Plaza Pública

¿Y ahora qué?

Baltasar Garzón

No voy a perder ahora tiempo en reproches ni en recordatorios de que esto ya estaba avisado. La situación es urgente y creo que todo está dicho sobre la irresponsabilidad de unos, la falta de juicio de otros y la voluntad tenaz e intencionada de la derecha y la ultraderecha de llegar al sillón de mando.

El asunto es qué pasa ahora. Sin una mayoría clara de izquierda y, afortunadamente, con la derecha que se queda corta sumando escaños entre las diferentes formaciones. Este es el momento delicado en que el candidato socialista debe tener las ideas claras desde una concepción progresista y huyendo de un Casado que se viene arriba reclamando que Sánchez se vaya y el PSOE acuerde con el PP. Cantos de sirena que repiten como un eco los medios de la derecha en editoriales y artículos de fondo en los términos de que la solución pasa por un pacto PSOE-PP. Bieito Rubido, director de Abc, lo expresaba así: “… un gobierno de concentración, con presencia mayoritaria de ministros socialistas y algunos propuestos por el PP. Es la hora de demostrar altura de miras y, también, el momento de que populares y PSOE asuman responsabilidades…”. En El Mundo, Luis María Anson seguía la consigna en su columna de esta guisa: “Pablo Casado ha anunciado que no respaldará en ningún caso a Pedro Sánchez porque no se fía de él. Está claro, sin embargo, que empresarios destacados y analistas sagaces consideran imprescindible un acuerdo del líder popular con Sánchez para que el resultado de estas elecciones no desemboque en el Frente Popular”.

Una mochila llamada Vox

¿Qué hará Sánchez? Conciliar con el PP es poco aconsejable por un problema mayor llamado Vox. Los populares llevan a la espalda la mochila de la ultraderecha que cada vez crece más. Y que nadie piense que Casado va a llegar a acuerdo alguno sin que la formación de ultraderecha asome su rostro inflexible y fascista. Quien crea que puede ser de otro modo, se equivoca. Hay que recordar que Ciutadans sirvió de experimento piloto al PP para tantear la situación en Cataluña primero y tener un comodín para jugar después al bueno y al malo, a la derecha moderada y la derecha dura. Solo que cuando este juego fue insuficiente, una vez que José María Aznar entró en escena moviendo los hilos y después de que su alevín Casado limpiara el partido de sus antiguos dirigentes, apareció Vox.

Lo cierto es que no se notó gran preocupación en la formación de la gaviota. Muy al contrario, se vio desde el primer momento con la foto de familia en Colón, cómo el PP arropó con satisfacción a los de Abascal. Esa buena sintonía había llevado previamente a un acuerdo que permitió gobernar primero en Andalucía y que después avanzaría en la toma de posiciones, como ha sido, entre otros, el caso de la Comunidad madrileña. Las débiles protestas de Albert Rivera afirmando que no pensaba pactar con los ultraderechistas recordaban más el recelo ante la posibilidad de verse descabalgado en su posición política junto a los populares, lo que finalmente ha ocurrido, que a una postura crítica frente a las barbaridades involucionistas de Santiago Abascal y sus huestes.

Es posible que esa postura de rivalidad o el miedo a ser prescindible llevara a Rivera a exagerar sus posturas y realizar una inmersión en la derecha en profundidad. O eso, o todo era un paripé necesario para una estrategia concreta: ampliar el papel de Vox y llevarlo al gobierno de la nación. Una preocupante apuesta de futuro del PP que ya apunté en un artículo publicado en enero de este año. Mi duda es si este pulso se acaba aquí o el objetivo va más allá: si no se trata de que Vox acabe fagocitando al PP y quede como la única derecha efectiva. Es el peligro que nos acecha.

De momento, Albert Rivera ha dimitido en su puesto de presidente del partido avalando las dos hipótesis, bien la lucha por el puesto al sol de la derecha, bien la de la estrategia organizada. En cualquier caso, y desde el punto de vista de Génova, el dirigente de Ciudadanos es innecesario y está amortizado. Eso sí, queda muy mermado el respaldo a los representantes de Ciudadanos en cuatro comunidades autónomas en las que gobiernan con el PP, y, en algunas de ellas, puede ser por tanto más difícil la resistencia a los avances de gestión de Vox.

Rivera abandona el barco

Este lunes, seguí la comparecencia de Rivera, cuando anunció que dejaba el partido, el congreso y la política. Se echó la culpa de los malos resultados y contó que su vida personal era lo que ahora primaba y que quería ser feliz. Pero, mira por donde, de su boca no salió una disculpa ni una petición de perdón por su actitud de rechazo frontal ante la posibilidad de ayudar con su abstención a la investidura de Sánchez o facilitar la formación de un nuevo Gobierno que por el contrario impidió evitando un “feliz final” para el país como el que él ha recabado para sí mismo. O su aquiescencia con Vox, que ahora cuenta con 52 diputados gracias entre otras cosas a la inacción de Rivera que, vuelvo a decir, ha coadyuvado en esta operación por acción y por omisión.

Porque, en suma, después de haber provocado una destrucción organizada con cordones sanitarios, vetos y demás “constructivas decisiones”, el hasta ahora líder naranja abandona el barco. No estoy de acuerdo en que su postura de fuga sea la correcta: debería quedarse Rivera y dar la cara con sus mermadas tropas, pegándose con Vox, peleando con la CUP en el hemiciclo, colectivo al que desde todos los frentes ha criticado y denostado. Eso sería lo valiente y lo responsable frente a una salida fácil y poco honrosa en un momento muy complejo.

Es cierto que en política se deben asumir responsabilidades, pero si tenemos en cuenta que el daño inferido por Rivera a este país con sus posturas políticas, decisiones, contradicciones, etc, ha sido político y con incidencia sustancial, su reparación también debería ser de la misma naturaleza, no al frente de su partido, sino codo con codo con quienes le siguieron en esta aventura suicida. Los ciudadanos y ciudadanas, en suma, quienes sufrimos las consecuencias, tenemos derecho a que la expiación tenga lugar en el mismo escenario. Eso sí, sin liderazgo. Trabajando a pie de obra.

Urge un Gobierno progresista

Mientras tanto, Sánchez tendrá que tomar una decisión. Ha llamado a consulta a los diferentes partidos –salvo a la ultraderecha– y de ahí tendrá que salir un escenario nuevo y operativo… Lo tiene más difícil y con la opinión pública cada vez más desencantada y crítica con sus decisiones. Urge ante todo formar gobierno, un gobierno progresista, sin dilaciones ni esperas, que corte el paso a la derecha y a una ultraderecha muy crecida. Avanzan y a su paso arrasan las libertades. Su noción de España se basa en su propio beneficio. Lo dijo Castelao: “Los elementos de derecha sólo conciben una patria artificial, puesta al servicio de sus intereses.” La izquierda no debe permitirlo.

En este contexto, se acabaron las líneas de contención y desconfianza. Los eventuales desencuentros entre los líderes afectados tienen que desaparecer y su deber es formar un gobierno de consenso y coalición. Si no lo hacen, quienes deben abandonar son los que se muestran incapaces de aparcar sus diferencias en aras a un mayor bien común. Máxime cuando iniciamos tiempos de tribulación y alarma por la presencia de una fuerza política que representa lo más negativo en una democracia, la xenofobia, la falta de respeto al otro, la cultura patriarcal y machista, la involución con planteamientos políticos que nos retrotraen a épocas superadas o que deberían estarlo, y que, en todo caso, son incompatibles con una democracia firme y consolidada. _______________

Baltasar Garzón Real es jurista y presidente de FIBGAR.

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