Telepolítica

Cómo discrepar con Vox

Se ha abierto una interesante polémica sobre cómo debemos reaccionar respecto a Vox a la hora de confrontar públicamente sus argumentos. En España, el fenómeno de la aparición de una fuerza populista reaccionaria ha tardado en llegar, pero parece que empieza a abrirse paso. La celebración el pasado lunes del debate electoral en televisión ha desencadenado todo tipo de críticas sobre la falta de contestación que tuvo Santiago Abascal tras sus intervenciones. Estamos ante una cuestión opinable sobre la que también hay abiertas discusiones en otros lugares donde ya conocen fenómenos similares.

El país donde más se ha estudiado cómo debatir frente a la demagogia extrema y reaccionaria ha sido en Estados Unidos. Lo peculiar de la llegada de Donald Trump es que ha tenido lugar desde fuera del Partido Republicano, que se ha visto arrastrado poco a poco por la fuerza imparable de esta corriente de opinión. La consecuencia es que la derecha moderada y razonable ha quedado casi arrasada por el imparable empuje del radicalismo. Hoy, prácticamente nadie entre los políticos republicanos se atreve a criticar públicamente ninguno de los disparates que Trump pueda plantear. Su fuerza radica en haber llegado directamente al corazón del votante conservador que le apoya incondicionalmente. El que pretenda ponerse en medio quedará arrasado en el mismo instante en el que lo intente.

Los partidos populistas ultraconservadores como Vox se presentan en el ruedo político, al igual que Trump, como el justiciero que viene a liberar al pueblo oprimido por el sistema político tradicional, dominado por las élites económicas y atenazado por los espurios intereses de los liberales (los progres, en el caso español). Esta fuerza se moviliza como si de una guerra se tratara. Sólo hay dos bandos: o estás a favor incondicionalmente o formas parte del enemigo. Su discurso provocador, directo y demagógico va directo a las tripas sin pasar por el filtro de la razón. Todos los problemas existentes en el país se meten en el mismo saco y sirven de base para justificar la hostilidad.

¿Cómo se debe reaccionar ante este conflicto? No estamos ante un problema de discusión dialéctica. El extremismo populista no es sencillo de batir en una gruesa polémica en un plató de televisión. Además, tampoco tendría mayor relevancia conseguirlo puntualmente. En Estados Unidos, la opinión más extendida entre los expertos que han analizado el fenómeno es que no hay mayor error que entrar en una abierta confrontación con los radicales. Eso es precisamente lo que buscan. Les sirve de altavoz. Ganes o pierdas una discusión será irrelevante. No será más que la prueba palmaria de que la guerra entre los dos bandos existe y de que el enemigo intenta acallarles. Su victoria radica en que la confrontación pública se extienda.

Otro problema es que, para los medios de comunicación, la polarización extrema consigue buenos resultados de audiencia. El frentismo tiene un efecto hipnótico en buena parte del público que, de una manera u otra, se siente atraído por el espectáculo de la batalla cruenta. Todo a mayor gloria de los populistas. Este es su terreno de juego y ésta su práctica favorita. Si ganan en la trifulca, será una prueba indudable de la fuerza de su doctrina y si pierden, siempre será culpa de la manipulación y el poder tergiversador de su poderoso enemigo.

Es un error manifiesto aceptar el diálogo entre dos voces desequilibradas. Si no se parte de un mínimo respeto por la razón, la verdad y la responsabilidad no existe el debate. Lo único que se consigue es que el espectador pueda tener la engañosa sensación de que se trata de dos legítimas opiniones contrapuestas. En realidad, es todo lo contrario. El populismo se basa en la demagogia, la mentira y el vandalismo intelectual. Es una contienda desigual enfrentarse desde el uso de la decencia y la razón.

Hay corrientes de opinión que han defendido que la única manera de derrotar a quien utiliza armas más potentes y destructivas que las tuyas es la de servirte de su misma estrategia. Es decir, basado en que se trata de defender el bien, se justifica el uso de las mismas herramientas en las que basan su fuerza. Frente a un abusón, se contrapone otro al mismo nivel, aunque desde la defensa de una buena causa. Aunque en la tradición cinematográfica se ha utilizado esta fórmula en multitud de ocasiones con éxito, se trata de pura ficción. La realidad es más cruda. Lo único que se consigue es legalizar su comportamiento y mostrar ante sus fieles seguidores la prueba de la necesidad de extender la guerra.

La democracia tiene recursos que demasiadas veces se nos olvida utilizar. Hay tres de una potencia imbatible:

 

  1. La prensa libre. Los periodistas tenemos un papel crucial en esta coyuntura. Una información veraz, contrastada y documentada es más poderosa que la mentira y la demagogia. En Estados Unidos, Trump ha ordenado que se anulen las suscripciones a The New York Times y a The Washington Post en la Casa Blanca. Su objetivo es que no se acceda al conocimiento real de los hechos. Mejor vivir de lo que el trumpismo bautizó como los hechos alternativos.
  2. Un debate civilizado. En cualquier discusión pública frente al radicalismo, lo más eficaz para los políticos es recurrir a la moderación, a la explicación razonada y al contraste de datos. La moderación es el mejor antídoto frente al extremismo. Reclamar a nuestros líderes declamar discursos rimbombantes y altisonantes frente a la demagogia del populismo es una equivocación.
  3. Ir a votar. Para los ciudadanos de a pie, la amenaza existe y el antídoto también. No es muy complicado. Consiste en ir a votar en las elecciones y contrarrestar a quienes buscan la polarización y la confrontación. Si la mayoría creemos en la democracia y practicamos sus reglas podemos mantenerlas sin desatar la tensión. Si creemos y defendemos la discrepancia, hagámoslo desde el respeto hacia quienes no comparten nuestras ideas y mantengamos un mínimo espíritu de convivencia colectiva. Esto también se gana votando en las elecciones.
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