Muy fan de...

El último aplauso

Raquel Martos

El primer “aplauso de las ocho” sonó a las diez. Mi perra y yo lloramos a dúo, nunca habíamos oído algo así desde la ventana…

Yo no tenía fe en que tantas almas aisladas nos pusiéramos de acuerdo para hacer algo a la vez. No daba un duro porque lográramos acompasar nuestro ritmo individual para la coreografía del “todos a una” en agradecimiento a quienes cuidan de los nuestros. Pero sucedió.

Aquella ovación sonó a oración colectiva y se convirtió en la nueva normalidad sonora y visual. Una cita diaria que ampliaba el agradecimiento a todos los que continuaban en sus puestos. Un gesto colectivo que también simbolizaba un “resistiré”, a compás de palmeo, que nacía de la necesidad de sumar ánimo y fuerzas.

Era tan fácil el acuerdo que para incorporar a los niños hubo cambio de franja horaria, de un día para otro y nos acoplamos. ¡Cómo agradecí que la solemnidad de los aplausos adultos se iluminara con los de la niña del edificio de enfrente que gritaba mientras aplaudía, desbordante de entusiasmo, como si estuviera viendo a Peppa Pig debajo de su ventana!

Betty se acostumbró al estruendo y le cogió tanto gusto que corría a avisarnos para que no nos olvidáramos de aplaudir. A mí me venía bien aquel ladrido de atención, ella cada día más motivada, yo cada tarde más desinflada y el aplauso colectivo más tibio.

Hemos sumado demasiados días; demasiados enfermos y muertos, muchos de ellos sanitarios; demasiadas familias con el futuro en negro; demasiadas personas en filas silenciosas esperando alimentos con una respetuosa distancia social, de “distancia social” los pobres saben más que nadie.

Hemos sumado algunos irresponsables, con alegría inconsciente, abriéndose paso a codazos o tomando cañas “0’0 % empatía”. Y hemos sumado a esos otros, con rabia egoísta, dando palos de golf a la solidaridad y el civismo.

Pero también hemos sumado enfermos atendidos, altas aplaudidas, cartas leídas por voces empáticas en plantas y en UCIS, que están en ello ahora mismo. El mundo se derrumbaba e Ilsa y Rick se enamoraban, nosotros nos odiamos y los sanitarios siguen cuidando de los nuestros.

Hay una convocatoria en redes para que mañana suene el último aplauso que pretende un final digno del homenaje diario. Cada quien sabrá qué le mueve a romperse las manos, o a no hacerlo, por quienes se las están dando a los nuestros hasta el último minuto. Yo lo tengo tan meridianamente claro como el 14 de marzo.

Ojalá se oiga alto y claro el aplauso, pero que no tape la voz de los sanitarios que nos piden responsabilidad para no desandar el camino, ni la que reivindica dignidad en sus contratos y en sus condiciones laborales. No son héroes ni heroínas, no necesitan capas, sino batas.

Betty asistirá al aplauso tan feliz, no sabrá si es el último. Yo lo haré, seguramente, con lágrimas de emoción, miedo y tristeza pero, fundamentalmente, de reconocimiento. Por encima de todo, sonará en mis palmas el agradecimiento y el orgullo de pertenecer a la misma especie animal que algunos…

What a wonderful world de Dan Zanes&Friends. Lou Reed and The Rubi Theather Company.

Más sobre este tema
stats