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'Javier Pradera o el poder de la izquierda'

'Javier Pradera o el poder de la izquierda', de Jordi Gracia.

Jordi Gracia

infoLibre publica un extracto de Javier Pradera o el poder de la izquierda, del ensayista Jordi Gracia, que la editorial Anagrama lleva a las librerías este 20 de noviembre. En el volumen, Gracia recorre la trayectoria del militante antifranquista, editor, cofundador de El País, donde fue también editorialista y responsable de la sección de Opinión durante una década. Cuando se cumplen ocho años de su muerte, el retrato combina su faceta de editor en sellos como Fondo de Cultura Económica o Alianza con su labor como una de las figuras clave de la izquierda, entre bambalinas, durante la Transición. El jueves 21 de noviembre se celebra en Madrid un homenaje a Javier Pradera, coincidiendo con la presentación del libro (19.00 horas, Instituto Cervantes, C/ Barquillo, 4), con la presencia del poeta y director del organismo Luis García Montero, la escritora Marta Sanz, el periodista Joaquín Estefanía y el editor Jorge Herralde

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  Prólogo sobre el hombre invisible

 

Con algo de hechicero de la tribu y algo de tótem enigmático, Javier Pradera fue sobre todo un peligroso hombre de acción y pensamiento. Entre un Malraux sin novelería y un Fouché sin codicia, manejó sus múltiples poderes de modo con frecuencia abrasivo pero nunca intransitivo. Su imaginación funcionaba de manera programática y apenas nada de lo que hizo estuvo animado por la seguridad estática o la prevención cobarde y conservadora. Casi todas sus aventuras vitales nacieron improvisadas, como trenes cogidos al vuelo y a menudo sin cálculo y sin miedo al riesgo. Había saltado a sus veinte años desde la confortable cavidad intrafranquista de una familia de la Victoria hacia la intemperie pura de la militancia comunista. Pero cuando sintió que esa nueva familia política dejó de ser operativa y creíble la abandonó para buscar a ciegas o a tientas las rutas que sacaran a la sociedad española de la ucronía franquista y la instalaran en los circuitos de las democracias occidentales.

Nadie podía garantizar el menor éxito a la editorial Fondo de Cultura Económica en el territorio comanche que era la España de 1963, pero él se sumó al invento con veintinueve años; nadie preveía que la editorial Alianza se convertiría enseguida en un portaaviones civilizador para varias generaciones desde 1966, y también estuvo Pradera en el vientre de esa empresa. Menos previsible iba a ser aún la relevancia de su papel cerca del cofundador de PRISA, Jesús Polanco, antes incluso de crear el nuevo periódico de la democracia en 1976, El País, en cuya matriz iba a estar también Pradera. Tampoco el peso creciente de su opinión desde el anonimato editorial y desde el mismo consejo del periódico estuvo previsto ni programado por nadie.

Y sin embargo Pradera no se agota en esta síntesis biográfica. Late detrás de los datos un enigma a menudo indescifrable incluso para sus mejores amigos, una suerte de doble fondo que trasciende la anécdota e instala a Pradera en una zona borrosa, inapresable e inmaterial pero insustituible. Este libro trata del poder de la izquierda porque a Pradera no puede explicársele sin él y porque la izquierda lo tuvo a él como uno de sus nódulos más productivos y eficientes. Casi toda su actividad se explica por la intimidad autista del lector y editor, fraternalmente combinada con el impulso político de lo colectivo, del horizonte común y de largo recorrido como justificación de sí mismo y sus múltiples actividades. La opacidad pública de su figura es solidaria o hermana de la construcción del poder de la izquierda cuando la izquierda era una provincia marginal y exigua de la vida pública española. Pero a la vez pocos intelectuales españoles suscitaron en democracia enemistades tan enquistadas como Pradera, y también pocos desdeñaron tan visiblemente como él la fama de cartón piedra del poder frente al poder desnudo. Estuvo siempre mejor informado de lo que exhibía y fue tan escéptico como desdeñoso ante los presuntamente informados o los infatuados por clase y rango; fue ajeno a la cabriola del jactancioso pero también víctima, casi siempre consecuente, de sus sarcasmos corrosivos.

Casi he confesado ya que este libro contiene dos libros y es que, como casi todos los míos, también este ha ido mutando mientras lo escribía. De la semblanza de un editor fundamental pasó a ser también el envés de un crucial conspirador antifranquista. Al final, creo que ha acabado siendo otra cosa todavía: la crónica subterránea del poder de la izquierda, antifranquista primero y democrático después, a partir de Pradera como centro de una red de vínculos, colaboraciones, enlaces potencialmente efectivos entre múltiples esferas políticas y culturales. En público y en privado ha dicho más de una vez Felipe González que para él Pradera sigue siendo lo que fue cuando entonces: el "disco duro de la Transición", el que todo lo sabía y todo lo recordaba, el que no olvidaba quién, cuándo y por qué dijo o hizo esto o lo otro en cada conato conspirativo antifranquista o en cada episodio crítico de la democracia. Otra metáfora menos atrevida pero igual de persuasiva llega de Joaquín Estefanía para hablar de la plasticidad asociativa de Pradera a través de sucesivos círculos concéntricos. A un núcleo cerrado de íntimos acceden de forma selectiva, transitoria o permanente, los miembros de los círculos sucesivamente más alejados del núcleo duro.

Este dibujo tiene algo de centro de operaciones militares con las antenas conectadas en distintos radios de acción y distintas disciplinas –escritores, editores, juristas, economistas, políticos, periodistas–, pero también tiene mucho de laboratorio de gestión de ideas ajenas, de malla productiva de complicidades creadoras. No dejó de crecer con los años esa red y acabó siendo una especie de programa de acción fractal e interconectado, como un insólito pionero de las redes sociales, o como si fuera él mismo una precoz y poderosa red social. La búsqueda incansable de sinergias fue buena parte de su temperamento vital y militante detrás de una mesa y de un teléfono fijo, cableando los dispositivos profundos para una nueva sociedad. Contarlo a él es, en el fondo, contar los avatares de la izquierda antes y después de Franco. Por eso en el fondo este libro es menos la biografía de Pradera que la historia del poder de la izquierda en la España contemporánea. Entre sus virtudes estuvo imaginar las condiciones para la conquista del poder y la vigilancia crítica sobre ese mismo ejercicio: neutralizó desde muy temprano las tentaciones utópicas y estériles de la izquierda y buscó su reeducación para convertirla en instrumento de cambio, primero moral e intelectual, después político y ejecutivo. La añoranza sentimental de la revolución no aplastó la defensa programática de las condiciones de posibilidad para una izquierda de gobierno. Solo desde los despachos del poder y desde la producción legislativa, la izquierda podría materializar un programa de transformación social, más allá de la reivindicación callejera, la movilización obrera y la fantasía utópica.

La laberíntica recolecta de testimonios ha propiciado una combinación desaforada de ángulos luminosos y sombras impenetrables sobre Pradera y sus batallas. Han sido muchos, y casi todos aparecen mencionados en el libro, pero quiero destacar por distintas razones a Natalia Rodríguez-Salmones –la primera y más transparente ruta a la intimidad personal y profesional de Javier–, a Joaquín Estefanía, Miguel Ángel Aguilar, José María Maravall, María Cifuentes, Santos Juliá, Juan Cruz, Rocío Martínez-Sempere y José María Ridao (que empujó al libro para que dejase de ser la semblanza de un editor y buscase el retrato integral). Ha sido vital el auxilio de Mercedes Chuliá desde el servicio de documentación de El País, y Jordi Herralde sale de un modo u otro en múltiples entre líneas de este libro, incluida la primera página, pero se sumó a la aventura sin saber todavía, ni él ni yo, que la aventura acabaría en Anagrama.

A cada generación le toca su Transición

Pese a la pluralidad de los testigos, en todos resaltaba de forma fulminante una solemnidad que trascendía los méritos objetivos de Pradera para tasar la complejidad de la persona, sin atenuar ni sus excesos ni sus injusticias flagrantes. Parecían contagiados de la veracidad intransigente del mismo Pradera, o seducidos por la ejemplaridad de quien dijo lo que tenía que decir cuando tenía que decirlo y donde debía decirlo. Los testigos adversos, aquellos que han identificado en Pradera una suerte de deus ex machina de sus múltiples desgracias o frustraciones, a veces con razón, proceden sobre todo de la prensa escrita, del memorialismo o del periodismo con propensión canallesca y comisarial. Expresan por oposición la sustancia del poder de Pradera como intelectual y editor pero también como abrasivo polemista con firma y a cara descubierta. Su inventiva para los apodos crueles ha sido legendaria, y alguno no ha desaparecido todavía del léxico común (o podría volver en cualquier momento, como la "esfinge sin secreto" que fue José María Aznar).

Quizá la razón más secreta y sobrevenida de este libro está en el intento de entender el funcionamiento del poder, o al menos una dimensión del poder que escapa a la institucionalización bendecida por la burocracia de un Estado, el poder que emana a veces con violencia y a veces con la ejemplaridad de una figura sin títulos, sin nombramientos, sin ceremonias: como si de veras el poder y la autoridad fuesen un atributo innato y no una atribución transitoria. Sigue arraigadísima en mí la impresión de que solo de forma retroactiva hemos empezado a entender, quienes vivimos de niños la Transición, la trascendencia de Javier Pradera como brújula de la izquierda e ideólogo de la socialdemocracia. Para entender algo de su historia y de la historia de la izquierda tenía que deshacerme de buena parte de su memoria. Hube de desandar el camino que la tribu había trazado para entronizar a un tótem, y desplegar después la topografía más veraz posible de quien seguiría siendo hasta el final un enigma o un tótem impenetrable. Por eso este libro es todavía dos cosas más: una meditación insatisfecha sobre las pasiones de un editor sabio y un asalto al mejor antropólogo de la fauna política de la democracia y de la política como medio antropofágico.

 

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