Desde la casa roja

La educación, siempre para septiembre

Aroa Moreno

Me gustaban las mañanas en que llevaba a mi hijo al colegio. Atravesábamos la niebla, pisábamos la escarcha. Pero no nos dio tiempo a ver la primavera. Me gustaba verle cargar esa mochila casi vacía donde rebotaba una manzana o el tupper con el mini bocata, siempre un par de metros por delante de mí. Saludar al policía que nos daba paso en el cruce. Esperar en esa fila de personas pequeñas que rondan el metro de estatura para entrar en el edificio diciendo adiós con su mano todo el tiempo que hiciera falta. El babi asomando por debajo del abrigo. Lanzarle cada día a vivir esa parte tan necesaria y vital de su tiempo en la que no están sus padres. El día 12 de marzo de 2020, lo llevé al colegio por última vez.

Hace un par de semanas, escribí al director para preguntarle si sabían cómo se iba a afrontar la vuelta en septiembre. En ningún momento, nadie de la escuela se puso en contacto con las familias, ni cuando cerraron las aulas ni cuando nunca más se abrieron. Se nos indicó una web de donde podían descargarse infinitas fichas. Supongo que no sabían exactamente qué es lo que tenían que decirnos. Solo el profesor de inglés, el más joven de la plantilla, se decidió a enviarnos unos vídeos de vez en cuando donde saludaba a los niños y les recordaba aquella vida anterior a la pandemia, cuando aprendían canciones juntos. Todos nos hicimos cargo de aquel tercer trimestre improvisado. Pero, ¿y ahora? El director respondió enseguida: no tenemos ninguna directriz.

Llegó el verano y los colegios vacíos echaron el cierre como cada año, y adentro quedaron las cosas igual que aquel 12 de marzo en que los niños ya no llenaron aulas y patios. Silencio donde hubo esa alegre algarabía desbocada de las salidas de clase. De aquello hace cuatro meses y medio, una pandemia y una segunda ola amenazando. Con cero previsión concreta y efectiva para el regreso y muchas recomendaciones que, como una pelota, se pasan las administraciones y acaban en manos de cada colegio. Será la propia escuela la que tendrá que tomar las medidas oportunas dependiendo de los escenarios que vivamos el 4 de septiembre, cuando se supone que se incorporarían. Y los escenarios oscilan entre el confinamiento total y la erradicación del virus. Supongo que las medidas serán cerrar o abrir porque las escuelas públicas no tienen ni medios ni personal ni instalaciones para hacer frente a estas recomendaciones. Las escuelas públicas como los hospitales públicos ya habían sido exprimidos y recortados y cualquier tensión aplicada a su fragilidad hace saltar el sistema por los aires.

Hoy, la nueva normalidad de ser un niño contiene más incertidumbres que la de ser un trabajador, un consumidor o un turista y sin embargo, su normalidad, que puedan ir al colegio, afecta a todas las demás. La vieja rutina de los niños fue lo primero que se dio por clausurado. ¿Por qué no se ha trabajado intensamente en el regreso? ¿Cuáles serán las medidas de seguridad? ¿Qué de los desdobles de grupos? ¿Qué de las clases burbuja y de la feliz idea de las materias impartidas en el patio?

¿Cómo podemos hablar de bajar las ratios de las aulas sin contratar a más profesores?

¿Qué hay de la educación básica, de la socialización?

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¿Y qué pueden esperar los padres? ¿Qué pueden planificar?

¿Qué quiere?, me dirán, ¿llevar a su hijo al colegio con una pandemia arreciando? Por supuesto que no. No podemos agrupar a 30 niños dentro de un aula cuando prohibimos las reuniones en casa de más de 10 personas o recomendamos no salir a la calle.

Pero un país que sigue sin atender, que no invierte y no confía en la educación como motor radical de su desarrollo y progreso, como base para los ciudadanos que levantarán un futuro, será el mismo que nunca podrá reaccionar eficazmente frente a las consecuencias de las catástrofes. El mismo país insolidario de personas incapaces de cuidar de uno mismo para cuidar y proteger a los demás. El mismo que no entenderá la necesidad de estudiar, prevenir y ser transparente con las situaciones límite y sus dramáticas consecuencias.

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