Violencia machista

Cultura machista, dependencia y vergüenza, los grandes lastres que arrastran las mujeres mayores víctimas de violencia de género

Una mujer con el gesto del feminismo este viernes en Bilbao durante una manifestación del 8M.

Tenía 84 años y su marido le quitó la vida el pasado 8 de noviembre en Sevilla. No constan denuncias previas. Es la última mujer asesinada a manos de su pareja en el país, la víctima mortal número 41 en lo que va de año. Casos como el suyo tienden a quedar apartados del foco mediático, a pasar más desapercibidos o a permanecer en silencio. Desde el año 2003, un total de 139 mujeres que superaban los 61 años han perdido la vida como consecuencia de la violencia de género, diez en lo que va de año.

Rosalía Vicente tiene hoy 69 años y es una superviviente de la violencia de género. Dejó su casa cuando tenía 58 años. Este mes de octubre se cumplieron once años de aquello, narra al otro lado del teléfono. No recuerda con exactitud el momento en que la violencia empezó a definirse como tal – "hubo muchos episodios" –, pero sí el instante en que dijo basta. En conversación con este diario, recuerda que su generación "ha sido muy dura". "Yo nací con Franco, mi adolescencia fue en el franquismo e incluso me casé en el 78", con la sombra de la dictadura todavía bien presente. "Había que casarse para toda la vida", recuerda. Romper con aquella idea no es sencilla para las mujeres mayores.

La última Macroencuesta sobre violencia machista constata la difícil realidad de la violencia de género para ellas. En casi todas las violencias de todas las tipologías, las mujeres mayores de 65 años indican una menor prevalencia, al contrario de lo que ocurre con las más jóvenes. Sin embargo, pese a que la prevalencia suele ser menor, la frecuencia de los episodios violentos se acelera conforme aumenta la edad de la víctima. Por ejemplo, siempre según los datos de la encuesta, la tasa de violencia psicológica de control va disminuyendo a medida que aumenta la edad de la mujer entrevistada, pero la frecuencia es mayor que la media entre las mujeres más mayores.

De acuerdo al estudio sobre las mujeres mayores de 65 años víctimas de violencia de género, elaborado el año pasado por la Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género y Cruz Roja, las mujeres mayores "experimentan la discriminación de género en mayor medida que las mujeres jóvenes", pero además también sufren "la discriminación por edad en mayor medida que los hombres mayores", por lo que padecen una "doble discriminación" que está en la "base de la invisibilidad de la violencia de género" contra ellas. Un fenómeno que, en añadido, es "menos denunciado y menos atendido y entendido por el entorno y los recursos públicos".

El análisis recuerda que la violencia de género hacia mujeres mayores es perpetrada generalmente "por la pareja con la que han convivido durante décadas y por tanto experimentan una violencia que ha pasado a formar parte de sus vidas". Es decir, la normalización de la violencia es uno de los factores clave. Así lo entiende Natividad Hernández, psicóloga especializada en violencia machista contra mujeres mayores en la Comisión de Investigación contra los Malos Tratos. A su juicio, estas mujeres no sólo son "las grandes olvidadas", sino que son además las que "más han sufrido la violencia y a las que de alguna manera más secuelas les pueden quedar".

Para la psicóloga, el principal problema es que las mujeres mayores "no llaman violencia a lo que es violencia". Están, continúa, "educadas en el machismo y en la misoginia más agudizada". Existe por tanto un entramado cultural, educativo, social y religioso que apuntala esa noción. Todo aquello sobre lo que generaciones más jóvenes se han sensibilizado, ellas no han sabido siquiera nombrar. "No se consideran víctimas", resume la psicóloga, quien recuerda algunas claves de esa cultura: "Le debes obediencia a tu marido y si ocurre alguna cosa fuera de lo normal es porque algo has hecho tú mal".

Cambiar esos cimientos equivale, en la práctica, a lanzarles un mensaje de difícil gestión: "Les estamos diciendo que la mentalidad de toda una vida ahora no vale, las confundimos". Las generaciones más mayores no siempre son capaces de asimilar un mensaje totalmente opuesto al sembrado durante años. "Fueron educadas para obedecer, se lo decían los curas, los jueces, los policías y sus propios padres".

Rosalía Vicente se casó "por amor" y lo cierto es que al principio "todo es muy bonito, hasta que sale lo malo". Lo malo, en este caso, fue la violencia a manos de su marido. Las primeras señales brotaron tras el nacimiento de sus hijos, tanto el mayor como el pequeño llegaron de forma prematura y eso hizo que la madre se quedara en casa, como tantas otras, para asumir los cuidados de los pequeños. "¿Quién se quedaba en casa? Yo, que ganaba la mitad que mi marido", relata. A partir de ahí "la cosa cambió, él era el que traía el dinero a casa, hizo su vida" al margen del hogar y los años fueron pasando sin expectativas de cambio. "Vino el segundo hijo y fue todavía peor, me pasé otro montón de años en casa para sacar adelante a mi niño". Ahí, indica, empezó la violencia, profundamente ligada a un problema de su maltratador con la bebida. "Venía borracho a casa y no podía pedirle explicaciones, decía que no le preguntara, que ya bastante hacía trabajando". Empezó, como suele ocurrir, "poco a poco".

Entonces llegó no sólo la dependencia, sino también el aislamiento: "Voy perdiendo amistades porque me tengo que dedicar a la casa y a él", así que la víctima se queda "encerrada en un callejón". La violencia era psicológica, pocas veces llegó a lo físico. Pero sí había amenazas: "Tenía la manía de coger cuchillos, una vez nos dijo a mí y a mi hijo que nos mataría a los dos y después ya veremos". El maltratador tenía el control absoluto: sobre los gastos, las compras, las relaciones sociales. "Empezó controlando el dinero y terminó controlando mi vida". La humillación era el pan de cada día, fuera y dentro de las paredes de su casa.

De acuerdo al estudio anteriormente mencionado, el 55% de las mujeres mayores encuestadas sufre violencia desde hace más de tres décadas. ¿Por qué esta dilatación en el tiempo? Preguntadas por los motivos que impidieron una ruptura, las mujeres víctimas hablan esencialmente de supervivencia: el 35% manifiesta haber mantenido la relación por miedo a perder la vida. Un 32% señala que no contaba con recursos habitacionales si abandonaba su hogar, otro 32% temía por sus hijos y un 23% afirma que existía un control psicológico absoluto por parte del maltratador, de manera que "le daba siempre una oportunidad más". Tres de cada diez indican que la violencia era aceptada por la sociedad en aquellos momentos.

Rosalía Vicente está convencida de que su entorno lo sabía. Ignorarlo era prácticamente imposible. "La gente oía los gritos, pero no se inmiscuía". En el que se convertiría en el último episodio de violencia tuvo un papel clave el hijo mayor, quien decidió sacar a su madre de aquella casa. A pesar de las dudas: "Yo le defendí [al maltratador], hacía todo lo posible" por excusarle. Pero terminó por salir de la violencia. Denunció y pidió la separación: sentencia condenatoria. Nueve años de prisión. Ella fue a una casa de acogida y luego se mudó con su primogénito a un piso en el barrio de Vallecas (Madrid). Ahora ha recuperado su casa. El maltratador murió hace años.

La superviviente no tiene más que palabras de agradecimiento. "Hay salida, yo la tuve: en la casa de acogida me dieron muchos recursos, la encargada, la psicóloga y la trabajadora social vinieron conmigo hasta el último juicio". Es importante, insiste, que las mujeres maltratadas conozcan todas las medidas a su alcance y sepan que "nunca es tarde". Ella, dice, ha tenido muchas ayudas, pero lo cierto es que se ha "agarrado a ellas como una lapa". Ahora es voluntaria en la Fundación Ana Bella, sobre quien se deshace en elogios. "Yo no la busqué, vino a mí. Pero Ana Bella y yo estábamos destinadas: ahora es mi amiga, mi madre, mi hermana".

Iolanda Cirer es trabajadora social en atención primaria de una mancomunidad de Mallorca. A su entender, las mujeres mayores "tienen menos conciencia de sufrir violencia de género" precisamente porque "muchas situaciones que han podido vivir han sido socialmente aceptadas", por lo que "forman parte de toda la violencia simbólica". Esa es, a su juicio, la principal dificultad añadida a la hora de abordar una atención adecuada para este perfil de víctimas. Por otro lado, señala la trabajadora social, el abordaje de la violencia machista se complica "cuanto más tiempo pasa". Muchas de esas mujeres "no han cotizado, no son ni pensionistas y dependen totalmente del marido".

Para Hernández, "la sociedad tiene una deuda" con estas mujeres porque primero "se les ha dicho una cosa y cuando lo tienen todo absolutamente asumido le dicen casi lo contrario". Es fundamental, por tanto, trabajar sobre campañas específicas que contemplen todas las aristas del problema. "Las jóvenes tienen mucha más información, cuentan con el gran recurso de la educación y tienen un futuro", de manera que hacer labor de sensibilización no se torna una tarea compleja. Esto se diluye entre las mujeres mayores, muchas de ellas además económicamente dependientes después de una vida dedicada a los cuidados y las tareas domésticas.

"Primero tienen que tener información sobre qué es el maltrato y después es imprescindible el apoyo familiar, especialmente el de sus hijos", señala la psicóloga, quien repara en que los casos "más brutales de violencia machista" recaen sobre ellas precisamente por ser incapaces de frenar la violencia a tiempo. "La aceptan, pasan por un proceso de normalización, se acostumbran a algo que para ellas no es maltrato", de manera que la "ayuda de la sociedad, de sus hijos y los medios económicos" es fundamental para la salida.

Las menores tasas de denuncia

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La Macroencuesta revela precisamente que las menores tasas de denuncia están entre las mayores de 65 años: sólo un 17,6% da el paso. Susana Gisbert, fiscal especializada en violencia de género, afirma que su experiencia comulga con los datos. "Estas mujeres tienen una educación distinta: han sido educadas con una ley que les decía que las mujeres eran inferiores". Es el principal escollo que les impide presentar una denuncia. Además, coincide, "fruto de esa situación viven con una dependencia económica brutal" de manera que "dar el paso las deja sin nada". En añadido, "las órdenes de protección están muy claras cuando hay hijos menores, pero cuando no los hay las medidas civiles no están tan claras e incluso muchas veces se señala que no proceden", expone la fiscal.

Son precisamente los hijos quienes tienen de nuevo un papel fundamental, también en lo que se refiere a la judicialización de la violencia. "He tenido a varias que sólo han denunciando cuando sus hijos, mayoritariamente hijas, han sido mayores de edad y las han traído al juzgado", asiente.

Todas las voces pulsadas por este diario coinciden en la importancia de tejer campañas adaptadas a la realidad de las mujeres mayores. No siempre las redes sociales son el mejor medio de difusión, es importante no dejar a un lado los espacios cotidianos: la televisión, el mercado, los centros de día. La implicación del entorno y de los profesionales resulta clave, pero más importante es saber "interpretar las señales e insistir en que estamos aquí", recuerda la trabajadora social. "Ayudar a tomar conciencia, a no permitir según qué situaciones y sobre todo a ponerle nombre: esto se llama violencia y no se puede tolerar".

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