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Sociedades amnésicas y apáticas, mujeres asesinadas

El ensayo de Géraldine Schwarz Los amnésicos (Tusquets, 2019) comienza con una historia heladora: "El propio Führer lo presentía y tanteaba regularmente a su pueblo para ver hasta dónde podía llegar, lo que se toleraba y lo que no se toleraba, a la vez que lo inundaba de propaganda nazi y antisemita. La primera deportación masiva de judíos organizada en Alemania, que serviría para sondear el umbral de aceptabilidad de la población, justamente tuvo lugar en la región donde vivían mis abuelos, en el sudoeste del país: en octubre de 1940, más de 6.500 judíos fueron deportados de Baden, el Palatinado y Sarre hacia el campo francés de Gurs, situado al norte de los Pirineos. Para acostumbrar a los ciudadanos a este espectáculo, las fuerzas del orden habían procurado salvar un mínimo las apariencias, evitando la violencia y fletando vagones de pasajeros, en lugar de trenes de mercancías como harían más tarde. Pero los responsables nazis querían saber a ciencia cierta de lo que era capaz el pueblo. No vacilaron en actuar a la luz del día, obligando a cientos de judíos a recorrer el camino hasta la estación por el centro de la ciudad, con sus pesadas maletas, sus chiquillos llorosos y sus ancianos agotados, ante los ojos de ciudadanos apáticos, incapaces de dar muestras de humanidad. Al día siguiente, los Gauleiter (jefes de distrito) comunicaron con orgullo a Berlín que su región era la primera de Alemania que había sido judenrein (depurada de sus judíos). El Führer debió de alegrarse de ser tan bien comprendido por su pueblo: estaba maduro para "caminar con él"".

A lo largo de este estremecedor ensayo, la autora reflexiona sobre la amnesia que invade hoy esa parte de Europa que ve cómo se violentan los valores de convivencia democrática que se daban por asentados y se muestra tan apática como los ciudadanos que veían recorrer la ciudad a los judíos camino de la estación. Sabían dónde iban y es más que probable que muchos de ellos, en privado, mostraran su desacuerdo con la barbarie, pero no eran capaces (en esa ocasión, en otras es sabido que sí) de plantar cara al nazismo.

La extrema derecha que hoy cuestiona los valores de convivencia democráticos comparte algunos rasgos con su antecesora europea, pero difiere en otros. No conviene simplificar, y es imprescindible entender bien cuál es su discurso, en qué se apoya, y qué resortes ha encontrado en una parte de la población para conectar con ella, como se está viendo en casi toda Europa elección tras elección. Existe ya abundante investigación y bibliografía al respecto, cuyos contenidos, aunque puedan discrepar en matices sobre la caracterización de estas fuerzas políticas, coinciden en las líneas básicas de su tratamiento.

El debate va más allá de los cordones sanitarios, un imperativo ético y moral para las fuerzas democráticas de izquierdas y derechas, pero poco útiles a la hora de frenar el ascenso de la extrema derecha. Existen acuerdos para aislarles en Francia, Alemania, Suecia o Finlandia, y carecen de ellos Italia, Austria o Noruega, entre otros. Aunque cada país es un mundo y requeriría un análisis pormenorizado, se comprueba cómo el ascenso de la extrema derecha no depende de la existencia de estos cordones sanitarios, o al menos, no solo. Deben instaurarse, pero no bastarán para frenar la llegada de los bárbaros. El nuevo autoritarismo se ha disfrazado de antisistema para conectar con aquellos a los que el propio sistema ha expulsado, y libra sus batallas en el campo de los valores. Condiciona la agenda, marca el debate y cuestiona los pilares de la convivencia convirtiendo la regresión democrática en una venganza contra eso que llaman el "consenso progre"; es decir, los principios de igualdad, justicia y solidaridad que se han ido asentando, a duras penas, durante la modernidad.

Hoy, día contra la violencia machista, la unanimidad institucional que hasta ahora había existido contra este drama ha saltado por los aires, y lo ha hecho por el bloqueo que Vox ha impuesto en muchas instituciones, mientras sus compañeros de bancada y millones de ciudadanos permanecen apáticos y amnésicos, como en el relato de Schwarz. A lo sumo, desde Ciudadanos, se lamentan por esta actitud de aquellos a los que les deben los votos para formar gobierno, pero ni la condenan ni están dispuestos a dar un paso más allá.

Todavía duele el resonar de la frase de Abascal en el debate electoral de candidatos: "Las mujeres quieren que las protejamos". Pero más duele recordar que ninguno de los demás candidatos fue capaz de contestarle lo obvio: no, señor Abascal, las mujeres no queremos que nos protejan. Lo que queremos es que dejen de acosarnos, maltratarnos y matarnos.

El bloqueo del partido de ultraderecha ha impedido aprobar declaraciones institucionales -que, como es sabido, requieren unanimidad para salir adelante- en ayuntamientos como Madrid, Córdoba, Sevilla, Granada y Jaén, además de en la Asamblea de Madrid o las Cortes valencianas, y no se descarta que a lo largo del día de hoy la situación se repita en otros sitios. Las organizaciones feministas ya están alertando de lo que esto supone como refleja este artículo.

Escuchar a las urnas

Hoy rompen el consenso institucional contra la violencia machista, ayer señalaban a menores inmigrantes en sus centros de acogida, mañana le tocará a otro colectivo, como en el poema. Cada uno de estos disparos contra las mujeres, los inmigrantes, o las personas LGTBI, entre otros, se convierte también en una paulatina y constante erosión de los valores de convivencia que nos hemos dado.

De ahí que sea más necesario que nunca salir a combatir en defensa de los valores democráticos. Y digo valores, y no leyes, porque lo primero es lo primero, y eso es lo que esta nueva extrema derecha, al igual que su antecesora, está dilapidando. Este combate debe partir de intentar entender a quienes votan esta opción y los motivos que les llevan a buscar la protección del autoritarismo. A continuación es preciso demostrarles que los ultrarreaccionarios carecen de soluciones para abordar los problemas que señalan, en el caso de que esos problemas existan. Mientras tanto, los demócratas de una u otra orientación política, haríamos bien en preguntarnos qué nos ha traído hasta aquí.

Ojalá este 25 de noviembre, día contra la violencia machista, sirva para reflexionar, al menos un instante, sobre este drama. El que maltrata y mata a las mujeres, y el que erosiona y dilapida las democracias.

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