Fiesta Nacional del 12 de Octubre

12-O: Cuando 1492 se impuso a 1978

12-O: Cuando 1492 se impuso a 1978

– Ustedes no se atreverán a decir que es demagogia que hay mucho paro, que hay mucha vivienda indigna y que hay muchos problemas en la educación y en la justicia, que son todos temas que están en la Constitución.

Y resonó en el hemiciclo: “¡Demagogia, demagogia!”.

Tenía la palabra Ramón Tamames, que defendía en el Congreso de los Diputados, en una sesión celebrada el jueves 17 de septiembre de 1987, una enmienda de totalidad de Izquierda Unida-Esquerra Catalana contra el proyecto de ley presentado por el Gobierno de Felipe González que pretendía establecer el 12 de octubre como Día de la Fiesta Nacional. Ya antes lo habían llamado “demagogo” desde las bancadas conservadoras tras decir que había que “cumplir la Constitución”, señalando con el dedo sus artículos más sociales, en una estrategia discursiva que hoy trae a la mente imágenes podemitas. “¡Demagogia, demagogia!”, le gritaban ahora otra vez a Tamames “varios señores diputados”, como recoge el Diario de Sesiones [ver aquí el acta publicada por el Congreso]. Tamames, que defendía que el Día de la Fiesta Nacional fuera el 6 de diciembre, continuó hablando:

– Un país, para cumplir la Constitución, lo primero que tiene que hacer es conocerla, y para conocerla lo primero que tiene que hacer es enaltecerla y no convertirla en un texto sagrado.

Varios diputados volvieron a gritar: “¡Demagogia, demagogia!”. Y Tamames: “Si se tranquilizan ustedes un poquito, seguiré adelante”. El vicepresidente del Congreso, el socialista Leopoldo Torres, intervino:

– Un momento, señor Tamames. Tranquilizar a los diputados corresponde a la Presidencia y al orador corresponde no hacer intervenciones de alguna manera incitadoras a la intranquilidad. Prosiga, señor Tamames.

– Señor presidente –replicó Tamames–, creo que si no nos incitamos los unos a los otros a la intranquilidad, esto acabaría siendo una especie de cuerpo durmiente. Perdóneme que le haga esta observación.

– Concluya, señor Tamames.

La enmienda de IU-Esquerra Catalana fue tumbada. La ley salió adelante con 245 votos a favor, tres en contra, ocho abstenciones y un voto nulo. Y el 12 de octubre se convirtió por ley en Día de la Fiesta Nacional. Aquella sesión –viva, profunda, de intercambio político afilado aunque respetuoso– supuso la culminación de una serie de debates parlamentarios que habían empezado más de seis años antes, en 1981. Su lectura en el papel del Diario de Sesiones, con los ojos del presente, permite observar cómo estaban ya incubados los problemas que acabarían aquejando al Día de la Hispanidad como celebración nacional. Es más, están presentes ya en el debate los signos de tensiones y crisis futuras, hoy muy reales, que no afectan sólo a la Fiesta Nacional sino a las tensiones en torno a la idea de España y el modelo territorial [ver aquí un artículo en profundidad].

1981: voluntad “pedagógica”

Algunas posiciones eran muy diferentes en la sesión celebrada el 19 de mayo de 1981, bajo la presidencia del Congreso de Landelino Lavilla, cuando los socialistas querían que el 6D fuera el día de la Fiesta Nacional [ver aquí el acta]. Ese día se votaba precisamente la toma en consideración de la proposición de ley socialista para declarar el 6 de diciembre, “a todos los efectos”, Día de la Fiesta Nacional. Por el grupo proponente tomó la palabra Gregorio Peces-Barba, que incidía en la voluntad “pedagógica” de la iniciativa, necesaria “frente al golpismo involucionista, que irrumpió aquí de manera brutal la noche del 23 de febrero, y frente al terrorismo criminal”, expuso. La Constitución era esgrimida como fiel de la balanza de la España cívica, lo que la hacía merecedora de la distinción simbólica de la Fiesta Nacional en una España que todavía sentía el aliento del golpismo y el ferzo embate de ETA.

El discurso de Peces-Barba evidenciaba la voluntad del PSOE de instalar en España un patriotismo cívico transversal a la francesa, a pesar de las diferentes genealogías de ambas democracias. “Fue muy tarde ya, a finales del siglo XIX, cuando un presidente de la III República francesa instituyó el 14 de julio como fiesta nacional y La Marsellesa como himno nacional. Hoy parece que esa fiesta y ese himno son algo que une absolutamente a todos los franceses como si llevasen siglos y siglos conmemorando esa fecha”, decía.

Esa era la ambición: que el 6 de diciembre fuera nuestro 14 de julio, una Fiesta Nacional transversal, que llenase España de orgullo al margen de ideologías. No salió.

De uno de los conocidos como “padres de la Constitución”, a otro: Miguel Herrero de Miñón, entonces en UCD, intervino en aquel debate de 1981 para posicionarse a favor de la propuesta socialista pero dejando caer que no tenía por qué ser un día no laboral. Tras él, Tamames, entonces en el Grupo Mixto, también insistía en el valor pedagógico de la festividad. La Constitución, decía, tenía que ser leída el 6 de diciembre “en las plazas de los pueblos”. Hay un contraste entre aquel entusiasmo atenteísta del constitucionalismo naciente y el aire puramente formal que tienen hoy los Días de la Constitución. Un puente más.  El temor de Tamames era que el texto del 78 se convirtiera en “una especie de libro sagrado que, por tan sagrado, acaba por no leerse, como sucede con otros libros llamados sagrados”, en referencia a la Biblia, un comentario que era una pulla a los bancos conservadores.

 “Hay que explicarle al pueblo por qué, a diferencia de los Estados Unidos, donde pronto celebrarán el segundo centenario de su Constitución y de sus casi cuarenta enmiendas, en España ha habido más de media docena. Hay que recordar también que es una obligación leer la Constitución”, decía Tamames. José Solé Barberá, del Grupo Comunista, cargaba contra los “juegos florales” de Herrero de Miñón, por querer que el 6D fuera laborable. “Que se cumpla” la Constitución, repetía Solé. El choque entre visiones de la Constitución ya estaba ahí. A la izquierda se insistía en su dimensión como garante de derechos, sobre todo laborales, y se expresaba el temor a que quedara reducida a un símbolo, vivido sin vigor democrático por el pueblo español.

La toma en consideración fue aprobada sin votos en contra. 277 favor, siete abstenciones. Pero el 6 de diciembre nunca llegó a ser Fiesta Nacional. Por el contrario, el día de la aprobación de la Constitución obtuvo un estatus menor, mediante un real decreto publicado en el BOE en diciembre de 1985. El 6 de diciembre pasaba a ser un día “inhábil, retribuido y no recuperable”. Festivo. Sin más. En pie de igualdad con Año Nuevo, la Fiesta del Trabajo, la Natividad del Señor, la Asunción de la Virgen, Todos los Santos, la Inmaculada Concepción, el Corpus Christi, el Jueves y el Viernes Santo, Santiago Apóstol... Se trataba de establecer en el 6 de diciembre “una referencia concreta en la vida cotidiana del pueblo español y una ocasión de reavivar la vinculación de los ciudadanos a la Constitución”. Pero sin convertir ya la jornada en la Fiesta Nacional.

1987: gesta “histórica”

La Fiesta Nacional quedó para el 12 de octubre, aniversario del descubrimiento de América en 1492. A Tamames no le gustó la idea. Vuelta al debate de octubre de 1987. “Una fiesta nacional no es una cosa trivial”, advertía. No hablamos, decía, del “sexo de los ángeles”. La decisión que se tomara tendría implicaciones serias, era su idea. “Nosotros insistimos en que sea el día de la Constitución, entre otras cosas para darle a la Constitución el papel relevante que debe tener en la vida política española. La Constitución está a punto de convertirse en un libro sagrado, y ustedes saben que los libros sagrados no se leen. Se consideran tan sagrados que no se tocan. El cristianismo español, por no decir el catolicismo español, ignora la Biblia, ignora los Evangelios en su mayor parte [risas en el hemiciclo]. No lo leen, es tan sagrado que no lo leen. Y aquí está empezando a suceder que la Constitución es tan perfecta y tan importante que casi nadie se la sabe”.

Tamames ya planteaba el peligro de una Constitución intocable, hoy un tema tan en boga, fuente de frustración para los reformistas, que denuncian una cláusula de intangibilidad de facto derivada de los exigentes requisitos para el cambio del articulado duro. A juicio de Tamames, la declaración del 12 de octubre como Fiesta Nacional tenía “un cierto arrastre de espectacularidad, pensando en la conmemoración del V Centenario”. Le parecía a Tamames un “gran ditirambo” sobre un episodio histórico, el “descubrimiento”, que en realidad “duró cuatro siglos”. Y advertía: “Cuando algunos lean ese texto fuera de España van a decir: 'Otra vez nos mandan los galeones, que ya lo he oído en América también'”. Premonitorio: cada año el 12O es causa ya de controversia al otro lado del charco, donde algunos líderes atribuyen a la celebración un carácter neocolonialista.

No parecía desde luego la voluntad del Gobierno ofender a los pueblos de Latinoamérica. Todo el discurso de Virgilio Zapatero, que hablaba en nombre del Gobierno como ministro de Relaciones con las Cortes, estaba presidido por el respeto al resto de países hispanohablantes. Pero se hace ya evidente el cambio de discurso con respecto al Peces-Barba de 1981. Ahora lo importante es reivindicar la “efemérides histórica”, que dio a España “proyección lingüística y cultural más allá de los límites europeos”. “La fecha del 12 de octubre no sólo da la medida de la significación histórica de España, sino también la importancia que acarrea para nosotros el 500º aniversario de un descubrimiento que marcó la historia de la civilización universal”, afirma. Se traza incluso un paralelismo lejano con la situación del país post-transición: aquella España de finales del siglo XV, recuerda Zapatero, estaba “a punto de concluir un proceso de construcción del Estado, a partir de la aludida pluralidad cultural y política, y conseguida la integración de sus reinos en una misma monarquía, inició un período de proyección lingüística y cultural más allá de los límites europeos”. José Vicente Beviá, del PSOE, abundaba en el enfoque historicista: la “empresa del 12 de octubre” coincide con la “culminación del proceso de construcción de España como Estado moderno”.

El ministro Zapatero aquilataba su defensa del 12O como Fiesta Nacional aludiendo a acontecimientos como la Revolución de 1789 en Francia, la Guerra Civil en Estados Unidos o “el convulsivo siglo XVII británico, que asentaría las bases del notable prestigio de su Corona”. Es difícil sostener que el 12 de octubre haya alcanzado significados a esa altura en el imaginario popular español. El historiador Diego Díaz Alonso, autor del ensayo Disputar las banderas. Los comunistas, España y las cuestiones nacionales (Trea, 2109), cree que la elección de esta fecha forma parte del variado conjunto de motivos que han provocado la inexistencia de un patriotismo transversal arraigado en la sociedad española. “Las gestas suelen ser revoluciones y declaraciones de independencia. El PSOE se volcó con el V Centenario como su gran apuesta memorialista, coincidiendo con la entrada de las empresas españolas en Iberoamérica”, indica Díaz Alonso. A su juicio, la fecha natural para la Fiesta Nacional sería del 2 de mayo, por el levantamiento popular contra los franceses en 1808. “Si los americanos tienen la Declaración de Independencia y Francia la toma de la Bastilla, lo lógico aquí debería ser el 2 de mayo”. No obstante, recalca que es una fecha con un cariz “plebeyo” que nunca ha causado excesivo entusiasmo en la derecha española.

El 12 de octubre, en cambio, sí lo causa. Modesto Fraile, del Partido Demócrata Popular, afirmaba para defender el Día de la Hispanidad, antes Día de la Raza, como Fiesta Nacional: “Nuestra unidad real estaba muy avanzada cuando en otras naciones de Europa era todavía muy remota”. Miguel Martínez Cuadrado, de CDS, solemnizaba: “Esta unidad territorial de reinos y coronas bajo el período del reinado de los Reyes Católicos hasta los vínculos del pasado remato, es decir, hasta lo que fue el primer Estado hispano-visigótico, nos hace remontar muy atrás en la historia para saber que hay una continuidad de quince centurias, que es una de las más viejas de la historia de los Estados y de la tradición europea”. El tono del debate con respecto a 1981 ha cambiado totalmente.

Bevia, del PSOE, respondió a los envites de Tamames, que una y otra vez recordaba que los socialistas habían cambiado de posición. Estos fueron los términos para explicar el cambio: “¿Qué pasó? Que había cambiado, afortunadamente, el tiempo o las sombras del tiempo. Entonces [en 1981] aquella proposición de ley tenía unas razones, pero tenía un tiempo, y afortunadamente ahora casi es más el tiempo de la puesta en práctica, de la cotidianeidad, que el tiempo de las angustias y de las zozobras”. Bevia recalcaba que la iniciativa de 1981 era inmediatamente posterior al 23F, cuando –se entiende– era más necesario otorgar ese reconocimiento a la Constitución. Seis años después, con las aguas más calmadas y cambiado “el tiempo o las sombras del tiempo”, se miraba al 12O.

1988: en busca de una “tradición”

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Y se aprobó la norma, que llegó al BOE en octubre de 1987: Ley 18/1987, de 7 de octubre, que establece el día de la Fiesta Nacional de España en el 12 de octubre. Tras su celebración en 1988, Modesto Fraile preguntó en el Congreso al ministro Virgilio Zapatero si, vista su escasa repercusión, entendía que la elección había sido un “error”. “Desgraciadamente”, señalaba Zapatero, “todavía no tiene una larga tradición”. El ministro se mostraba confiado en que el 12O fuera adquiriendo tradición cuando la “vayamos rodeando de aquellos usos y costumbres que la enriquezcan y que hagan que la participación popular sea la máxima posible”.

Fraile respondía: “Ha habido un desfile que no ha sido tal. Un desfile que parecía que estaba hecho con vergüenza o de tapadillo. No ha sido capaz el Gobierno de producir esa conexión con la sensibilidad histórica y política de los españoles. Yo estuve un rato en el Paseo del Prado poco antes del desfile, y los ciudadanos que allí estaban –y no podían pasar de un lado a otro de la calle porque hora y media estuvo cortado el paso– no sabían muy bien qué es lo que se estaba celebrando, ni por qué se celebrada ese desfile”. Zapatero le dijo entonces que la fiesta “tenía que tener un contenido fundamentalmente cívico”.

Esa era la idea: una fiesta cívica de orgullo nacional. Pero el desfile militar ha sido desde entonces el ingrediente más reconocible de los 12O. Eso y los pitos a los presidentes socialistas, desde José Luis Rodríguez Zapatero a Pedro Sánchez.

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