La portada de mañana
Ver
Sánchez medita su dimisión y abre un debate sobre la campaña de acoso político, mediático y judicial

¡A la escucha!

A por la octava

Helena Resano nueva.

Pues ya tenemos una nueva ley de educación, la octava de la democracia y con muy pocas posibilidades de sobrevivir más allá de lo que dure este gobierno. Una vez más, la reforma educativa no ha logrado el apoyo de una buena parte del hemiciclo, no ha conseguido sumar el apoyo de fuerzas políticas diferentes a las que ya están gobernando y eso, inevitablemente, aboca a esta reforma a morir cuando los que están ahora en la Moncloa pasen a la oposición. Es el baile de reformas educativas a las que nos tienen acostumbrados, y sinceramente, agota. Algunos hemos perdido ya la cuenta de cuántas leyes hemos vivido, estudiado y sufrido, bien como estudiantes, bien como padres (son 8, sí). Ya no sabes si el examen de paso de etapa escolar es vinculante o no, cuenta para la nota, es simplemente de control de cómo va o si, por ejemplo la filosofía, es asignatura troncal sólo en la ESO o también en Bachillerato.

Al final, las leyes educativas, como tantas otras, se han convertido en un arma política para demostrar al contrario que da igual lo que haga porque se quedará en nada cuando yo llegue al poder. Y creo que deberíamos plantarnos, al menos en esto. No es de recibo que lo que estudian nuestros hijos y cómo lo estudian, se convierta en una batalla política. Deberíamos pedir unas mínimas líneas rojas, basadas en algo tan básico como la igualdad de oportunidades. Saber que da igual en qué zona vivas, en qué barrio estudies.

Tener la confianza de que eso no determinará de una forma inevitable tu futuro. Confiar en que si llega una pandemia, si los colegios se tienen que cerrar por fuerza mayor, no habrá estudiantes de segunda y de primera según sus posibilidades, las capacidades de su centro o el presupuesto de su comunidad. Lo mínimo, pactar lo mínimo, y luego dejar las batallas de lo ideológico en un segundo plano. Si lográramos al menos eso, todo el ruido que hemos escuchado estos días se desactivaría por completo.

Se dejaría de simplificar el debate entre educación concertada y educación pública, porque no habría grandes diferencias, o no debería haberlas. Se dejaría de hablar de “bandos” en un tema en el que todos deberíamos de estar aportando ideas, mejorando un sistema que, lo vemos en muchas de las evaluaciones que nos hacen organismos independientes, se ha quedado muy atrás, y apenas sirve para generar y detectar más talento. Nuestros hijos siguen memorizando contenidos que olvidan al poco de haberlos vomitado sobre el papel. Seguimos estudiando para una nota y no para crecer en un pensamiento más crítico y constructivo. Seguimos sin saber debatir en público, sin saber analizar el porqué de las cosas y por tanto sin entenderlas.

Pero lo peor de todo esto es que los diputados, los señores que tienen que redactar, mejorar, aportar a la redacción de una ley que versa sobre la educación, den el peor de los ejemplos durante el debate parlamentario. Sí, hablaban de educación y es precisamente lo que faltó este jueves en el Congreso. El debate acabó con varios diputados de pie, aporreando el escaño, protestando. Las aportaciones de algunos desde la tribuna o desde el escaño fueron poco edificantes. Y eso que hablábamos de educación. Lo peor es que esto se volverá a repetir. Cuando la ley que acaba de aprobarse la tiren a la basura los siguientes que lleguen. Una oportunidad perdida.

Más sobre este tema
stats