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Muros sin Fronteras

España: Una, Grande y Libre

Ramón Lobo nueva.

La versión oficial sostiene que fue un milagro salir de la dictadura sin un enfrentamiento civil y que el franquismo aceptara irse a casa sin más, o reinventarse en demócratas de toda la vida. Es un relato que no se corresponde con los hechos: hubo más de 600 muertos entre 1975 y 1983. El grupo de WhatsApp de la XIX promoción del Ejército del Aire, en el que se habla de fusilar a 26 millones de hijos de puta, demuestra que no se fueron tantos a casa. Hay más cerrazón ideológica en las FFAA hoy que hace 20 años. Se trata de un retroceso similar al que se vive en la sociedad civil. La aparición de Vox en la escena política tiene su espejo entre muchos uniformados.

Portugal tuvo su Revolución de los Claveles, un corte limpio entre dos regímenes que colocó a cada uno en su lugar en la historia. No hubo medallas para sus Billy el Niño y demás torturadores. La PIDE fue depurada, no ascendida. Las guerras coloniales en Angola y Mozambique crearon un descontento que se concretó en la revolución de los capitanes, el 25 de abril de 1974.

En España tuvimos a la Unión Militar Democrática, que eran doce gatos que tuvieron el arrojo de proponer cambios democráticos similares. La mayoría de los altos cargos en las FFAA españolas eran franquistas en 1974, compraban la cantinela de que los enemigos de España eran la masonería, los comunistas y el contubernio judío. Y ahí siguen algunos con carné de salvadores de la patria a costa del erario público a costa del erario público.

Hubo casos excepcionales, como el teniente general Manuel Gutiérrez Mellado, uno de los tres que no se escondieron durante el asalto al Congreso el 23F. Los otros dos fueron Adolfo Suárez y Santiago Carrillo. Aunque procedía de la Quinta Columna de Madrid, que maquinó en favor de las tropas de Franco en la Guerra Civil, supo evolucionar hacia posiciones democráticas. No fue el único. En aquellos años solo una minoría de generales defendía el sometimiento militar al poder civil emanado de las urnas. El 23F no fue el único intento de desestabilización. El ruido de sables, que amainó después de 1987, ha regresado con un rugido de wasaps y comunicados que demuestranun rugido de wasaps y comunicados un desconocimiento del mundo en el que viven.

Alemania perdió dos guerras mundiales en el siglo XX. Tras la capitulación de 1945, los aliados juzgaron a los jerarcas nazis e impusieron un proceso de desnazificación en la nueva Alemania en el que quedaba claro quiénes eran los verdugos y quiénes las víctimas. Se tomaron medidas para impulsar una regeneración. Es delito negar la existencia del Holocausto o glorificar aquellos tiempos. En España, los émulos ideológicos de los nazis ganaron la Guerra Civil y tuvieron la suerte de beneficiarse del escenario de Guerra Fría entre EEUU y la URSS. Esa es la gran diferencia: aquí nunca se apearon del poder.

Pese a todo, Alemania tiene también un problema serio de infiltración de la extrema derecha en su policía y en los comandos de élite de las Fuerzas Armadas, que fueron en parte disueltas por el gobierno presidido por Angela Merkel. La canciller alemana, que pertenece a un partido conservador, sabe –a diferencia de Pablo Casado y de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz-Ayuso– cuáles son las obligaciones de un gobernante sensato.

La existencia de un sector neofranquista y antidemocrático en las Fuerzas Armadas españolas no es una rareza, pese a que en nuestro caso pesan los 200 años sin ventilación democrática, desde antes de Fernando VII hasta 1976. La libertad siempre ha sido una rareza en España. El principal logro de la transición es haber conseguido su disfrute sin interrupciones durante 42 años. Es algo que no debería olvidar la izquierda. La Constitución, pese a sus taras, funciona. Es de una buena base para trabajar, no una meta en sí misma, ni las tablas sacrosantas e intocables de la ley. Las mejores Constituciones se adaptan a los tiempos y aceptan mejoras que potencien su utilidad y valor.

Nuestro problema no son algunos exmilitares de boca caliente y wasap fácil, que no hacen honor al uniforme que visten, nuestra tragedia es que la derecha política supuestamente democrática que ha tenido responsabilidades en el gobierno del Estado se ha escorado a la extrema derecha, normalizando un lenguaje impropio de un demócrata. Al no reconocer la legitimidad del Gobierno están fomentando el golpe de Estado.

El actual rey debería aprender de su padre, el emérito Juan Carlos, que los meses previos al 23F se fue de la lengua y dejó la impresión de que apoyaría una asonada. Irse de la lengua ante gente armada y sin cerebro es un riesgo. ¿Dónde está el rey Felipe VI? ¿No tiene nada que decir sobre los manifiestos de sables que utilizan su nombre, no sabemos si en vano? La lista de firmantes incluye a golpistas del 23F. ¿Estaría hoy el PP de Casado y Ayuso a favor de Tejero y del general Jaime Milans de Bosch?

Es un contratiempo que Vox tenga tantos diputados y que los medios de comunicación, incluso los estatales, les regalen cobertura acrítica. En este caso estamos como los demás países europeos. Vox se ha ido trumpizando estos meses. Es un partido negacionista que intenta explotar el miedo de la sociedad, evidente durante el covid-19: temor a la pandemia, temor al futuro, temor a las vacunas. Vox ofrece respuestas simples a problemas complejos. Su discurso superficial cala en una sociedad que dejó de interesarse por la verdad.

Si la derecha presuntamente democrática se escora para robarles el electorado, algo que no está funcionando en ningún país de Europa, la izquierda no ayuda tampoco. Instalada en la comodidad de los viejos eslóganes, se aleja cada vez más de los problemas reales de la gente. De la crisis pandémica surgen nuevas voces y esperanzas que permiten esperar menos dogma y más pragmatismo social, como el que practica la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz.

Hice la mili (servicio militar obligatorio) en Zaragoza entre septiembre de 1979 y diciembre de 1980, tras lograr varias prórrogas por estudios. Salí con la licencia tres meses antes del golpe, En Aragón fue complicado porque los militares estaban divididos y el capitán general de la región no se decidió hasta escuchar al rey, ya de madrugada.

Mi experiencia en Capitanía General es que en aquella época había tres tipos de altos mandos: los que se pasaban la jornada en el bar hablando del honor y de la patria, los que presumían de ideología franquista y los que hacían cursos en el extranjero. Mi jefe directo, un coronel de inteligencia, estuvo implicado en el 23F. Nunca sospeché de sus tejemanejes. Era brillante.

Estuve destinado en la revista militar Moncayo, que dependía de la Segunda Sección (un golpe de suerte que debo a Agustín Valladolid). Todos creían que éramos del SIM (Servicio de Inteligencia Militar). Era falso, pero nos daba empaque. Los suboficiales y oficiales nos tenían respeto. Una vez un sargento me preguntó si era del SIM. Le respondí, “usted sabe que no me puede hacer esa pregunta”. Se puso colorado. Todo esto es para decir que tuve una gran mili. Pude compaginarla con 5º de Periodismo en Madrid.

Como enviado especial he coincidido con la Legión en Bosnia-Herzegovina en 1983. Periodistas y legionarios no teníamos una buena opinión del otro. Su mando era el coronel Ángel Morales. Exhibía el águila franquista en la bandera en su reloj. Pese a esto, nos gustó porque era directo y parecía sincero. Nos permitió trabajar con bastante libertad. Su Agrupación, la Canarias, reemplazó a la Málaga, que vivió seis meses plácidos. Morales se vio afectado por una guerra dentro de la guerra entre croatas y bosniacos. Tuvo 10 muertos y muy mala suerte. Esa legión fue un descubrimiento. Había gente excelente que realizó un buen trabajo. Aunque las misiones en el Exterior han sido una gran escuela para miles de mandos y soldados, no han evitado que varios generales con mando hayan terminado en los brazos de Vox en los brazos de Vox.

El exceso de trascendencia es un mal español. Pese a que afecta a una minoría, copa un debate político-periodístico en el que sus actores son a menudo intercambiables. Es tal el griterío que resulta imposible que prospere un argumento en medio de un diálogo de sordos, o peor, de gente que no desea escucharse. Es un virus que ataca a las derechas y a las izquierdas. Nos falta el sentido del humor de los británicos, su capacidad de reírse de sí mismos y de sus símbolos, como demuestra la cuarta temporada de la serie televisiva The Crown. Solo con las andanzas del emérito tendríamos tensión dramática asegurada por los siglos de los siglos.

¿Por qué España es Una, Grande y Libre?, preguntaba un chiste que corría al final de los años 60. “Porque si hubiera dos, todos nos iríamos a la otra. Grande porque cabemos nosotros y las bases americanas, y libre porque hay libertad de prensa, cada uno puede comprar el ABC en el kiosco que quiera”. Debemos reconocer que en el caso de ABC hemos mejorado mucho.

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