@cibermonfi

Federalismo

No estoy muy seguro de que algunos de aquellos que en los últimos tiempos se han apuntado al federalismo como fórmula para articular la unidad y la diversidad de los pueblos de España sepan exactamente qué quiere decir eso. ¿Cómo si no pueden oponerse al mismo tiempo al derecho a decidir? El federalismo se construye desde abajo hacia arriba –no al revés– y desde la libertad de decisión de los sujetos –individuos o colectivos- que se van agrupando.

Hay bastante gente en Cataluña que es partidaria del derecho a decidir sobre la continuidad o no de la pertenencia de esa comunidad al conjunto español, pero que, de tener la oportunidad de hacerlo, votaría a favor de la continuidad. No en esta España, por supuesto, sino en otra más honrada, justa y democrática; no con la sobada fórmula actual, sino con una nueva (federal o confederal, por ejemplo). A diferencia de mucha gente en Madrid, la ciudad desde la que escribo este artículo, no veo la menor contradicción en ello. Decidir no es lo mismo que romper. Llevo un montón de años decidiendo en libertad sobre si prosigo o no mi relación con mi pareja, mis amigos o mi trabajo, y la respuesta suele ser afirmativa, gozosamente afirmativa. Sólo crisis terribles pueden llevarme a dedicarle al asunto más de unos segundos.

No soy nacionalista, claro. Ni nacionalista catalán ni nacionalista español. No me gustan Artur Mas ni Mariano Rajoy. Los dos tienen muchas cosas en común y ninguna es de mi agrado: el nacionalismo, para empezar, pero también el fundamentalismo neoliberal, el vasallaje ante los intereses que representa Angela Merkel, la pasión por el cobro de comisiones a cambio de concesiones administrativas y el recurso a la brutalidad de los antidisturbios frente a la disidencia. Me niego a escoger entre uno y otro, qué quieren que les diga. Su agenda no es la mía, ni, creo, la de la mayoría de la gente común. Me preocupan más el paro, la precariedad laboral, los bajos salarios, el deterioro de la sanidad y la educación públicas, el autoritarismo rampante de los gobiernos, el espionaje a ultranza…

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Si me obligaran ustedes a definirme, les diría que soy internacionalista, cosmopolita, judío errante, pirata del Caribe, León el Africano, ciudadano del mundo o cualquier fórmula de ese tipo que me proponga Joaquín Sabina. Tengo un especial afecto a la tierra en la que nací, faltaría más, y aún se lo tengo más a la lengua en la que pronuncié mis primeras palabras y con la que me gano la vida: el castellano de Cervantes. Pero por encima de uno y otro afecto procuro colocar la idea de la fraternidad entre los seres humanos. Rubrico lo que escribió Alphonse de Lamartine: “Solo el odio y el egoísmo tienen patria. La fraternidad no la tiene”.

No me gustan las fronteras, no quiero que se levanten nuevas fronteras. Al contrario, quiero que vayan desapareciendo, sueño con que los seres humanos podamos movernos libremente por toda la superficie del planeta. Me repugnan las imágenes de los obstáculos que Europa pone estos días a los refugiados de Oriente Próximo. Y detesto la pretensión de todos los fundamentalismos de que nos definamos con una única identidad nacional o religiosa. Creo que los seres humanos podemos y debemos ser un montón de cosas a la vez.

Así que pueden ustedes imaginar que no deseo que se levante una valla entre Cataluña y el resto de España. Al contrario, me encantaría vivir en una Europa federal y relacionada fraternalmente con el resto del mundo –que no es la que tenemos-, como un paso hacia la unidad de todos los seres humanos. Pero tampoco me regocija que se les niegue a los catalanes que así lo desean el derecho a decidir sobre su relación con el resto de España. No quiero que mi pareja diga que sigue conmigo porque está obligada a ello por la costumbre, el qué dirán o tal o cual ley; quiero que lo haga por su libre arbitrio. A eso Jefferson, Proudhon, Pi i Margall, Albert Camus y muchos otros lo llamaron federalismo.

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