ha ido mucha gente pero mucha otra sigue ahí porque no pueden partir. Y porque la mayor parte de los hombres dicen ahora que quieren participar en la lucha, que serán tanto combates como ocasiones de venganza.

 

Caja negra

Hemos estado en el edificio del número 20 de la calle Bigatyrska el jueves 17 de marzo, acompañados con el fotógrafo Hervé Lequeux.

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Un misil se propulsa durante todo su curso hasta el punto de impacto. Un cohete termina su vuelo de la misma forma que un obús. El arma que impactó sobre este edificio no era un obus. Sin una identificación de precisión, ha podido ser un cohete.

Traducción de Miguel López.

Texto en francés:

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