Rara vez un acto institucional emociona. Como mucho, uno espera que sea breve, que no se repitan demasiados tópicos y que, con suerte, quizás aparezca alguna idea... Sin embargo, tuve oportunidad de asistir al acto institucional por el Día de Europa que se celebró el pasado día 9 de mayo en el Palau de la Generalitat valenciana, organizado por la Delegación del Consell para la UE que dirige
Joan Calabuig, y debo reconocer que consiguió emocionarme y me ha hecho pensar. La clave, a mi entender, estuvo en el acierto de centrar ese acto en las intervenciones de profesores y, sobre todo, de las chicas y chicos, estudiantes de algunos de los IES y Colegios que forman parte del programa de centros educativos
Embajadores de Europa.
En sus intervenciones ofrecieron –a mi juicio– un ejemplo de compromiso crítico y exigente con una Europa fiel a sus valores. Así, defendieron la prioridad de la causa por la
sostenibilidad del planeta, en línea con la iniciativa
Fridays for Future que ha puesto en marcha la adolescente sueca
Greta Thunberg. Porque no quieren heredar un planeta degradado, al borde de la
sexta extinción, como ha denunciado el recién publicado informe de la
Plataforma Intergubernamental en Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (
IPBES), dependiente de la ONU. Un informe que subraya que nos encontramos ante un declive sin precedentes, con un riesgo acelerado de extinción que afecta a más de un millón de especies, resultado en gran medida de lo que se ha dado en llamar «
Antropoceno», ligado indiscutiblemente al avance de un insaciable
modelo de capitalismo depredador. Pero también alzaron su voz para reprochar una Europa indiferente a la solidaridad, a las obligaciones con los refugiados, a un trato más justo en la acogida de los inmigrantes: nos recordaron la necesidad de una Europa de acogida, de inclusión solidaria y plural. Una Europa digna de la herencia de la
mejor tradición de los humanistas, entre los que resonaron los nombres de dos valencianos. Uno, el gran
Gregori Mayans, explícitamente invocado por los alumnos del centro que lleva su nombre, en Oliva, y que se hicieron eco de esa manifestación europeísta que llena la correspondencia de Mayans con intelctuales de otras naciones europeas (de Muratori a Voltaire, de Pereira a Meerman, de Walch a Plüer). Y todo ello desde su profunda admiración por el gran humanista valenciano
Juan Luis Vives, al que no podemos entender sin el intercambio intelectual con otros dos grandes europeos, Erasmo y Tomás Moro.
Estos jóvenes ofrecieron también un sintético repaso por elementos básicos de las instituciones europeas, a través de sencillas preguntas y respuestas que demostraron un grado de conocimiento que ya quisiera que alcanzaran los adultos
convocados a votar el próximo 26 de mayo.
En suma, ejercieron tres rasgos que, a mi juicio, son los que mejor describen el
alma europea, si es que podemos hablar así. Ante todo,
la razón crítica. Porque si Europa tiene un rasgo es éste, la capacidad de criticar –desde el ejercicio abierto de la razón–, lo que le ha llevado tantas veces a romper con su propio legado, con elementos que parecían rasgos claves de su identidad: esa es la tarea que impulsan el humanismo y la
Ilustración. La segunda,
la defensa orgullosa de la diversidad: a diferencia del lema estadounidense (
e pluribus unum), el lema europeo no propone reconducir la pluralidad a la unidad, sino que subraya que
su fuerza está precisamente en esa pluralidad (
unidos en la diversidad). Por eso, la
insistencia en los derechos de los otros. Y, precisamente por esa comprensión de la diversidad, aparecía un tercer rasgo en sus intervenciones, la permanente insistencia en la exigencia de
avanzar en una sociedad de mayor igualdad e inclusión. Es decir, en
recuperar el modelo de la Europa social.
Me parece que todo ello es una estupenda
lección justo ahora, cuando crecen movimientos y partidos que se caracterizan por un antieuropeísmo de fondo, que actúan inspirados por una lógica de exclusión que nos propone el regreso a sociedades cerradas, a modelos impuestos de homogeneidad. Una Europa que deja en los márgenes, desde la indiferencia y el desprecio, a quienes no respondan a su modelo de
individualismo de éxito: parados, ancianos, enfermos, dependientes, pensionistas, pobres, jóvenes sin empleo, inmigrantes, minorías nacionales, culturales… Una Europa para la que los derechos de las mujeres aparecen como peligrosas amenazas para
un statu quo que no puede ocultar su modelo patriarcal. Una Europa que proclama ya
sin disimulo los viejos mensajes del racismo y la xenofobia. Una Europa en la que la insistencia en la cohesión (“lo nuestro, nosotros primero”) responde a las peores razones: el
miedo y el
odio.
La palanca para responder a esa crítica es, ante todo y a mi juicio, reivindicar lo que constituye la columna vertebral del proyecto europeo, que es el
Estado de Derecho, la igual garantía de los derechos como
objetivo primordial de la democracia. El imperio de la ley, del Derecho, ante el que todos debemos ser iguales en derechos y deberes. La independencia judicial y el control de todos los poderes, los institucionales y los fácticos, donde el papel de la
libertad de expresión es crucial. Esa es la Europa por la que vale la pena votar el próximo día 26. Porque
no debemos defraudar a estos jóvenes que son nuestra esperanza. Porque debemos dejarles claro que hemos aprendido su lección.
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Javier de Lucas es catedrático de Filosofía del Derecho y senador electo por el PSOE de Valencia
El proyecto de la unión europea es mas que economía. Jovenes universitarios, gracias a los erasmus, han podido conocer paises de nuestro entorno con otras formas de cultura. Los que no somos tan jovenes, por lo menos algunos, hemos podido constatar que son muchos los elementos en común, los que tenemos con nuestros vecinos europeos, hay como un entendimiento, también gracias a la unificación monetaria, que hace que uno se sienta en territorio conocido ya sea en Paris, Amsterdam o Estocolmo. No puede haber vuelta atrás a nadie le interesa por mucho que digan.
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