Librepensadores

Mamá, no quiero ir al 'cole'

Jesús Moncho

La madre no sabe qué hacer; se inquieta, se enfada. Su niño le dice, de buena mañana, que no quiere ir al cole. ¡Mira tú, si estamos para consentir!, piensa la madre. El chico, al final, pone morros, calla. Ni siquiera sus reclamos de que le duele la barriga o la cabeza han servido para nada. En la escuela o el instituto hay una dura realidad para él. Día a día, el silencio es el triste compañero de un castigo implacable, nunca buscado: el escarnio y los golpes de algunos compañeros, el bullying, el acoso escolar. De un 10 a un 13% de la población escolar escrutada entre 12 y 18 años sufre acoso escolar. Los medios de comunicación nos transmiten intermitentemente noticias sobre esta realidad, algunas en tono suave: «queremos un patio de la escuela donde todo el mundo pueda jugar»; hasta las más llamativas o escalofriantes: «presunta violación grupal de un niño de 9 años en un colegio de Úbeda».

En un escenario en el que algún actor, un muchacho o muchacha, ha perdido presencia y efectividad (es decir, no rinde académicamente, no es buen compañero/a ni muestra generosidad, es competitivo e intolerante ...), trata de sobresalir usando la violencia, poniendo en marcha el acoso contra quienes cree que son más vulnerables: es la cobardía de los incapaces.

La víctima sufre en silencio. Día a día. Nadie quiere hablar de ello. El agredido calla por miedo. Los compañeros espectadores no dicen nada por miedo a convertirse en las próximas víctimas. El agresor, porque no reconoce sus actos. El sufrimiento callado y no compartido es el peor de sobrellevar. Taladra, quema, produce inmenso dolor. La institución escolar, sin embargo, sigue su ritmo, tal vez inconsciente a algunos pequeños (o grandes) dramas diarios entre las aulas y patios del centro.

No tardan en aparecer los síntomas, el chico acusa cansancio emocional, se aísla, no sale, no se junta con nadie, se vuelve hosco. Ha perdido autoestima, la ansiedad le gana. ¿Qué pasa?, la madre se pregunta, pero no sabe nada, ni por qué. Nadie habla.

Todos, afectados, espectadores, cuidadores, estamos llamados a hablar, a manifestar y poner sobre la mesa la situación. Sin dilación de tiempo. Se requiere una solución inmediata, siempre de la mano de profesionales. No debemos hacer oídos sordos (como desgraciadamente algunos profes o centros en alguna ocasión han hecho). Porque el dolor sume y deshace a las personas afectadas. El tiempo corre. No podemos permitir que la violencia, la triste arma de los incapaces, impere.

Jesús Moncho es socio de infoLibre

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