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Cultura

Mary Beard, los civilizados y los bárbaros

La investigadora, divulgadora y ensayista Mary Beard.

"¿Qué es civilización?", se preguntaba el historiador británico Kenneth Clark al comienzo de la serie Civilisation, un documental de 13 episodios en los que se recorría la historia de la civilización —occidental— desde la Primera Edad Media hasta principios del siglo XX. "No lo sé", decía, "no puedo definirla en términos abstractos, sin embargo creo que puedo reconocerla cuando la veo". La saga, emitida en 1969, resultó ser increíblemente popular, con más de dos millones de telespectadores enganchados a los logros artísticos alcanzados siglos atrás, recogidos entonces por la BBC. Mary Beard fue una de las asiduas a las explicaciones de Clark. La catedrática de Clásicas en el Newnham College de Cambridge, Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales en 2016, era entonces una adolescente de 14 años. Delante de la televisión, aprendió que "había algo en el arte y la arquitectura sobre lo que merecía la pena hablar, y discutir". 

Pero hace tiempo que Beard no piensa lo mismo de Kenneth Clark. Por ejemplo, le parece que sus palabras sobre lo que es o no es civilización "translucían una cierta superioridad en su juicio cultural". Lo escribe una vez más en La civilización en la mirada, su último libro, recién publicado por el sello Crítica en España. El nuevo volumen recoge dos textos surgidos de su participación en Civilisations, una especie de secuela a la obra de Kenneth Clark emitida por el segundo canal de la BBC en 2018. No es casual que se añada esa s final a la palabra: no se trata de tejer la historia de una civilización, sino de las civilizaciones. "No se trataba de rehacer la versión original de Clark, sino de presentar los temas propuestos desde una nueva perspectiva, con un marco de referencia mucho más amplio: saliendo de Europa (Clark atravesó el Atlántico un par de veces, pero eso fue todo) y remontándose a la prehistoria". 

 

La decisión no es solo geográfica. Clark, siguiendo una determinada tradición académica, trataba de establecer una genealogía: entre Roma y el británico medio existiría, según esta visión, un hilo histórico, moral y estético. Carlomagno, Dante, Jan Van Eyck, Rafael, Descartes, Turner, Napoleón, Tólstoi, todos forman parte de la misma estirpe, la de los civilizados, la de la civilización. "Nosotros' sabemos que 'nosotros' somos civilizados por comparación con aquellos a los que consideramos incivilizados, aquellos que no comparten nustros valores, o en quienes no podemos confiar. La civilización es un proceso de exclusión y a la vez de inclusión", reflexiona Beard en el libro. Así, consideramos a los romanos —de cuya pax impuesta nos enorgullecemos— civilizados y nuestros, frente a los árabes —cuya conquista llamamos invasión—, incivilizados y ajenos. "No obstante", advierte la catedrática, "la incómoda verdad es que los llamados 'bárbaros' no son más que aquellos que tienen una idea diferente a la nuestra de lo que significa ser civilizado, y de lo que importa en la cultura humana. A la postre, la barbarie de una persona es la civilización de la otra". 

No es la única aportación de Beard. Se sustituye, primero, el criterio cronológico por uno temático. La ensayista se cuestiona en la primera mitad del título, "¿Cómo miramos?", cómo nuestra mirada sobre el cuerpo humano y las civilizaciones afecta a nuestra comprensión de las mismas. En la segunda parte, "El ojo de la fe", trata de dar respuestas a algunas cuestiones sobre la representación de lo divino, el carácter sagrado del arte y la relación estética entre las distintas religiones. Pero su propuesta va más allá: si Kenneth Clark daba una importancia suprema en su relato a los creadores, como si se fueran pasando de unos a otros la antorcha del progreso en la creación artística, Beard sitúa en el centro a los receptores de ese arte. Cómo fueron recibidas ciertas esculturas o qué pensaban los griegos de las estatuas egipcias es aquí tan relevante para comprender la cultura como los propósitos de quienes las crearon. 

Para responder a estas cuestiones, Beard se centra primero en uno de los pocos temas artísticos que tiene un lugar preminente en la inmensa mayoría de las tradiciones: el cuerpo humano. El título en inglés de este primer ensayo, "How do we look?" contiene una doblez que se pierde en la traducción. La historiadora se pregunta cómo miramos, pero también cómo lucimos, qué aspecto tenemos para los otros, para nosotros mismos. La imagen del cuerpo humano que tienen los olmecas, que tallaron colosales cabezas humanas cuyo uso y significado aún se desconoce, no tiene nada que ver con la que tenían los griegos, con quienes estamos mucho más familiarizados. Y Beard se abstiene de establecer una jerarquía en la que una antecedería a la otra en la línea continua hacia el progreso. Beard dice: "Veremos que la manera en que miramos puede entorpecer, incluso distorsionar, nuestra comprensión de las civilizaciones ajenas a la nuestra". 

Uno de los ejemplos que usa La civilización en la mirada es el de las estatuas del faraón Amenhotep III, en Luxor. En el año 130 d.C., quien las contemplaba no era un turista armado con una cámara fotográfica, sino el emperador Adriano, y se desconocía aún —o ya— el lazo entre los colosos de 18 metros y el rey egipcio. Se creía, entonces, que al menos uno de ellos era una representación de Memnón, hijo de la diosa Aurora, participante en la guerra de Troya y muerto a manos de Aquiles. Pero el atractivo del monumento para los romanos era que podía cantar: la escultura emitía un sonido cuyo origen se desconoce y se desconocía entonces, pero que se sospecha que podría estar causado por una vibración del aire en las grietas de la roca, provocada por la dilatación y contracción de la piedra. El canto de la estatua era percibido como un oráculo, y Beard nos recuerda así que no hay que ver todas las representaciones del cuerpo humano "como obras de arte pasivas, sino como participantes activos que desempeñaban un papel en las vidas de los que las contemplaban". 

Hay más ejemplos. La cerámica griega que admiramos no era percibida por sus usuarios como obras de arte, sino que formaba parte de la vajilla doméstica y reflejaba modelos de conducta positivos o negativos similares a los que pueden contener los anuncios actuales. Las gigantescas representaciones de sí mismo encargadas por Ramsés II no estaban solo dedicadas a sus súbditos o a la aristocracia que podía amenazar su mandato, porque también figuran en espacios a los que solo accedía el faraón: estas estatuas "tenían la función de convencer al rey", un humano común al que se alzaba sobre el resto, "de su propio poder faraónico". El surgimiento del arte de la escultura manejado por los griegos, nos recuerda Beard, resulta aún un misterio, pero no se generó espontáneamente: de hecho, las obras de la Grecia arcaica se parecen sospechosamente a las de la tradición egipcia. Y el desnudo femenino que nos parece tan común en griegos y romanos tampoco se dio de manera natural: Praxíteles convirtió su Afrodita de Cnido en "la primera estatua de una figura femenina desnuda de tamaño natural", una decisión rupturista y peligrosa que Beard compara con el orinal de Duchamp. 

Un viaje a la antigua Roma con Mary Beard

Un viaje a la antigua Roma con Mary Beard

España no formaba parte de los diferentes países europeos que Clark visitaba en el Civilisation original, quizás debido a que la influencia árabe encajaba difícilmente con la idea de una civilización occidental inequívocamente unida a Grecia, Roma y la cristiandad. En la segunda mitad de la obra, la catedrática sí incluye dos piezas producidas en la Península, sorprendentemente dispares. Por un lado, una Biblia judía ilustrada en el siglo XV en España por Joseph Ibn Hayyim, conocida como Biblia Kennicott. Las extrañas iluminaciones sirven para cuestionar las representaciones de los episodios bíblicos que hoy consideramos convencionales, y la difícil relación de la tradición judeocristiana con el mandato de Yahvé a Moisés: "No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás imagen ni ninguna semejanza de lo que hay arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra".

La segunda obra de arte por la que se interesa Beard es la imagen de la Esperanza Macarena, en Sevilla. Resulta refrescante ver cómo la ensayista compara el tratamiento de la imagen tallada en el siglo XVII —según la tradición, por una mujer— con el que se otorgara a las figuras de los dioses griegos, a quienes también se acicalaba y vestía. Beard señala asuntos que el lector español difícilmente relacionaría con la imagen, como la oposición original de la jerarquía eclesiástica a la utilización de la talla, "porque más que una santa parecía una prostituta", o la relación entre esta imagen de la Virgen y la representación de lo divino: "¿Qué están venerando los devotos y hasta qué punto transgrede su comportamiento la prohibición de los ídolos recogida en los Diez Mandamientos?". 

Pero cuando Beard habla de fe no habla solo de religión. Al final del volumen vuelve a acordarse de Clark para abordar otro tipo de creencia: para la catedrática, cuando el ser humano actual mira a la civilización a la que cree pertenecer, se pregunta sobre su procedencia, sobre su lugar en el mundo, sobre su lugar en la historia de la humanidad. "Aunque no la reconozcamos como tal", defiende, en este pensamiento habita una fe modernafe , la que denominamos 'civilización".

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