Desde la casa roja

La Constitución, las mujeres y la extrema derecha

La Constitución que tenemos es la mejor que hemos tenido, pero no creo que sea la mejor que podamos tener. Me deshago en cuanto puedo de las voces internas que me susurran cuánto se me nota haber nacido en democracia. Escribo “Transición” y un coro imaginario de la conciencia patria se acerca a mi oído y señala mi fecha de nacimiento y otras fechas anteriores a 1978 para que mire, para que mida lo que había y con lo que se tuvo que hacer un consenso. Mañana escucharé desde casa los vítores a sus cuarenta años de un documento en el que España se reconoció, y hacía otros cuarenta años que no lo hacía, como un Estado democrático. Vale la pena pensar en aquello como una gran emoción compartida. Negro sobre blanco a nuestros derechos civiles.

Pero tener cierto afecto a un padre, o a varios padres (las madres no contaban entonces), no debe significar pasar por alto sus defectos, sobre todo los que se heredan y causan sorpresa saliendo a la luz mucho tiempo después. Ahí está narrado el cargo de Jefe del Estado gracias a la genética y al género (varón) y que tiene su Corte por una decisión de Franco, no del pueblo, donde goza de inviolabilidad y no está sujeto a responsabilidad. Un artículo paradójico el 56 del Título II (De la Corona) en una Carta que nos reconoce a todos los españoles (y españolas) como iguales. Lo contrario de no tocar esta ley ya cuarentona no creo que sea dinamitar la casa democrática. Como siempre y en casi todo, aquí también hay mucho interés en mantener el debate bien sujeto en los extremos.

Es difícil pensar que el país que habitamos y padecemos sea el mismo país que enmarcó el texto legal en 1978. Si algo ha cambiado en estos cuarenta años radicalmente el dibujo de nuestra sociedad ha sido el papel social y económico de las mujeres. Porque, además de la incorporación al mundo laboral, a los estudios superiores o el acceso a cargos de la esfera pública, la mujer ha ido logrando algunos de los derechos que deben protegerla frente a un mundo que tiene un eje patriarcal aún muy potente. Veníamos de la Sección Femenina, todo era mejorar. Veníamos del franquismo, aceptamos la vía rápida con todos sus baches para poder avanzar hacia algún destino. Bien. Pero también puede que ya sea tiempo de subsanar cómo en el origen de ese camino (y como ya se reveló a micro abierto) se quedaron posibles referéndums. O cómo se pasaron por alto las peticiones de las feministas de entonces.

Bajo el yugo de la Sección Femenina

Bajo el yugo de la Sección Femenina

El artículo 9.2 de la Constitución afirma que corresponde a los poderes públicos promover las condiciones para que la libertad y la igualdad del individuo y los grupos en los que se integran sean reales y efectivas; remover los obstáculos que impidan o dificulten su plenitud y facilitar la participación de los ciudadanos en la vida política, económica, cultural y social. Y, aunque no todo se podrá resolver o hacer constar constitucionalmente, aquí parece que la norma de normas no acaba de garantizar ese principio de igualdad.

Violencia, acoso, explotación, acceso al trabajo, brecha salarial, reparto desproporcionado de los cuidados domésticos, baja representación en altos cargos o en instituciones públicas son solo algunos de los problemas que la discriminación por ser mujer sigue perpetrando. Y es ahí donde, entre otras cosas, que no todo es para refrendar o no a una institución que parece querer devorarse a sí misma, podría nuestra Constitución tener en cuenta que la mitad de la población requiere que sus derechos se vean recogidos en sus artículos, empezando por una redacción no sexista de los mismos. Al fin y al cabo, la Constitución define al Estado y sus funciones y establece las normas por las que deben regirse los poderes, aquellos que son los encargados de legislar y adoptar políticas públicas con sus partidas de presupuestos correspondientes.

Y donde tal vez deberían blindarse según qué derechos que permitan a los futuros españoles mirar hacia atrás sin avergonzarse. Y para no sentir miedo, como ahora sentimos, cuando la extrema derecha representada regresa a los gobiernos con idea de echar abajo lo que con muchísimo esfuerzo y sacrificio otros antes que nosotros ya pelearon. En ningún caso permitir el duro golpe que a los derechos de las mujeres pretenden darle aquellos que no creen en la igualdad (en cualquiera de sus aristas: género, raza o clase social): los que quieren borrar la Ley contra la Violencia de Género, los que desean erradicar el matrimonio igualitario, los que se abanderan de la causa de los vientres de alquiler o los quieren derogar la ley del Aborto y regresar a 1985. Todos los que hundirán sus manos para ordenar hasta lo más íntimo: resolver cómo y en qué orden nos amamos dentro de nuestras familias. Y ahí es donde la Constitución debería celebrarse y medirse. O quién sabe hasta cuándo podríamos retroceder.

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